"Los enfermos de párkinson no son abuelillos que tiemblan, de hecho uno de cada cinco tiene menos de cincuenta años". La presidenta de la Federación Española de Párkinson, María Jesús Delgado, parte siempre de esta máxima antes de profundizar en la segunda enfermedad neurodegenerativa del mundo, sólo superada en número de afectados por el alzheimer. Así lo hizo ayer en el Auditorio Príncipe Felipe durante la presentación del Libro Blanco del Párkinson. La obra es una guía para los pacientes y sus familias "y una llamada de atención sobre sus necesidades, que pasan por recibir más terapias de rehabilitación".

Para Delgado, la mejor forma de conseguir nuevos tratamientos es que la multitud de asociaciones -representadas por la federación nacional- firmen un convenio de colaboración con el Ministerio de Salud, que ofrece terapias de logopedia y fisioterapia a través del Sistema Nacional de Salud. "No llegan a todos porque cada comunidad autónoma es un mundo, ni son suficientes para mejorar la calidad de vida de los enfermos", matiza la portavoz de la federación.

Las agrupaciones (como la Asociación Párkinson Asturias o la Asociación Párkinson Jovellanos) velan por los derechos de los pacientes, les asesoran y ofrecen tratamientos. "Nosotros no sabemos nada más que de párkinson, pero de párkinson lo sabemos todo", afirma Delgado con rotundidad. Por eso, insta al Estado a "usarles", es decir, a que el Sistema Nacional de Salud incluya en su programación los cursos específicos de párkinson. "Nuestros profesionales están muy preparados y podrían dar una excelente formación al personal sanitario de los hospitales, entre otras cosas". La presidenta de la Federación Española de Párkinson, estuvo ayer acompañada en el Auditorio por Hilda Álvarez, de Párkinson Asturias, y por Juan Tuñón, de Párkinson Jovellanos.

En España hay más de 160.000 familias con un enfermo de párkinson, y en Asturias hay unas 4.000. Los expertos hablan de familias y no únicamente de pacientes porque es una patología que repercute en el entorno de quien la sufre. "Los más allegados se convierten en cuidadores y su papel es fundamental en el proceso terapéutico", explica Delgado, que anima a "ser valientes" y afrontar que se trata de un proceso degenerativo que puede combatirse con el tratamiento adecuado: "Hay que tratar los efectos secundarios de la medicación además de los temblores".

Las personas que sufren párkinson tienen falta de dopamina (un neurotransmisor que está presente en diversas áreas del cerebro) por lo que toman "levodopa" para compensarla. Sin embargo, esta medicación puede ocasionar insomnio, sudoración y un exceso de salivación, entre otros síntomas, Además, el párkinson está asociado con la depresión. "Muchas personas que no presentan temblores van al médico de cabecera aquejados de depresión y tras un estudio se comprueba que es la promera fase del párkinson", explica Delgado, que matiza que "cada enfermo tiene su propio párkinson y sus propios síntomas".