El Oviedo bajó ayer el telón del año con la victoria más redonda de la temporada y se ajustó un broche de oro formidable que le permite despedirse por todo lo alto. Los azules descorcharon su mejor botella y se marcaron un brindis imponente que dejó al Tartiere tocando las castañuelas y más feliz que una perdiz. A Papá Noel no le quedará otra esta noche que vestirse de azul y blanco para no desentonar. Exhuberante, con cinco victorias consecutivas, siete de las últimas ocho y cuatro partidos con la portería cerrada a cal y canto, el Oviedo hoy es tendencia sin ninguna discusión.

El festival navideño de ayer confirmó la fortaleza, física y mental, del equipo azul, ahora sí un depredador temible para la mayoría de los equipos de Segunda, inalcanzable para conjuntos bienintencionados y tiernos como la Cultural Leonesa, que olfatea pero no muerte, con más valentía que chicha.

El equipo de Anquela prolongó su cotillón con un banquete variado que mostró muchas cosas de su trabajado repertorio. Al principio, eligió el modelo clásico que le ha disparado estas semanas hacia el infinito: orden, intensidad y aguijón. Así, en diez minutos, tenía amarrado el botín. Después, con el partido cuesta abajo, se puso a improvisar algún verso y lo hizo también estupendamente. Siempre competitivos, los azules protagonizaron tras el descanso fases de muy buen juego en una segunda mitad de auténtico éxtasis en el Tartiere. El espectacular rugido de las gradas, iluminadas con el equipo, de olé en olé, anuncia una lógica euforia entre el oviedismo que conviene cuanto antes rebajar: la siguiente parada es en Huesca.

La pena, en cualquier caso, es que se termine un año que ha situado al Oviedo, muchas penas y mucho sufrimiento después, a la cabeza del fútbol regional. A punto de llegar a la mitad del camino, los azules, con el viento de cara, son terceros clasificados, a un sólo punto del ascenso directo. La situación es privilegiada: el conjunto carbayón depende de sí mismo para cerrar la primera vuelta en los puestos con billete a Primera. Quién iba a apostar por ello hace dos meses. La monumental escalada deja un pleno al quince que no conseguía el Oviedo en el fútbol profesional desde la temporada 1887-1888, hace treinta años. Para los supersticiosos o los amantes de las casualidades, aquél fue el año del último ascenso a Primera. Hoy es Nochebuena y mañana Navidad. Dulce Navidad. Buen momento para soñar fuerte.

Como la cosa va tan bien, había cierta desconfianza con el partido de ayer. Ya se sabe que la euforia no es buena consejera y que en Segunda cualquiera te baja los humos. Contra ese temor asomó el mejor analgésico: una puesta en escena espectacular, césped a margen, que acaloró pronto al equipo azul. No hubo sorpresas en un once en el que apareció Ñíguez.

El guión del partido fue el anunciado, ajustado a la personalidad de cada contendiente. La Cultural es un equipo aseado y con buenos propósitos que se explica desde el juego de asociación. En una alfombra o en un patatal, nunca renuncia a componer. El Oviedo no le da tanta importancia a la poesía y es más de guerrear y sacar el hacha. Se comprobó a los diez minutos. Diegui se echó al monte con potencia, la pelota la recogió Ñíguez en el área, se la puso en la izquierda con un recorte y mandó la pelota a la red. A la primera, la vencida. Con inercia positiva suceden cosas así.

El tempranero tanto no sólo agitó más aún al Tartiere sino que allanó el camino al grupo de Anquela, que encontró en la ventaja más motivos para ceder la pelota al rival y prepararse para contragolpear. Su traje favorito. En una de sus cabalgadas, Berjón remató alto. El equipo leonés, fino y tibio a la vez, asumió los galones y se arrimó el área una y otra vez con más voluntad que peligro. Cuando le dio por abrir una rendija, tropezó con Alfonso. Buendía se deslizó por la frontal y filtró un pase. Aridai lo vio claro: recorte y gol. No contaba con la manopla fuerte de Alfonso, que le quitó el balón. El toledano es el ejemplo de que hoy todo sale a pedir de boca: fue entrar él y el Oviedo no volver a perder.

Sin mayores agobios atrás, imperiales de nuevo los tres centrales, los azules inclinaron entonces el partido hacia la derecha, territorio Diegui. Por ese costado, el canterano es hoy un puñal. Sus peculiares embestidas están de moda. Ayer tuvo una con la que pudo sentenciar antes del descanso. Berjón, que tiene un guante de oro, le dejó sólo ante Jesús Fernández con mucho tiempo para pensar. Demasiado, quizá. El canterano no vio que a su izquierda se la pedía Aarón Ñíguez, así que avanzó y disparó centrado, flojo, al cuerpo del meta, muy precipitado.

Había fiesta en el descanso, así que los azules se cambiaron el smoking y ofrecieron otro concierto tras la reanudación. El Oviedo de la segunda parte agarró el micrófono y se puso a dirigir la fiesta. Mossa y Berjón pidiendo protagonismo en la izquierda y desde ahí llegó la traca. Rocha tiró alta una falta, Linares rozó el gol tras una genial asistencia de Mossa antes del 2-0 que rompió definitivamente el choque. Berjón tocó suave la falta y se la puso perfecta a Carlos Hernández, que cabeceó a gol con su vendaje. Fue el gol de dos grandes amigos: Berjón y Carlos han hecho excelentes migas en un vestuario unido como el azul.

El tanto arrodilló sin remedio a la Cultural, que no tuvo ninguna llegada clara, y dejó paso al recital. El Oviedo combinaba rápido y llegaba fácil. Seguro atrás y eléctrico adelante. Mossa le puso un centro a Ñíguez que cabeceó al poste y a Linares se le fue desviado un zurdazo. La guinda la puso Cotugno con un gol de cabeza tras una pelota puesta por Linares. El mundo al revés: un delantero centrando y un lateral rematando en el área.

Suena estupendo el villancico de este Oviedo, al que ahora mismo, con semejante entusiasmo, no se le averiguan notas discordantes. Aunque tardó en decantarse por la partitura buena, unos cuantos lesionados y varios revolcones mediante, Anquela ha logrado afinar al equipo y meterlo en la buena onda antes del ecuador de la competición. Atrás, en los inicios del lejano otoño, quedan ya los malos augurios y los equivocados vaticinios. El técnico se ha ganado sobradamente el turrón y es el principal exponente del Oviedo más ilusionante en mucho tiempo.