Sábado por la tarde, con temperaturas gélidas. Me encuentro en mi Lugás querido de los fines de semana, cercano a mi «Santina» del alma, cuando me sorprende el móvil. La archivera benedictina de San Pelayo, sor María Covadonga, me comunica la noticia del fallecimiento de doña Blanca Álvarez Pinedo. Apenas habían pasado dos horas desde que una persona para mí tan querida acababa de dar el paso de la presente vida temporal a la gloria del cielo, ya para eternidades. Me fui corriendo a la iglesia, para encomendarla a la Virgen de Lugás. Al día siguiente ofrecería sufragio por su alma en la santa misa.

Acababa, sí, de fallecer doña Blanca, la archivera durante más de veinticinco años del Archivo Histórico Provincial de Asturias, personificación de esta institución tan enriquecedora para nuestra tierra. Doña Blanca, como cifra y compendio de lo que fue una genuina vocación de archivera. Una vida donada con entrega, con ilusión, con dedicación ininterrumpida a su tarea callada y silenciosa de servicio a la investigación y a la ciencia, haciéndose útil en grado sumo a los usuarios de su archivo, que tanto se beneficiaron de sus servicios en el mundo de la archivística y de la investigación.

Una vida entregada a su archivo en Oviedo fue la mayor parte de su dedicación profesional, cual si para ella fuera desempeñar un oficio bien aprendido, feliz entre sus códices, sus pergaminos y sus papeles tan abundantes. Entre protocolos notariales y piezas de archivo siempre dispuestos a revelar las intimidades de sus acumulados secretos, discurría en perenne servicio la vida de doña Blanca, sin que nunca la agobiara la tarea ni la cansara la rutina de los nuevos fondos que, casi cada día, se acopiaban al acceder a los anaqueles de su archivo. Su ilusión y su meta las constituía una generosidad impagable, siendo su actuar como una bandeja bien abastada y bien servida con las suculencias de su entrega en profusión.

Su lema, como el de todos los archiveros: «Sic vos, non vobis» «Así vosotros, pero no para vosotros», que un gramático latino se esforzaba en extraer de las Geórgicas virgilianas, con estas gratísimas expresiones: «Sic vos, non vobis, vellera fertis oves; nidificatis aves; mellificatis apes; aratra fertis boves». Que podríamos traducir: «Así vosotras, pero no para vosotras, os cubrís de lana las ovejas; así vosotras, pero no para vosotras, hacéis los nidos las aves; así vosotras, mas no para vosotras, fabricáis vuestra miel las abejas; así vosotros, pero no para vosotros, arrastráis el arado los bueyes». Y añadiríamos: «Así vosotros, pero no para vosotros, custodiáis vuestros papeles los archiveros» .

El archivero o la archivera en su profesión de servicio cumplen como una especie de sacro ministerio, para el que han profesado como un oficio litúrgico, siendo esta la razón por la que en la antigüedad era aceptada la profesión de archivero como si se recibiera una orden sagrada para ser «el custodio de los libros», es decir, de la Biblia, de la Palabra de Dios revelada, con esta fórmula de encomienda: «Esto custos Librorum», «que en tu vida ejerzas como custodio de los Libros Sacros», fórmula que consagraba para un «servicio sagrado» o «sacrum ministerium».

Doña Blanca Álvarez Pinedo supo hacer de su servicio en su labor archivística una como actitud vital, una como disposición anímica que la llevaba a darse a su tarea con donosura y generosidad, con ilusión y entrega, con ánimo de servicio, comunicando sus saberes y su dominio de las técnicas archivísticas; díganlo, en corroboración de verdad, sus colaboradoras más eximias, doña Rosa Rabanillo y doña Concepción Paredes, que, a más de imitar y poner por obra la cuasi docencia magisterial de doña Blanca, se imbuyeron a tal punto de sus saberes y sapiencias y de sus aprendizajes, que acabaron colocándolas a ellas en la categoría de maestras en su dedicación archivística; díganlo también los consultantes del Archivo Histórico Provincial, que fue para doña Blanca como una criatura mimada; díganlo cuantos tuvieron la suerte de tenerla como consejera y asesora en el manejo de los documentos que ella les servía en la profusión reclamada.

Con dificultad, el archivero, por entre cuyas manos pasan tan abundantes noticias y conocimientos, logra sustraerse también a la tarea de la investigación. Por ser coordinador y editor de «Memoria Ecclesiae», la revista de los archiveros de la Iglesia, me cupo la suerte de hallarme cercano al rigor científico de algunas de las investigaciones de doña Blanca, que no me resisto a enumerar: «Fragmentos de códices en el Archivo Histórico Provincial de Asturias» (reconstruyendo un Oficio inédito de San Pelayo, a través de los bifolios de un breviario rescatados de encuadernaciones de protocolos notariales). «Parroquia y actividad eclesiástica: documentación existente en algunos fondos del Archivo Histórico Provincial de Asturias». «Aproximación a la documentación de fundaciones Privadas del Archivo Histórico Provincial de Asturias» (en colaboración con doña Rosa Rabanillo). «Auténticas, Relicarios y Reliquias en el Monasterio de San Pelayo de Oviedo» (en colaboración con sor Covadonga Querol, archivera de San Pelayo). La reseña de otras publicaciones nos alejaría del objetivo.

Con delectación suma continuaría yo, queridísima doña Blanca, rememorándote en tus vivencias de esposa, de madre y de abuela, así como en tus cualidades de cristiana y de creyente convencida, que supiste afrontar con la mayor resignación el proceso de tu enfermedad, con auténtica serenidad de espíritu, aun siendo conocedora de su gravedad. Para todos has sido un modelo de aceptación cristiana de tu enfermedad. Gracias.

No quiero terminar sin hacer una mención a tus servicios altruistas en el monasterio de San Pelayo, un poco como tu segunda casa, siempre agradecida a la hospitalidad y a la amistad con que te acogían las monjas benedictinas, de las que, sin duda alguna, mucho aprendiste de caridad cristiana y de donación en el servir. También traigo a colación tu generosidad y tu altruismo en las dedicaciones de tu tiempo a la organización Manos Unidas, una de las vías de voluntariado con que regalabas una parte de tu tiempo al servicio de los demás, a través de una tarea de Iglesia.

No hace mucho, en el pasado septiembre, tuve la satisfacción de glosar tu vida y tus cualidades cuando te fue concedida, tan merecidamente, la medalla de plata del Principado de Asturias, así como esperaba comentar la distinción que hace unos días te atribuyó el Real Instituto de Estudios Asturianos, coronamiento reconocido y premio a tus servicios a la comunidad científica de Asturias. Ya no tuve ocasión para esto.

Hoy, casi por sorpresa, me llega la casi obligación de dedicarte este «In memoriam», cálido, cordial y entrañable, lleno de cariño y de afecto. Descansa en paz, hermana muy querida, a quien no sabemos sino nombrarte como la archivera del Histórico Provincial, cumplidora eximia de tu obligación. Dios te recompense tu larga abnegación y tu altruismo, tanta caridad, como todos los que te queremos agradecemos. Que el Señor San Pedro te inscriba para siempre en el «Libro de la Vida», en la bienaventuranza del cielo. El Señor te reciba en la gloria eterna. Amén.