Para visitar otros mundos u otros estados de conciencia no te dejes ir, tampoco basta conocer la meta; lo importante es asegurar tu regreso, o quedas vagando como zombi. Garbancito marcaba su ruta con guijarros, Ariadna tendía un hilo...», me decía José Enrique Pinín, mientras cogíamos prímulas y peyote entre Isoba y Lillo. Al atardecer, nuestro amigo Óscar surgió de las sombras anaranjadas, y más tarde, a orillas de su CD y del Porma, escuchamos «Morgen» («Mañana»), lied de Strauss inspirado en un poema de John Henry Mackay. Chispeaban todas las constelaciones, incluso las de mentira, como si en el firmamento ya hubiera entrado la primavera; la Osa, Tauro, Minotauro... La soprano del lied nos animaba; decía que por el camino recorrido nos reuniremos otra vez y que mañana el sol volverá a brillar. Eso sí, me inquietó que lo cantara en alemán.