Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y Social en la Universidad del País Vasco, presentó ayer su último libro "La política en tiempos de indignación" con cinco interrogantes. ¿Es fuerte o débil la política ? ¿es buena o mala la clase política? ¿es nueva o vieja la política? ¿qué tiene de innovadora? ¿qué podemos esperar de la política?

El acto se celebró en al Aula Magna de la Universidad de Oviedo a partir de las siete de la tarde. Organizó la sesión la asociación "Acción en red" en colaboración con la plataforma "Escandalera" y la cita se celebró en el marco del "Aula de Pensamiento crítico". Por la organización intervino brevemente María Valvidares, profesora de Derecho Constitucional en Oviedo. Javier Gil, profesor de Filosofía, también en Oviedo, presentó a Innerarity diciendo que "defiende la política desde dentro de las instituciones".

Daniel Innerarity planteó de entrada el dilema de toda presentación de un libro: si es buena, ya no se compra y si es mala, menos aún. Afirmó que con "La política en tiempos de indignación" no pretendía convencer a nadie aunque, sí, dar que pensar. Dijo que habría querido titularlo "La política explicada a los idiotas" pero que su hijo de diez años le disuadió: no lo podría vender.

Idiota, recordó, es quien no se interesa por la política según la acepción clásica. Ahora, añadió, parece que es al revés.

Hay un segundo tipo de idiota. Es quien no se interesa por la política porque le va suficientemente bien. Y aún cabe un tercer tipo, el que consume política así que le vale una cosas y la contraria.

Sobre los cinco preguntas indicadas respondió con claridad. Primero: la política es débil, está al borde de la irrelevancia. Segundo: la clase política es mejorable y en todo caso imprescindible. Tercero: la política responde a la lógica de las modas así que un partido que hoy es casposo puede tener una segunda oportunidad y triunfar en unos años. Cuarto: la política nunca dejará de decepcionarnos. Quinto: no se puede criticar la política sin antes comprenderla.

Como remate, rechazó la perspectiva de los tecnócratas y también la propia de los melancólicos moralistas.