Ena tierra melguerina

de los valles, y les fuentes,

y los visos, y les llombes,

fain los dientes de les cimes de cachinos de borrina,

de manadines de palombes,

y mentantu que la crucien con regüelu d'agasayu,

en sos campos de tomillo, de reseda y de cantuesu,

van poniendo selemente los míminos del orbayu,

van poniendo selemente pomparines de la fuente

con so besu...

(L'alborá de los malvises:los madrigales del bable)

Cuando tan solo restan unos meses para que se cumpla el 50 aniversario de su muerte no está de más recordar a Constantino Cabal Rubiera (1877-1967). Cronista Oficial de Asturias, sucesor en el cargo de Ciriaco Miguel Vigil y de Fermín Canella. "Jornalero de la pluma", como el mismo se autodenominaba, hombre enamorado de Asturias y sus tradiciones.

Digan lo que digan las circunstancias históricas, los finales del siglo XIX fueron tiempos de gloria para la ciudad del Carbayón. Intelectuales de gran talla impartían cátedra en nuestra Universidad, cuyo rector se llamaba León Salmeán. Por encima de todos ellos, destacaba la figura de Leopoldo Alas. No hace falta decir que hablamos del autor de "La Regenta", una de las mejores novelas en español de todos los tiempos, publicada en dos tomos (1884-1885); excepcional retrato de la sociedad ovetense de la época; tanto que, a partir de entonces, la capital del Principado comparte el nombre de Oviedo con el de Vetusta, propiedad indivisible de Ana Ozores, Ferrmín de Pas y Álvaro Mesía.

Pues, siete años antes de este acontecimiento literario, viene al mundo Constantino Cabal, no con un pan bajo el brazo, sino con el universo de las letras a su disposición como regalo de bautizo. Periodista, etnógrafo, folclorista, destacado investigador, delicioso poeta, novelista, dramaturgo y conversador sin par.

En la fábrica "La Amistad", industria pionera en Oviedo, trabajaba su padre que, a causa de una agresión con motivo de una huelga laboral, quedó casi ciego. Este fue la principal razón para que, al cumplir catorce años, tuviese que compatibilizar sus estudios en el Seminario con los trabajos de acólito en el convento de las Siervas de Jesús y el de gacetillero en el "El Carbayón", diario que tenía su sede en la calle Uría. Era el encargado de recoger las informaciones oficiales del Ayuntamiento y del Gobierno Civil para picarlas antes de la medianoche. En sus páginas da los primeros pasos en lo que con el tiempo se convertiría en oficio y pasión: el periodismo. Así, además, lograba aportar unos dineritos mensuales a un hogar aquejado de penuria económica.

Al igual que Ramón Pérez de Ayala, fue alumno y protegido del maestro de instrucción primaria Juan Rodríguez Muñiz, personaje del que hay un busto en el Campo de San Francisco. En los comienzos del siglo XX escribe y publica dos novelas: "Psique" y "Las memorias de un enfermo". Empieza a colaborar en el semanario "El Zurriago Social". Al comprobar que la situación económica de la familia no mejora decide emprender la aventura de la emigración. En 1905, se va a hacer las Américas. Nada más poner los pies en Cuba conoce a otro escritor asturiano, Juan Bances Conde, que le presenta al director del prestigioso "Diario de la Marina", Nicolás Rivero, que, de inmediato, le contrata como redactor. Al fallecer, en 1908, el poeta gallego Curros Enríquez, recibe su testigo en la sección de política española.

En La Habana conoce a una guapísima mujer, Mercedes Valero, como él escritora, que sería el amor de su vida y con la que tuvo dos hijos, asimismo periodistas: Mercedes y Juan Luis. En 1914 retorna de Cuba y, para seguir a diario los acontecimientos políticos de la época, se instala en Madrid y cada día envía sus crónicas al "Diario de la Marina". Desde 1925 hasta el otoño del 27 fue director del periódico ovetense "Región", cargo que abandona para dirigir "El Día de Palencia". En 1930 la Diputación Provincial le nombra Cronista Oficial de Asturias y también director de la Biblioteca provincial; un año después, con la proclamación de la República, es destituido por habérselos proporcionado la Dictadura. Los convulsos años treinta en España le obligan a irse a Portugal, más tarde retorna a Cuba y, al final de la Guerra Civil, vuelve a Asturias para quedarse.

