A mi abuelo, Emilio Corrales, lo invitaban a tomar algo y solía negarse: «No tengo sed». Era poco de bares. Y menos de rendibú. En los años veinte, durante la dictadura de Primo de Rivera, llegó a Pravia el ministro de Fomento, Rafael Benjumea, a la sazón conde de Guadalhorce, que da nombre a la plaza más importante de la villa; para agasajarlo, un prohombre del concejo organizó una cena y, entre otros, invitó a Corrales, que era constructor, pero no compareció. Al día siguiente, el chófer del anfitrión le pidió cuentas: «¿Por qué desestimó la llamada de mi señor? Su actitud fue afrentosa y se hizo notar». Y soltó Corrales: «No fui a cenar porque no tenía hambre». Aunque dicen que me parezco a mi abuelo, hoy no le haría yo un feo a José Ignacio Wert, y menos a Emilio Marcos (que, por cierto, me debe una cena en Pravia). ¡Qué hambre hace!