La obesidad se ha convertido en uno de los principales problemas de salud pública en todo el mundo. La obesidad, y especialmente la abdominal (cintura superior a 102 centímetros en varones y 88 centímetros en mujeres), aumentan el riesgo de muerte y el de sufrir hasta 53 enfermedades crónicas diferentes, incluidas la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer.

En Asturias, la Dirección General de Salud Pública, en colaboración con investigadores del área de Fisiología de la Universidad de Oviedo y del servicio de endocrinología del HUCA, está llevando a cabo uno de los mayores estudios a nivel europeo sobre el impacto de diversos factores nutricionales y la salud: el estudio EPIC. A modo de ejemplo, y en relación con lo comentado anteriormente, cabe destacar que en dicho estudio se ha observado que, tras veinte años de seguimiento, entre las personas que han mantenido su peso dentro de los límites recomendados prácticamente ninguna ha desarrollado diabetes (un solo caso hasta ahora). Por el contrario, entre las que ahora son obesas, un 33 por ciento de los varones y un 13 por ciento de las mujeres han desarrollado diabetes.

Hoy sabemos que, si bien la obesidad es el resultado de un desequilibrio entre la energía que consumimos y la que necesitamos, su desarrollo está condicionado por una gran diversidad de causas. Factores políticos, sociales, económicos, culturales, genéticos, psicológicos, fisiológicos... condicionan la probabilidad de desarrollar obesidad. La respuesta a por qué algunas personas almacenan grasa en exceso no es tan sencilla como en principio pudiera parecer.

Uno de los factores que puede estar implicado tiene que ver con la hora de la ingesta. Por ejemplo, experimentos con animales de laboratorio a los que se les suministró una comida idéntica en composición y a los que únicamente se les variaba la hora a la que se les suministraba la cena mostraron que aquellos que cenaban en el entorno de las once de la noche engordaban más que los que lo hacían a las siete de la tarde. Esto estaría en relación con el hecho de que la mayoría de las especies tienen un horario "natural", conectado con los ritmos de luz solar, para alimentarse, y es en ese horario donde se produce una metabolización óptima de los nutrientes. El ser humano es un animal diurno diseñado para levantarse con la luz del día, alimentarse y moverse para buscar alimento a lo largo del período diurno, mientras que, por el contrario, con la llegada de la oscuridad, el descanso debe conllevar muchas horas de prácticamente nula actividad física y de ayuno.

Nuestro cerebro dispone de un grupo de neuronas que actúan como un verdadero director de orquesta, conectadas de un lado con receptores de luz situados en la retina, para saber en qué momento del ciclo luz-oscuridad se encuentra, y de otro con el sistema hormonal y el sistema nervioso autónomo. Este sistema se conecta a su vez con nuestros órganos (hígado, corazón, tubo digestivo, páncreas...) para preparar las miles de funciones necesarias para la vida en cada momento del día, es decir, estableciendo ritmos en el funcionamiento de nuestro organismo. Por ejemplo, la temperatura corporal desciende por la noche y cuando se acerca el alba comienza nuevamente a subir preparando el organismo para las funciones propias del despertar en un nuevo día. Algunas hormonas se liberan en mayor cantidad por la noche, como la melatonina, la hormona de crecimiento o la prolactina; otras, al amanecer, como el cortisol para poner en marcha el organismo...

Los cambios acontecidos en nuestra sociedad, sobre todo en las últimas décadas, han modificado notablemente las condiciones ambientales previas. La presencia de luz artificial ha aumentado el tiempo en el que se pueden hacer actividades; los horarios de trabajo, predominantemente matutinos, exigen la utilización del despertador para interrumpir el sueño; los nuevos alimentos tienen una densidad energética elevada; el uso de medios electrónicos que retrasan la hora de descanso o la utilización de móviles y tabletas, que con frecuencia se encienden una vez apagadas las luces, rompiendo la oscuridad, así como el cambio en los horarios de actividad y comida durante el fin de semana, originan un verdadero "jet-lag" social que afecta a los ritmos fisiológicos "naturales" del organismo (lo que se conoce como cronodisrupción).

En este sentido, algunas evidencias señalan que, cuando se consumen grasas en las horas en las que las enzimas encargadas de metabolizarlas están en niveles más bajos (por la noche), o cuando se consumen azúcares a última hora del día, el organismo tiene más dificultades para procesar esos nutrientes y tiende a generar más depósitos de grasa en lugares no habituales, especialmente alrededor de las vísceras.

Igualmente, observaciones en humanos señalan que las personas que duermen pocas horas o que trabajan a turnos tienden a desarrollar obesidad con mayor frecuencia, en parte porque comen a horas inhabituales y también en parte porque se altera el patrón hormonal habitual.

De ahí, que empecemos a pensar que no sólo es importante qué y cuánto comemos sino también cuándo lo comemos (lo que se conoce como cronodieta). Éste es uno de los objetivos que nos hemos propuesto en el mencionado estudio EPIC y así, con la colaboración de cientos de asturianos y asturianas, queremos aportar nuevas claves que nos ayuden a comprender cómo podemos, como individuos y como sociedad, reducir las cifras de obesidad y mejorar nuestra salud.