"Me preocupa que no te preocupes". Si no te adhieres a esa variante del "cogito, ergo sum" de Descartes, en la que nos decimos a modo de certeza absoluta: "me preocupo, luego existo", es fácil que te encuentres con miradas de soslayo, es fácil que aparezcas ante los ojos de los demás como un rara avis, como una persona pasota, irresponsable, desafectada y desaprensiva. Nos dicen y nos decimos: "Me preocupa que no te preocupes; me preocupa no preocuparme". La preocupación no es un aliado en las soluciones. Con la preocupación me paralizo; permanezco inmóvil, como petrificado por la mirada de la gorgona Medusa. Tiene sus ventajas preocuparse, por ejemplo: "¡cómo voy a dejar de fumar en estos momentos de tanta preocupación!". La preocupación puede ser un recurso hábil. Te aporta justificaciones para seguir aferrado a conductas arraigadas. Puede resultar más fácil angustiarse que comprometerse con las cosas.

No hace mucho, me sorprendí ordenando, no mi sempiterno, pero sí un ya rancio desorden acumulado de varios meses. "¿Qué estoy haciendo?", me dije en un grito mudo. Encontré de inmediato la respuesta: la procastinación; estaba postergando una tarea, posponiendo lo más inmediato, lo preferente, el compromiso adquirido, y lo hacía porque la tarea, ardua, venía revestida de obstáculos, de dificultades, de dudas, de exigencias... Lo siguiente, le sucedió a Wayne Dyer: "La preocupación es una actividad del momento presente.

Si gastas tu vida actual inmovilizado por la preocupación que te inspira el futuro, puedes evitar el presente y lo que en él haya de amenaza". Dyer relata la siguiente historia: "?pasé un verano en Turquía, dando clases y escribiendo un libro sobre psicoterapia. Mi hija, que tenía siete años en aquel entonces, se había quedado en EE.UU. con su madre. Y a pesar de que me encanta escribir, encuentro que es una labor difícil y muy solitaria que requiere mucha autodisciplina. Cuando me sentaba frente a mi máquina de escribir con el papel en su sitio y los márgenes puestos, me daba cuenta de pronto que mis pensamientos habían volado hacia la pequeña Tracy Lynn. ¿Qué pasará si sale a andar en bicicleta por la calle y no mira por donde va? Espero que la esten vigilando si está en la piscina porque ella es bastante descuidada? Sin darme cuenta había pasado una hora y yo la había gastado preocupándome.Pero ¿era realmente en vano? Mientras pudiese gastar todos mis momentos presentes preocupándome, no tenía que luchar con las dificultades que se me presentaban cuando trataba de escribir.

Y ésta era una retribución estupenda realmente y que además me permite autodenominarme como persona cariñosa porque me preocupo por los demás. Dyer nos incita a preguntarnos: "¿De qué me estoy evadiendo al gastar este momento en preocupaciones?". También nos ofrece el mejor antídoto: la acción, para así no instalarnos en la inmovilidad que caracteriza a ese tipo de queja: "No puedo hacer absolutamente nada, ¡estoy tan preocupado!". Pero lo que procede es la acción: ocuparse en planificar, en buscar estrategias; orientarse hacia la resolución de aquello que esté bajo nuestro control, y no fregar hoy la loza limpia que se ensuciará mañana ni modular el ayer para conjugarlo en pretérito perfecto.