Periodista

La periodista Maruja Torres (Barcelona, 1943) llegó ayer a Oviedo para hablar de humor en el curso «Hazles reír» de la facultad de Psicología. La clase práctica será hoy a las 20.30 horas en el Nunca Jamás (plaza del Paraguas) en una tertulia con el equipo de la revista satírica «Mongolia». Tras su sonada salida en mayo de «El País», Torres disfrutó de la ciudad y no dio descanso a su «lengua vespertina», en vivo o en las redes sociales, donde no para.

-Es que escribir en Twitter es como publicar 20 columnas cada día, lo único que sólo pones la nuez, no la escribes entera. Y aunque no te pagan, mis 26.000 seguidores me lo recompensan mucho.

-¿Le gustan los nuevos medios, entonces?

-Lo bueno es que no es un monólogo, es una conversación. Al principio tenía miedo a mi lengua vespertina», pero luego me di cuenta de que podía utilizar sinónimos. Ya no llamaré más «hijos de puta» a los votantes del PP, pero me encanta tener eso en mi currículum. La cuestión es que no sé por qué tengo que seguir escribiendo columnas. No sé por qué tengo que tener un género. Estoy con estos chicos de Mongolia y voy a seguir escribiendo libros. No tengo ninguna gana de seguir haciendo periodismo antiguo, aunque sí me gustaría hacer reporterismo, si tuviera piernas y dinero.

-¿Se puede hacer periodismo en internet?

-Hay buen y mal periodismo en internet. Y también hay cosas que no son periodismo. Y está bien. Lo que pasa, a la vez, es que nunca hubo lectores tan desconfiados y escépticos como ahora. Por otra parte, creo que el que salga a una manifestación y haga una foto con su teléfono donde el fotógrafo no pudo pasar, no se convierte en periodista, del mismo modo que el que hace el boca a boca a uno que se está ahogando no se convierte en médico. Pero el soporte me da absolutamente igual. No me interesa discutir si era mejor el rollo de pergamino o las tablillas de cera.

-¿Qué piensa de la utilidad del medio en otros contextos, como en las revueltas árabes?

-Sí, recuerdo las primeras noches de Tahrir y Al Jazeera subiendo vídeos sin editar. Claro que impresiona, pero eso tienes que contextualizarlo.

-Llega otra guerra...

-Cuando Obama ataque, tarde y mal, no es que Al Assad se vaya a revolver, es que es muy difícil expulsar a un ejército tan metido con todas sus familias en la dictadura. Pueden ocurrir muchas cosas con Líbano, con Hizbulá a favor del dictador e Israel que ya ha empezado a lanzar chupinazos. Ese es el verdadero problema, el arranque de la Tercera Guerra Mundial. Y es tan gordo, que no sé cómo Obama se ha podido meter en esto, cuando lo que tenía que haber hecho es decir basta el primero, negociar con Rusia y no dejar que lo de Siria se pudriera. Ahora, claro, tienen que justificarse con lo del gas sarín, cuando ellos tiraron napalm en Vietnam. ¿Desde cuándo es peor matar de una forma o de otra? ¿Es mejor matar degollando, torturando o enviando a millones de exiliados hacia países inseguros?

-¿Qué hacer, entonces con el mundo árabe?

-Los países árabes están en la Edad Media, y hay que dejarles que decidan si quieren ir para adelante o para atrás. Yo les quiero mucho, pero tengo que decir que los hermanos musulmanes me soplan el coño con sus barbas y sus rezos. Pero es su país. Que hagan lo que quieran, aunque a veces desee que vengan los militares. El problema es que allí las revueltas son por la libertad, no por la democracia. Nosotros teníamos las democracias europeas al lado para llegar a la democracia española. Esta gente no saben qué es eso.

-¿Le parece un ejemplo la democracia española?

-No soy muy dura con los españoles porque aquí hemos sufrido mucho muchos años. Plagas, moscas y franceses demócratas paseándose en miriñaque. Después sí hubo un salto socialdemócrata de creernos que meábamos por encima de nosotros. Recuerdo los ochenta como años asquerosos. Yo estaba en el extranjero, me mandaban fuera para que no tocara los «cuyons» y me pasaba todo el rato diciendo que cuando pasara el Centenario y los Juegos Olímpicos vendría la crisis económica.

-Ahora que se revisa y homenajea tanto la transición. ¿Cómo la vivió Maruja Torres?

-Con un cabreo importante porque era del PSUC. El día que volvió Tarradellas yo me quedé en casa con una enorme depresión porque entendí que había ganado la derecha. Luego vino Pujol, que era peor. Con la transición creo que se hizo un trabajo de bolillos muy bien hecho. Yo estaba en París y nos cagábamos en la transición, pero era lo único posible que podíamos hacer si no queríamos volver a matarnos. El problema es que luego los socialistas, y les culpo de ello, no hiceron la segunda transición. No dieron un golpe de Estado para atrás. No pusieron los cojones encima de la mesa y dijeron, «la transición estuvo bien para no matarnos pero ahora hay que condenar el franquismo». Porque, si no, estos del PP siempre gobernarán con Franco detrás. No se habrán convertido en demócratas europeos sino en demócratas falangistas. Ese es nuestro problema.

-¿Qué piensa del 15M?

-Lo viví con cierta ilusión hasta que vi que los redactores de El País iban a dormir dos horas a Sol con sus sacos para contarlo luego en Twitter. Hay gente que trabaja muy bien en determinados asuntos, el urbanismo o las hipotecas, por ejemplo, pero creo que el asamblearismo no debe cerrarnos los ojos. Yo estuve en las asambleas de la CNT. El anarquismo es el movimiento más narcisista e individual, pero no se pringan. Cuando los veía en círculos, encantadores, diciéndose «tienes que convencer más que vencer» pensaba que si tuviera que esperar a que se pusieran en marcha me iba a tocar muy mayor.

-¿Qué pasó con «El País»?

-«El País» era casi el Vaticano, y te sentías un francotirador permitido. Hubo un momento en que dije en público todo lo que pensaba de Cebrián. Supe que me ahorcaba pero me sentí liberada. Luego me dijeron que no haría más opinión y que «los de abajo» me iban a buscar algo, y yo le dije al director que ahí abajo no tenía a nadie con categoría para decirme a mí lo que tenía que hacer. «El País» era un diario de referencia y su aniquilamiento es una traición a la democracia. En realidad es un fiel reflejo de España. «El País con la Constitución». Y sigue siendo así, lo que pasa es que la Constitución ahora es papel mojado.