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Dos en la carrera / Kilómetro 18

El Oviedo acelera el ritmo y el Sporting acentúa su desfondamiento

La maratón de la Segunda División está registrando un cambio que ha encontrado a los rivales asturianos en condiciones diametralmente opuestas

En las carreras largas es fundamental estar atentos a los cambios de ritmo que producen cortes, pues éstos pueden llegar a ser irremediables. Y no basta con eso: hay que tener fuerzas para responder. La maratón de la Segunda División está registrando una de esas situaciones y el acelerón en la cabeza de la carrera ha encontrado a los rivales asturianos en condiciones diametralmente opuestas. Mientras el Oviedo reacciona con una admirable energía, el Sporting evidencia un tremendo desfondamiento. La consecuencia es que los azules tienen ahora tantos puntos como el Rayo, que cierra el paquete del play-off, mientras que el Sporting se encuentra equidistante tanto de los puestos que premian con la promoción de ascenso como de los que castigan con el descenso.

EL OVIEDO SE SUPERA

Jornada a jornada el Oviedo va superando asignaturas pendientes. Después de hacerse fuerte en casa, ha empezado a ganar fuera. Y ahora, por primera vez en la competición, ha encadenado tres victorias seguidas. Es en estos momentos un equipo fiable que transmite la sensación de atreverse a todo. Y, lo que es más importante, que cree en ello. Si había dudas sobre su capacidad, las ha sabido desvanecer con carácter. Osasuna, un rival directo en aspiraciones, pudo comprobarlo en un partido disputado en unas condiciones que, por extremas, sometieron a los equipos a una prueba excepcional.

Con "Ana" como aliado. La borrasca "Ana", que barrió a Asturias, dejó en evidencia la eficacia del último intento realizado para convertir el terreno del Carlos Tartiere en un terreno de juego presentable. La ciénaga sobre la que salieron a jugar Oviedo y Osasuna no beneficiaba de antemano a ninguno de los dos, pero fue el Oviedo el que supo convertirla en su aliado. Para ello le resultó fundamental adelantarse pronto en el marcador. Y no fue casualidad que lo hiciera.

Salir con fuerza. Una de las señas de identidad de las que ha dotado Anquela al Oviedo es la fuerza con que inicia el juego, ya sea en los comienzos de partido como en las reanudaciones. Ante Osasuna ese empuje estuvo a prueba de desencantos, como el penalty fallado por Rocha en el minuto 6, pues el equipo azul se sobrepuso para en seguida lograr un gol. Que lo consiguiera Diegui Johannesson no fue casualidad, pues en todos los partidos los busca. Y fue un gol muy importante, porque permitió al Oviedo hacer el partido que más le convenía, en el que la disciplina táctica, la seriedad y la concentración iban a ser más importantes que la inspiración, pues las condiciones del terreno limitaban, cuando no impedían por completo, los alardes técnicos. El público celebró mucho los intentos de Yeboah de hacer filigranas sobre el fangal. E hizo bien, pues resultaron positivas para el Oviedo, en la medida en que con ellas el equipo, con ventaja en el marcador, ganaba tiempo y cargaba de faltas al rival. Pero hubieran tenido poco sentido si el Oviedo hubiese estado obligado a buscar el gol.

Un equipo que funciona. La prueba extrema a que emplazaron los elementos vino a confirmar que el equipo que ha logrado armar Anquela funciona. Osasuna apenas tuvo ocasiones. Sólo remató con peligro en dos oportunidades, pero sin que en ellas Alfonso tuviera que intervenir. En una defensa comandada con autoridad por Forlín, Christian Fernández y Carlos Hernández hicieron quites providenciales y el segundo tapó un tiro de Lucas Torró que llevaba mucho peligro. El Oviedo ocupó bien el terreno y, aunque arriesgó lo justo, no dejó de puntear ocasiones, en las que el toque de Berjón y el poderío de Diegui y Mossa se dejaron notar. Pero en los azules lo que primó fue el sacrificio de todos.

Un partido de titanes. Sería injusto no reconocer admirativamente también ese sacrificio en los jugadores de Osasuna. Los dos equipos asumieron el reto de jugar sobre aquel fangal. Y es de elogiar de modo especial que lo hicieran con generosidad como nobleza, un empeño que, literalmente, desbordó el propio terreno de juego. Y es que si el partido dejó una anécdota para el recuerdo fue la del minuto 69, cuando Lillo, al tratar de llegar a un balón, resbaló sobre el barro y no sólo rebasó la línea sino que arrolló al entrenador del Oviedo para caer con él dentro del foso que alojaba al banquillo azul.

