Fina Clemente es comerciante por herencia y vocación. Tiene 87 años y a estas alturas reconoce sin ningún tipo de disimulo, que carece de más aficiones que no sean ponerse a diario detrás del mostrador con su inconfundible bata de rayas. Para ella la tienda fue sustento y refugio, un escudo protector ante los avatares de una vida que en alguna ocasión la golpeó con dureza. Fina siguió adelante, con optimismo y tesón. Su voz suena como la de una joven y tan sólo se queja de que tiene que cuidarse un poco por los típicos achaques de la edad. Desde los catorce años vive apegada a la calle Mon, un rincón del Oviedo Antiguo que no siempre fue reducto de ocio y bares. La tendera lo sabe bien. Ella misma forma parte de esa historia de la ciudad que se fue con el progreso.

La adolescente que llegó a Oviedo en 1943. "Tenía catorce años cuando llegué a Oviedo en el año 1943. Venía de Grado, de donde era mi madre, María García, y donde nací. Mi misión era ayudar a mis abuelos maternos en la tienda de ultramarinos que tenían en la calle Mon. Mi abuelo, Sabiniano Clemente, vino de San Millán de los Caballeros (León) y fundó el negocio el once de noviembre de 1904. Tenía treinta años. Así consta en el contrato de arrendamiento suscrito con la misma fecha con el propietario del inmueble que después pasó a ser propiedad de la familia. Llevó más de setenta años detrás del mostrador y siempre he estado muy orgullosa de mi trabajo. Al principio mi abuelo pagaba dos pesetas diarias de alquiler a Baldomero Argüelles, propietario del inmueble. Una peseta y media era por el bajo y la otra media por la buhardilla donde vivía".

Alumna del Liceo y dependendienta ocasional. "Mis abuelos eran mayores y estaban contentos de tenerme con ellos. Me mandaron el colegio Liceo, en la misma calle Mon, que ya no existe, pero que tenía mucha fama entonces. Cuando tenía ratos libres también repartía los pedidos. Vendíamos de todo, desde almendras garrapiñadas a arena a granel y semillas. Yo me lo pasaba genial".

Testigo privilegiado de la historia de la ciudad. "El próximo 18 de febrero cumpliré 88 años. La verdad es que no tengo ninguna intención de jubilarme. Estar en la tienda es lo que más me gusta del mundo. Además me encanta bajar ya a primera hora, hasta la hora de l almuerzo. Por la tarde regreso hasta que cierro, a eso de las nueve. Atiendo a los clientes, preparo las facturas, hago los inventarios. Me gusta controlarlo todo, y eso que tengo una persona que me ayuda mucho y que se queda en la tienda cuando yo no puedo estar. El otro día, sin ir más lejos, me sentí un poco mal y tuve que subir a casa a descansar un poco".

Clientes que son como otra familia. "No podría expresar con palabras lo que ha significado esta tienda para mi. Muchas de las personas que entran son amigos, más que clientes. Presumo de tener una especie de familia paralela entre la gente que viene a comprar, pero también a comentar las cosas que pasan en la ciudad o a sacar algún tema para charlar un rato. Es cierto que necesitamos dinero para vivir con un poco de decoro, pero querer a los demás y sentirse querido es lo más importante que tenemos. Cuando yo empezaba también venía mucha gente de los pueblos del concejo a adquirir víveres para la semana. Todo estaba lleno de comercios. Ahora sólo hay bares, salvo tiendas como la mía y alguna más que se mantiene. Prefiero no pensar que pasará cuando yo no trabaje. Mis hijos y nietos tienen otras ocupaciones y carreras, aunque si algo he aprendido en la vida es que nunca se sabe lo que puede pasar. Ya veremos".

Aquellos famosos bocadillos de queso y chorizo. "Mucha gente se acuerda de los bocadillos, es verdad. Todavía los preparo si me los piden. Habré vendido miles, yo que sé. También regalé muchos. A veces se los daba a los jóvenes que veía en un estado no demasiado bueno. Ahora es diferente. Han cambiado los hábitos. La gente sale por la noche hasta las tantas y se abastecen en otro sitios".

La misa en San Tirso, siempre cerca de casa. "Nunca paseo por la ciudad. Me paso el día aquí metida. Antes si bajaba un poco por el centro para ver las tiendas. Eso sí, voy a misa a San Tirso que me queda bastante cerca. Me quedé viuda hace 35 años y perdí a mi hija mayor muy joven. Si no hubiera tenido este refugio habría terminado desquiciada en casa pensando. Algún fin de semana voy a León y los domingos madrugo menos, leo un poco y repaso facturas".

Comprar un par de manzanas. "Esas superficies grandes que están tan de moda machacaron al comercio pequeño. Las tiendas de toda la vida te venden lo que necesitas, desde dos manzanas a veinte kilos. El cliente no tiene necesidad de llevarse cinco kilos de patatas si realmente necesita mucho menos. ¡Quien iba a decirle a mi abuelo Sabiniano los aplausos que recibo yo en esta tienda".