Amaneció el día plomizo en Oviedo para el Martes de Campo, muy poco primaveral y con una temperatura tirando a fresca que no invitaba a echarse a la calle en mangas de camisa. Pero el marco no estropeó la foto. Los parques y las calles de la ciudad se pusieron de bote en bote para celebrar una de las fiestas más representativas de la capital del Principado. Aunque aún no se ha inventado un sistema fiable para cuantificar personas en espacios abiertos, las fuentes policiales y de Protección Civil consultadas por este diario tienen muy claro que el de ayer fue el Martes de Campo "más masivo" de los últimos años.

Y no sólo eso, los encargados de velar por la seguridad de los participantes en la fiesta también han notado que las celebraciones cada vez están más extendidas por la ciudad, que el bollo no se come sólo en el Campo San Francisco y que cualquier rincón de la ciudad es bueno para descorchar la botella de vino. Parque de Invierno, Purificación Tomás, el Campillín, Buenavista, el Naranco, Ventanielles, Guillén Lafuerza... Hasta hubo quien celebró el Martes de Campo en el entorno de los juzgados de Llamaquique o en la pista Finlandesa. Gente por cada esquina de cada barrio ovetense. "Se nota mucho que está hasta los topes. Va a ser difícil encontrar un sitio para comer", vaticinaba Pedro Solís mientras recogía el bollo y la botella de vino en el Campo San Francisco, donde se repartieron más de 6.000 bolsas. Era alrededor de las doce del mediodía y el pulmón verde de la ciudad ya estaba a reventar.

El Campo San Francisco fue el lugar elegido por las familias para celebrar el día del bollo. Empanadas, tortillas, el abuelo, los tíos del pueblo, pitanzas de mesa y mantel en el paseo del Bombé, hinchables para los peques... El perfil del Martes de Campo tradicional, el de toda la vida. Sólo hubo una novedad destacable: los miembros del tripartito que gobierna en la ciudad brindaron juntos por primera vez en una jornada tan señalada e invitaron a su mesa al resto de los concejales con representación en el Ayuntamiento.

Pero no fueron los únicos que se pusieron morados con el menú del día del bollo. "Venimos todos los años, siempre hay muy buen ambiente", aseguró Aida Lago, de San Claudio, de donde eran también sus compañeros comensales: Luisi Menéndez, Mariel Álvarez, Faustino Iglesias, José Antonio Díaz y Ramón Álvarez. "Es una fiesta guapísima", concluyeron. Hubo madrugadoras, como las abuelas Mari Luz Marinero y Aurora Pantiga, que acudieron con sus nietos, Juan Gallego (6 años) y Álvaro Gallego, (8). Hubo abrazos, como el que se dieron al son de las gaitas Esther Álvarez y Estela Bedoya, encantadas de ser retratadas. El Bombé fue una fiesta con cielo encapotado, pero el tiempo aguantó. "Hoy no llueve en todo el día", predijo Javier Rodríguez. Y acertó.

“Una fiesta como ésta no la hay en Osaka”, asegura un japonés que estudia en Oviedo

Javier compartía mantel verde con Pilar Cuerdo, Eulalia Calvo y Florentino Casto y ofrecía una y otra vez empanada, bollo, “lo que queráis”. Sara Zapico y José Manuel González, con sus nietos Nicolás y Marcos, degustaban tortilla. “Venimos bien preparados”, sostenía Zapico orgullosa. Y era verdad, como lo estaban también Camino Maseda y su marido, Luis Pérez, sentados en una barandilla junto a sus hijos Alonso y Marina.

Esa fue la parte más tranquila de la fiesta, pero el Martes de Campo se vive a varias velocidades desde hace años. En el parque Purificación Tomás se dieron cita los más jóvenes -la media de edad no llegaba ni de lejos a los dieciocho- y se tomaron muchas menos empanadas y tortillas que garrafas de “calimocho”, botellas de cerveza y litros de vodka con refrescos de colores. Algunas, como Ana Olmos, Paula Martínez, Ana Suárez o Pilar López, fueron prudentes y sólo tomaron un poco de sidra para pasar el bollo. “Es la primera vez que venimos. Elegimos este parque porque está la gente de nuestra edad y por el momento nos lo estamos pasando muy bien”, señaló Paula Martínez haciendo de portavoz de la pandilla, integrada por chicas de 16 y 17 años. Jorge Vega, Álvaro García y Adrián Costas también estuvieron en el Purificación Tomás. “Traigo conmigo a ‘bobby’, un peluche que me acompaña desde que soy pequeño y que no quiero que se pierda una”, aseguraba mientras sostenía al muñeco sobre la cabeza.

Mientras tanto, Iris Bermejo firmaba en la camiseta de una amiga, decorando la prenda para el recuerdo. No fueron las únicas, ya que muchos de los jóvenes lucían mensajes y dedicatorias durante la fiesta. “Lo hacemos porque nos divierte y porque nos sirve para guardar como recuerdo. Tenemos las de otros años y siempre está bien leerlas de vez en cuando para acordarse de los días en los que lo pasamos bien”, afirmaba Bermejo.

Un punto intermedio entre el Campo San Francisco y el Purificación Tomás, en cuanto a intensidad se refiere, fue el Parque de Invierno. Allí se mezclaron las familias con los adolescentes, hubo termos con café y también competiciones como la “Olimpiada alcohólica”, un evento que consiste en una serie de pruebas en las que los perdedores beben como castigo por el bajo rendimiento. “Hay carreras de velocidad, una gymkana, preguntas de Trivial... el trofeo es algo simbólico, pero se trata de pasárselo bien”, explicó Adrián Gamazo, “Perti”, uno de los organizadores. Para bailar se llevaron una mesa de mezclas, un ordenador y dos potentes altavoces. En el Parque de Invierno también estuvieron un grupo de unos cuarenta estudiantes de Erasmus de un montón de nacionalidades. “Esto es una verdadera fiesta. Algo así no lo hay en Osaka”, acertó a decir el japonés Shota Noritake mientras lo celebraba junto a otros estudiantes extranjeros como Jessica Nali (Italia) o sus compatriotas Makoto Yamamoto y Taisuke Okiyama. También había jóvenes, turcos, griegos, bielorrusos o franceses.

También hubo quien optó por el parque Juan Mata o el Campillín para comer el bollo, concretamente en las carpas situadas en esos emplazamientos con motivo de las fiestas de Buenavista o el Antiguo. “Venimos aquí para apoyar a los organizadores de estas fiestas de barrio”, aseguró América Sánchez, mientras comía en el Campillín. Las migajas del bollo se repartieron ayer por toda la ciudad.