Paloma Sainz ha recorrido en Oviedo el camino pedregoso que otros transitaron antes que ella. Son los que el PSOE animó a dar el salto a la política ovetense, y se lanzaron con la candidez de los novatos. Paloma no sabía dónde se metía, pero ahora lo sabe demasiado bien. Se ha dejado en el solitario desierto de hacer oposición en Oviedo trozos de su vida privada, de su imagen pública y se lleva con ella muchas magulladuras y arañazos. Mujer de piel fina, acostumbrada a buenas palabras y alguna que otra reverencia -es guapa, abogada y fue directora general de Formación, y esposa de un alto cargo que cortaba el bacalao-, poco imaginaba las tundas que por costumbre se dan los políticos en Oviedo. Sainz se ha marchado -como otros de piel fina hicieron antes que ella- con un regusto amargo, el dolor de no haber dicho la última palabra. Detrás, deja el camino abierto a los hombrones, políticos de piel de elefante que llevan años dándose de palos y que han sobrevivido sin muchas heridas aparentes. Ahí queda Gabino de Lorenzo, el hombrón de hombrones, al que le gusta sentirse «un paisano» y que no parece, por ahora, dispuesto a ponerse las zapatillas y marcharse para Benia; ahí queda Rivi, criado en las trincheras del comunismo asturiano, es decir, alguien que ha visto de todo, ha hecho casi de todo y tiene la agilidad de quitarse de en medio y volverse a poner, lo que hace difícil darle derechazos en el hígado. Y ahí queda, ahora, Alfredo Carreño, crecido a la vera de Villa. Parece tranquilo, no excesivamente sensible ni complicado, encaja las críticas y no le tembló la mano al cortar cabezas en la AMSO. A lo mejor ni siquiera tiene hígado para tener que defenderlo. Entre todos estos hombrones, preparados para el nuevo e interesante período que se abre en la política de Oviedo, hay una incógnita: Arturo González de Mesa, el concejal electo de Foro Asturias. Habrá que ver qué clase de criatura política resulta, y si es capaz de hurtar el cuerpo. Los demás lo están esperando.