Escuché a Jesús Rodolfo Rodríguez por primera vez hace exactamente un año y un día en un concierto organizado por la Sociedad Filarmónica. En aquella ocasión, recuerdo haber salido del teatro con la sensación de que nos hallábamos ante una joven promesa ya consolidada. Su experiencia como solista venía avalada por multitud de conciertos con destacadas orquestas, bajo la batuta de directores tan relevantes como Claudio Abbado.

En la noche del pasado viernes, Jesús Rodolfo Rodríguez regresó a la ciudad que le ha visto crecer musicalmente y al auditorio (el Príncipe Felipe) donde con 13 años ofreció su primer concierto como solista. Como protagonista de su propia historia, máxima del héroe romántico, ofreció junto a la "Oviedo Filarmonía", dirigida por su titular Marzio Conti, una apasionada interpretación de "Harold en Italia" de Berlioz. Compuesta a partir de un poema de Byron, "Harold en Italia" ha pasado a la historia como uno de los puntos de partida de la polémica decimonónica entre defensores de la "música pura" y la inspirada en la fuerza sugerente de la palabra, la "música programática". El cálido sonido de la viola asume el rol de "Harold" que protagoniza las cuatro escenas que la orquesta plasma en sus cuatro movimientos.

Rodríguez imprimió desde la primera nota el carácter contradictorio que emerge de la obra: la lucha interna de su protagonista frente a sí mismo y el mundo que le rodea. Un sonido penetrante, sin fisuras en el registro y con un agudo que, como ya se ha señalado en más de una ocasión, acaricia sin complejos la tímbrica del violín. En Rodríguez todo a su alrededor se convierte en música, desde el movimiento de su cuerpo, hasta la energía desplegada en cada articulación, en cada nota que define con precisión de arquitecto. No en vano, a través de la viola, su mente parece jugar con equilibrios y contrafuertes propios de otras disciplinas. Así, los armónicos conseguidos en la "Marcha de peregrinos", movimiento lleno de unción y misticismo, contagió sensación de ingravidez a una orquesta que, a lo largo del concierto, fue creciéndose con cada intervención de la viola (lástima que ese ímpetu llegase a desdibujar, en alguna ocasión, la presencia del solista).

Conti parece dominar sin contrariedades el terreno de la creación de imágenes, dibujar conceptos, escenas y paisajes a través del sonido. Cualidad esta que permite a "Oviedo Filarmonía" presentarse como un referente no solo para el acompañamiento, sino también para conseguir la plasticidad sonora que caracteriza a la "música programática" y que quedó reflejada en "Aus Italien. Fantasía sinfónica" de Strauss de la segunda parte.

Proclama la sabiduría popular, recogiendo palabras del evangelio, que "nadie es profeta en su tierra". Rodríguez lo es y lo será, tal vez porque, al igual que en el protagonista de esta máxima, en su sonido no hay engaños ni artificios. Sirva de recuerdo su propina a solo: "Over the rainbow" de H. Arlen.