La única manera de vencer el miedo a las alturas es acostumbrarse a vivir en ellas. Sabemos que hay equipos de fútbol que cuando se ven cerca de la cima les entra el deseo de mirar hacia abajo y padecen a continuación un ataque de vértigo. Según el vademécum futbolístico, el vértigo es la consecuencia de un desplazamiento inesperado; de una ocupación imprevista. Que un equipo recién ascendido se coloque en los puestos de privilegio hacia la máxima categoría es un "ocupa Wall Street", una invasión bárbara que indigesta a gatopardos y señores feudales que se creían los propietarios de las mejores plazas. Porque, historia y valor de la plantilla aparte, el Real Oviedo ha despedido el año más pendiente de los sueños que de la realidad. Un amenazante enero pondrá a prueba a un insurrecto con abolengo, pero insurrecto al fin y al cabo. Antiguos inquilinos como Zaragoza, Lugo u Osasuna medirán nuestro juego y nuestro entusiasmo.
Pero no debe cundir el pánico: por mucho que las suaves temperaturas hayan disfrazado de primavera los días pasados, aún estamos en invierno. Todavía queda mucho por jugar: para lo bueno y para lo malo. Y nunca una certeza fue tan preventiva y quién sabe si tan consoladora. Es comprensible y hasta enternecedor querer zampar el segundo plato sin haber degustado el primero, o lo que es lo mismo: verse en Primera cuando apenas hemos llegado a Segunda. A partir de ahora, y salvo nuevo aviso, cada jornada supondrá un test sobre si padecemos o no mal de altura. Dejado atrás un partido peliagudo contra el Leganés, seguimos ahí: felices intrusos contraviniendo reglas y tradiciones. Qué sería del fútbol si no fuera por sus variadas excepciones a lo largo de su existencia.
Uno de los síntomas frecuentes del vértigo es sentir que el mundo está girando en torno a ti. Dicho síntoma es el prólogo a un derrumbe o una vida condenada a la horizontalidad. Visto en una clave distinta, sentir que el mundo gira en torno a ti se llama egocentrismo.
Apelemos a la astronomía: muchos son los asteroides, pocos los planetas. El Oviedo, de momento, es un asteroide. Para volver a ser planeta se precisa de una perseverancia en lo deportivo de la que se careció en los últimos años. Fíjense lo bonitas y clarificadoras que son las definiciones del diccionario de la RAE: planeta lo define como un cuerpo sólido celeste que gira alrededor de una estrella y que se hace visible por la luz que refleja. Hacerse visible por la luz que refleja, ¿acaso no es lo que equipo y afición intentan domingo a domingo?
El asteroide es más pequeño, tiene una naturaleza rocosa (interesante dato) y, a veces, como nos descubrió Antoine de Saint-Exúpery, lo habitan inspirados anfitriones. En nuestro asteroide azul (denominado M-31 por la Confederación Internacional de Astronomía Fantástica) dispensa dosis de prudencia y sensatez el míster Egea. Con su facilidad para el aforismo, ha asegurado a este periódico que "no ascender sería una desilusión, pero no un fracaso". Y no le falta razón: desilusionarse es tropezar, fracasar es haber creído que todo giraba en torno a ti.