Yolanda Lobo Arranz siempre será en Oviedo "Yolanda, la de la Santa", en memoria del pub de la calle Altamirano, templo de la movida ochentera, que regentó con su añorada Carmen, fallecida hace seis años, "la mi socia", como la sigue llamando. Con ella estuvo al frente de un local que fue un oasis para quienes buscaban oxígeno mental con nuevas ideas y estéticas. Lobo nació el 14 de abril de 1962, día de la República, y ahora que ya ha traspasado con creces el medio siglo, asegura que "Oviedo necesita alegría y una revolución cultural que amplíe horizontes". Ella pone su granito de arena y defiende los valores que siempre han sido su bandera: justicia, igualdad y mucha solidaridad, como la que respiró en sus primeros años en la calle San Melchor, con vecinos que se convirtieron en familia para siempre.

Felicidad en la calle San Melchor. "Nací en la calle Monte Santo Domingo, que ahora es San Melchor de Quirós. Mis padres eran de Valladolid, se conocieron en Oviedo y se casaron en la ciudad. Se instalaron en el barrio de Santo Domingo, donde vinimos al mundo tres de los cuatro hermanos que somos. Vivir allí era ideal. Fue la etapa más feliz de mi vida, la que me marcó. Allí se respiraba solidaridad. Los vecinos se ayudaban. Hacíamos vida en la calle. Tal es así, que no recuerdo cómo eran las casas por dentro. Siempre estaba fuera, y muy feliz. Aquello era la alegría. Me lo pasaba genial. Mi madre no tenía familia aquí y se hizo muy amiga de una vecina que se llamaba Manolita Prieto, "Pita", para ella, más que una hermana, y para mí, una segunda madre. Pita falleció hace unos días. Llevo conmigo la sonrisa de aquel rostro tan bello y el orgullo de haberla conocido. Sus hijas son mis primas, aunque no de sangre. Una de ellas me enseñó a atarme los zapatos, era la líder del barrio. Aprendí a reírme con esta familia. Y es que mis padres, castellanos, tenían un carácter más seco. Me marché con cinco años, pero mantuve el vínculo con el barrio hasta los diez. Lo único que queda en pie de aquella zona es el chalé de mis padrinos. A mi madrina, Pilar, fui a visitarla hace poco y se acordaba del último día que me vio, cuando yo era aún niña y me iba a las barracas".

La estudiante que sólo quería divertirse. "Empecé al colegio en la calle Magdalena. Luego pasé a las Teresianas Señoritas, en Campomanes. Atravesaba el Campillín y en Padre Suárez tenía que pedir a alguien que me cruzase. Vivíamos en Capitán Almeida y luego en González Besada. Entonces me matricularon en las Dominicas. Me echaron del colegio. Digamos que éramos una clase un poco movida. Nuestro objetivo era reírnos, aprender nos daba igual. Las monjas iban haciendo criba. En tercero de BUP me mandaron al instituto de Lugones. En teoría, iba y volvía en el autobús. Pronto empecé a hacer dedo, y me traían en coche. Quise ser periodista, pero mi padre, que me conocía bien, no me dejó irme sola a Madrid. Estudié Historia. La elección fue sorteada en Casa Manolo, junto con Filología y Derecho".

Conciencia de izquierdas forjada en la adolescencia. "No me gusta la historia global, me gustan las historias domésticas, la intrahistoria. Eran años muy interesantes. Paloma Uría, que fue profesora mía, me despertó la conciencia de izquierdas que llevaba y sigo llevando. Aunque hoy todo esté tan diluido, sigo teniendo los mismos valores y, por encima de todos, defiendo la solidaridad".

Y La Santa salió al encuentro. "Unas amigos y yo queríamos coger un bar, como algo temporal, para ganar algún dinero. Sabía que no ejercería la carrera y me gustaba el contacto con la gente, aunque no la hostelería. Los que eran dueños de La Santa nos ayudaban a mirar locales y nos plantearon quedarnos con el suyo. Tenía 25 años. No había acabado la carrera. Aún me queda Prehistoria de cuarto. Saqué quinto y cogí el bar en agosto. La idea era estar un par de años. Los anteriores propietarios eran súper modernos y la herencia recibida era muy fuerte".

Un espacio propio con miles de historias. "En La Santa estuve casi 30 años, como cliente y dueña. Siempre fui muy creativa y con el primer dinero que tuvimos trajimos a "Las Virtudes". Empezó a ser mi propio espacio. Aquello me llevó a poder conocer y tratar a gente muy interesante a la que no hubiera tenido acceso. Me sentía privilegiada. Como anfitriona, entablaba una relación más cercana".

A la reconquista del ocio . "Ahora el ocio es muy distinto. Oviedo ha cambiado. Echo de menos aquella elegancia afrancesada. Hay que recuperar los cines y las salas de exposiciones. Tiene que haber una revolución cultural. Debemos reconquistar todo aquello, recuperar la alegría. Es una obligación moral con las nuevas generaciones. No tenemos derecho a privarles de lo que nosotros vivimos. Tampoco me paro. Me encantan las redes sociales y tengo un proyecto para desarrollar en Internet relacionado con la vida después de los cincuenta, porque realmente hay vida, ya lo creo que sí. Le estoy dando vueltas. Hay que pasar de la queja a la exigencia".

"Cuando murió Carmen empecé a escribir un blog bastante triste. Fue como una terapia. La red tiene un poder inmenso, pero el anonimato da cabida a muchos cobardes. Terminé dejándolo. Las ausencias nos dejan huecos que a veces no se vuelven a llenar; hay que aprender a vivir con ellos. Tuve la suerte de haber compartido muchas cosas con Carmen, con Pita y con mi padre, al que perdí hace treinta años. Aún hoy veo a un señor elegante por la calle y pienso lo bien que le sentaría a él tal o cual cosa".