Algunos lo recordarán. Recién ascendidos por primera vez de Tercera a Segunda B, el Real Oviedo iniciaba la liga en el Sardinero ante el filial del Racing de Santander. Fuimos con la ilusión lógica de cada inicio de liga, pero también con la confianza de que nuestro paso por la tercera categoría del fútbol español sería más bien efímera. Bastaron cuatro goles como cuatro bofetones para caer en la cuenta de que el tiempo no se había congelado en nuestra ausencia y de que, mientras nosotros peleábamos por sobrevivir y asomar la cabeza, otros evolucionaban y crecían.

Después de más de una década en categorías no profesionales, más allá de lo deportivo, que es primordial, será clave la gestión de las expectativas y del alma de la afición. Venimos de una serie de temporadas en las que el equipo (salvo en muy contadas excepciones), ha sido el único equipo de verdad de su categoría. Temporadas, como las últimas de Tercera, en las que solo se pensaba en mayo. Temporadas, como casi todas de las de Segunda B, en las que se miraba permanentemente hacia arriba, porque considerábamos que la historia nos lo debía.

Este año, sin embargo, tendremos frente a nosotros, por ejemplo, a un campeón de varias copas del Rey y de la extinta Recopa de Europa (la jugaban los campeones de la copa de cada país) o a un finalista de la UEFA. Habrá tres equipos que nos preceden en la clasificación histórica de la Liga y varios rivales que llevan muchos años aprendiendo a vivir en la Segunda División. Y será vital afrontar la competición con la mentalidad de la grada sintonizada con las nuevas circunstancias.

El lema "Humildad y corazón" adoptado por el club el año pasado tiene que estar ahora más vigente que nunca entre la afición. Y debe hacerlo sobre todo por la imagen de la entidad. Los oviedistas llevamos muchos años creyéndonos el ombligo del mundo y de alguna manera era así, ya que enfrente apenas hemos tenido grandes rivales o aficiones. Acostumbrados a batir récords de asistencia y a cifras inigualables, ahora volveremos de golpe a un mundo que nos saca más de una década de evolución. Y sería fantástico entrar con las formas que siempre nos han caracterizado y con cara de "¿se puede?".

Nuestra situación actual es envidiable, y eso requiere una esfuerzo extra por parte de todos. Gestionar bonanza es mucho más complicado que hacerlo con la miseria. El sufrimiento pasado y la experiencia adquirida deberían ayudarnos a todos a ser respetuosos, por ejemplo, con los rivales que lo están pasando mal económicamente (aunque algunos se hayan reído de nosotros en su día). En todos estos años de lucha y sacrificio, nos hemos ganado el respeto del fútbol mundial, y la humildad será clave para seguir teniendo esa imagen y generar buen ambiente allá donde vayamos.

Y para que esa humildad persista, para que nunca perdamos el alma que nos salvó y que atrajo al grupo Carso a Oviedo, tenemos que seguir guardando nuestras esencias como si fueran oro. Y para ello son necesarios la crítica con argumentos y el debate. Uno solo crítica aquello que realmente ama, y lo hace porque busca una perfección que seguramente no exista, pero esa es la forma de avanzar y de ser mejores cada día sin perder la personalidad.

La demencia azul me lleva, cada inicio de liga, a fantasear con jugar la Champions sin pasar tan siquiera por la Primera División. La razón azul, que por lógica ocupa cada vez más sitio, obliga a pensar en asentar al equipo y pelear cada balón como si fuera el último, a apoyar en la derrota y recordar que un minuto es un mundo. Pero sobre todo me lleva a pensar que es el momento de confirmar al planeta lo que llevamos 13 años anunciando desde los infiernos: que esta afición no es mejor ni peor que las demás, sino diferente, y no olvidará lo aprendido en todos estos años y sabrá adaptarse a la nueva situación con orgullo, valor y garra. Y que el objetivo de esta temporada es ganar al Lugo, claro.