Elisabete Matos calienta la voz ante el piano de su camerino. En unos minutos se subirá al escenario para ensayar su papel de Isolda en la ópera de Wagner que cerrará la LXIII Temporada lírica de Oviedo. En los pasillos de los camerinos del Campoamor resuena la voz de la soprano portuguesa, que acaba de aterrizar en Oviedo después de triunfar en el Metropolitan de Nueva York. Debuta como Isolda en la producción de la Ópera de Oviedo que se representa el día 27 con la dirección de Guillermo García Calvo. Por cuestiones profesionales y personales, y pese a que faltan unos días para el debut, Matos ya afirma que el de Isolda es el papel que más satisfacciones le ha dado.

-¿Cómo es Isolda?

-Es un papel fantástico. Cuando Wagner escribió «Tristán e Isolda» se había enamorado de Matilde, y su mujer intercepta una nota que le envía el compositor, lo que hace que salte por los aires su matrimonio. Además, el esposo de Matilde se la lleva a Italia para alejarla de Wagner. De ahí viene una música y un libreto fascinantes.

-Una historia de amor.

-De amor y de muerte. Refleja que es necesario morir para amarse en un mundo mejor. Es la muerte como redención, el camino hacia la luz. En la última escena Isolda anuncia al público que no sufre por la muerte, sino que se levanta hacia lo trascendental.

-Tiene algo de religioso, del paso a la vida eterna.

-Cuando escribe el «Tristán» Wagner ya está trabajando en su tetralogía, en la que deja claro que el amor pleno sólo lo pueden vivir los dioses. Es cierto que hay una reminiscencia religiosa, pero es más un amor imposible.

-¿Un papel muy difícil en lo musical?

-Es un papel muy complicado, y encima es la primera vez que lo hago. En la ópera llegas a la madurez de un papel cuando llevas 20 representaciones. En esta ópera, desde el primer acorde de la orquesta nos da el final de la obra. Wagner ha sido único en tratar la melodía y sus cromatismos, utiliza toda la tesitura. La partitura se mantiene en una atmósfera central y luego te lleva a los límites. Por eso es muy difícil de cantar, pero aun sin llegar al estreno es el papel que más satisfacciones me está dando.

-¿Y en lo artístico?

-La apuesta de la dirección de escena ayuda y complica las cosas al mismo tiempo. En esta producción hay dos álter ego de Tristán e Isolda. A veces tienes que hacer como si estuvieses asistiendo a un concierto, y de repente saltar al personaje, un salto complicado. Con esta concepción de duplicidad de personajes el director quiere variar una ópera que es muy larga. La interpretación es complicada, pero quiero pensar que puedo entrar en el personaje porque soy una mujer muy romántica y muy platónica.

-¿Hay que creer en el amor para hacer este papel?

-Yo creo en el amor, pero no me enamoro fácilmente. Para mí tiene que ser algo muy profundo, pero yo espero vivirlo aquí, en la tierra, y no en la vida eterna como Isolda.

-También es una obra muy erótica.

-Hay mucha química entre Tristán e Isolda, mucha pasión y un alto componente erótico.

-¿Cómo es posible mantener esa tensión en el escenario durante cinco horas?

-«Tristán» no es una ópera con mucho movimiento, lo que mantiene la tensión es el discurso, lo que te sale del alma. Con la apuesta de la duplicidad es más dinámico. El amor nunca es el mismo en el tiempo y se va desarrollando a lo largo de la obra.

-¿Cómo se prepara este papel?

-Estudiando mucho y buscando todas las referencias interpretativas posibles. Tiene muchas dificultades técnicas, pero, como en la vida misma, se aprende de los errores. La perfección no existe, pero hay que buscarla, como se busca el amor.

-¿Cuánto hay de Elisabete Matos en Isolda o viceversa?

-Yo tengo una relación con la muerte muy especial.

-¿De qué tipo?

-Mi padre murió cuando yo tenía 12 años. Él tenía 38 y durante 20 años he tenido un sueño recurrente, que no es el momento de contar. Después de más de 20 años he logrado aceptar la muerte. Yo a mi padre lo amaba mucho.

-Volvemos a las dos patas del «Tristán», el amor y la muerte.

-El amor es amistad, hay amor a un padre, a los hijos, a los amigos... El amor es la capacidad de dar sin recibir. En esta ópera uno sueña con esa luz que aparece al final del túnel.

-¿Utiliza esa experiencia personal para alimentar a su personaje?

-Me suelen ocurrir cosas en el escenario cuando me han ocurrido cosas en lo personal. Para mí la música tiene sentido a través de la figura de mi padre, y cada vez que me subo a un escenario hay una conexión especial con él. En esta obra Wagner también tenía ese sentimiento de pérdida, en su caso de la mujer amada.

-Llega a Oviedo después de un gran éxito en el Metropolitan de Nueva York y antes de ponerse a las órdenes de Riccardo Muti en Roma para interpretar «Nabucco».

-Lo del Metropolitan ha sido una gran experiencia, y estar ahora en Oviedo es un placer. Ya estuve hace tres años haciendo «Ifigenia en Táuride» y espero venir el próximo año a hacer «Turandot». Me gustan mucho esta ciudad y el teatro Campoamor, en el que existe una enorme voluntad de que las cosas salgan bien. Ahora mismo estoy con el huso horario cambiado. Esto no es como cuando cantaba Teresa Berganza, que se iba a América en barco y tenía un mes para descansar y preparar el papel. Ahora todo es mucho más rápido y duro. Pero... estoy diciendo chorradas, porque en realidad todos los días doy gracias a Dios porque tengo trabajo, cuando hay personas que no tienen para darles de comer a sus hijos. En estos tiempos de crisis puedo dedicarme a lo que me gusta y vivir de ello. Lo único que pido es que mejore la situación social y política, que en estos tiempos es muy complicada.