Un Sporting de llorar

Al final del primer tiempo del partido del pasado viernes las cámaras de televisión captaron unos planos de los seguidores sportinguistas que, a pesar de lo que viene cayendo, acompañaron a su equipo al Mini Estadi. Decir que las imágenes mostraban desolación sería quedarse corto. El Sporting perdía entonces por 2-0 pero la decepción que mostraban los semblantes de aquellos aficionados no era la que produce la derrota sino algo peor, la que provoca la humillación. Ese puñado de maltratados seguidores apenas necesitó del estímulo de un gol a favor pocos minutos después para ilusionarse -y bien que se les oyó hasta qué punto- con lo que pareció que iba a ser la reacción de su equipo. Pero no pasó de fugaz espejismo. La breve exaltación de ese desahogo haría más duro el deslizamiento hacia el fracaso final, tanto más doloroso en cuanto que enlaza con una serie de desastres que no parece tener interrupción. El Sporting es ahora mismo un equipo de llorar.

El semblante de Herrera. Seguro que nadie lo sufre tanto como su entrenador. El demudado semblante de Herrera al sentarse en el banquillo al comienzo de la segunda parte y su gesto de hundir la cabeza entre las manos parecían indicar que Herrera está entregado a lo irremediable. Y si no lo está y busca soluciones, no le funcionan. Como las desgracias tienden a ser acumulativas, las lesiones están castigando al equipo cuando más daño podían hacer. Ninguna, como era de temer, más que la de Sergio. Pero pasando por alto las dudas sobre una preparación adecuada que pueden despertar tantas lesiones musculares, que no es poco pasar, lo evidente es que en el Sporting actual falla todo. Tanto que el equipo gijonés se ha convertido en un verdadero reconstituyente para los rivales a los que se enfrenta. El Barcelona B, que llevaba siete partidos sin ganar, fue el último en beneficiarse.

Ni atrás ni delante. El desmoronamiento del Sporting es general. Hacerle goles se ha puesto barato. Aleñá debió de pellizcarse después de que le dejaran tan solo en la jugada del primer gol barcelonista. Y el excelente Arnaiz, que ya le marcó un gol estupendo al Oviedo en esta temporada, se escapó desde lejos para marcar el segundo. Otra escapada en solitario, esta vez como consecuencia de un fallo clamoroso de la defensa en el centro del campo, pudo suponer el 3-0 nada más iniciada la segunda parte, pero Aleñá tuvo quizá demasiado tiempo para pensar y Mariño le ganó el mano a mano. Vino pronto, sin embargo, el gol de Álex Pérez en la segunda jugada de un córner y al Sporting le surgió la oportunidad de remontar que hasta entonces ni se le había insinuado. El Barcelona B, como equipo filial de un grande -grandísimo en su caso-, tiende a ser más un grupo de individualidades brillantes que un equipo con cuajo y por unos momentos cedió. Pero al Sporting le faltaron entonces recursos para dar la vuelta al marcador. Ni se vieron sobre el terreno ni se hallaron desde el banquillo. Herrera volvió a insistir en el falso remedio de acumular delanteros. Durante media hora jugó con tres. Dio lo mismo porque les faltaba lo esencial: que recibieran balones en condiciones. Y es que el Sporting hizo lo que más que le convenía a los azulgrana, recurrir al juego directo como único sistema de ataque. En cuanto el equipo vestido de blanco se hacía con el balón, lo mandaba hacia el área barcelonista. Una y otra vez los centrales sportinguistas, así como Álex Pérez, que por oficio venía a ser lo mismo, bombeaban centros frontales hacia sus homólogos del Barcelona B para que Fali, Cuenca y compañía los devolvieran, uno tras otro. No importó que, intento tras intento, los delanteros sportinguistas no alcanzasen un solo envío: sus compañeros insistían en el despropósito. Fue algo tan absurdamente contumaz que pareció más premeditación táctica que casualidad. En todo caso, una manifestación de impotencia. De todo ese equívoco juego ataque sólo salió un remate, el tiro de Santos en el minuto 80 que pasó rozando el poste.

Méndez, mal día. Quizá no fue casualidad que esa aproximación al gol llegase tras el rebote que siguió a una jugada de Nacho Méndez por la izquierda, en la medida en que fue de los pocos que intentaron arriesgar con el balón. Para el luanquín no fue, de todos modos, el mejor día para volver al primer equipo. Tuvo mala suerte al chocar su cabeza con la de Busquets en los primeros minutos del partido. Apuntó detalles, como los recursos para defender el balón o la intención y el temple en el pase. Y también defectos, como la lentitud para iniciar la jugada. Pero quizá hubiera sido excesivo pedirle más en un partido en el que le rodearon un exceso de desorden y precipitación y, lo que es peor, una moral de derrota como la que caracteriza al Sporting actual.

Un cese inevitable. Escrito todo lo anterior, llega la noticia del cese de Herrera. Entraba dentro de lo previsible. Seguramente es lo mejor para todos, comenzando por el propio afectado, para quien últimamente cada partido se estaba convirtiendo en una tortura.

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