Parece que estoy viendo a aquel hombre de blanquísimo pelo y serena expresión; con un cuarto de poeta para todo, otro cuarto de investigador, un tercero de aventurero, más un cuarto de andarín. Escaso símil de una personalidad que irradia sabiduría desde la modestia. Siempre con un manojo de libros bajo el brazo; uno más, para no desperdiciar el tiempo mientras caminaba, abierto entre las nerviosas manos.

A pesar de la gran diferencia de edad, tuve la suerte de charlar con él en infinidad de ocasiones. No llegó a extrañarme, aunque sí me produjo intensa emoción, la primera vez que le visité en su domicilio de la falda del Naranco; la vista le había jugado una mala pasada y ya no podía recrearse con la mayor pasión de su vida: los libros, su lectura y la pluma.

Sin embargo, durante el tiempo que pasamos en aquel salón preñado de libros, él, sentado en un sofá de orejas con uno entre las manos, gozaba acariciando portada y lomo; a veces lo abría y, con parsimonia, deslizaba la yema de los dedos entre sus páginas. ¡Qué ternura!

Siempre llevaba los bolsillos de la chaqueta llenos de fichas con notas manuscritas, caligrafiadas con tinta azul y aquella letra, menuda pero legible, que delataba perfección y rigor. ¡Y el mueble en que las guardaba! Hecho a medida con infinidad de cajones para ordenarlas. ¡Un gran tesoro! Recuerdo que pude hojearlo cuando su hija y buena amiga mía, Merceditas, me pidió que ordenase los miles de libros acumulados por su padre en toda una larga vida, para donarlos a un ente público. ¡Qué país! Toda una odisea el conseguir que alguno los admitiera. Tanto que, harto de tanta miseria mental, llegué a recomendarle que los vendiera y se fuera a pasar una buena temporada a Cuba, viaje que mucho le apetecía. Al final, con buen criterio, el Instituto de Estudios Asturianos (de aquella aún no era Real) se hizo cargo de la gran biblioteca, junto con el sobresaliente fichero.

"Ríos de poesía y de belleza, quizá los más hermosos de los ríos". Así podemos titular su importante y dilatada obra. En 1918, la Imprenta G. López de Horno, de Madrid, publica una de sus obras cumbre "Covadonga", deliciosa historia de la Cueva y sus tradiciones, de Pelayo y los sarracenos, de crónicas y cronicones, de Munuza y Abamia, de Torquemada y los canónigos?

Como el mismo Cabal dice "El paisaje de Asturias está lleno de savia mitológica. Una historia en cada una de sus cumbres?", por ello la recorre de cabo a rabo y se entrevista con los más ancianos de cada lugar y va recopilando cuentos, leyendas y tradiciones. Editorial Voluntad de Madrid publica, en 1924, "Los cuentos tradicionales asturianos", preciosa antología, probablemente la más apropiada para sembrar en la mente de los niños el hábito de leer y el amor a nuestras raíces.

Entre 1925 y 1931 publica, en tres tomos, la "Mitología asturiana". Los dioses de la muerte dan vida a Trasgu, Huestia, Sumiciu, Coco, Ventolín, Busgosu, Diaños, Guirrios... Los dioses de la vida y del agua a xanas con cabellos de oro; los dioses de la tierra a cuélebres y culebrones. El sacerdocio del diablo trata de magos, ánimas, guaxas, nuberus, brujas, amuletos, conjuros, mal de ojo? Por algo en Asturias los mitos son adorno de sus fuentes, de sus sendas, de sus bosques, de sus nubes?

El espacio no da para más, aunque no quisiera finalizar el escrito sin mencionar otra pequeña muestra de sus obras: "Del folclore asturiano" (1923); "Don Fermín Canella" (1941); "La Divina Peregrina" (1948); "Capitán de romancero" (1949); "La sementera de sal".

Dejo para el final su obra más ambiciosa, el "Diccionario folclórico asturiano", extenso proyecto del que se publicaron seis tomos. El primero (1951), corresponde a las palabras A-Agricultura, y el sexto (1984), a las de Apodo- Arriero. El resto se conserva en el fichero.

El bagaje literario de Constantino Cabal no merece finalizar en las aguas del olvido. Recordar el 50 aniversario de su muerte con trabajos y conferencias sobre su obra, más la reedición de alguno de sus libros, daría prestigio a nuestra memoria histórica. ¿A quién le corresponde hacerlo?