Villanías de poderosos ante la mirada de los ciudadanos. ¿Reacción? La moral católica las considera consecuencia del vacío ético, del relativismo y del individualismo. La ética las califica de impresentables y sometibles al veredicto de una sociedad democrática y moral. Y la sociología alerta de la excesiva personalización de la actividad política y de sus protagonistas. Pero sobre todo ello vendría a planear la hipocresía de los ciudadanos, que podrían estar demandando a sus hombres públicos una corrección en los comportamientos que los individuos no practican en sus vidas.

Varios casos de villanías por parte de personajes públicos o relevantes se han acumulado recientemente. El cineasta Roman Polanski ha sido detenido Suiza por violar en 1977 a una niña de 13 años, Samantha Geimer. El ministro de Cultura francés Frédéric Mitterrand -sobrino del difunto François Mitterrand- ha relatado en unas memorias («La mala vida») sus excursiones a Tailandia para practicar el turismo sexual con jóvenes. Y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, ha hecho célebres sus fiestas con bellas jóvenes en su residencia de Cerdeña o en la residencia oficial romana.

«El contexto general de estos hechos es la creencia, o la difusión de una creencia, según la cual la vida personal e individual es estrictamente privada», señala el sacerdote Fernando Llenín, profesor de Filosofía en el Seminario y de Teología en la Universidad de Oviedo. «Se trata del individualismo llevado a su extremo, o a su formulación más radical, y en ese punto no hay ninguna moral más que la propia, la personal, la subjetiva, lo que cada uno quiere o le parece que debe hacer o no hacer».

Llenín establece que «esa mentalidad social difusa, porque tampoco está formulada de una manera rigurosa, tiene que ver con el relativismo ético y moral en general». Y dado este contexto general, «la aplicación particular en cada caso de estas personas que tienen proyección publica es que pueden ser ejemplos de moralidad o amoralidad, puesto que existe en ellos un vacío de moral». La norma subjetiva, individualista, no se ciñe, «ni es compatible con ningún criterio moral, en el sentido de que afecta sólo al propio individuo».

El profesor de Teología encadena esta reflexión con que «socialmente se da un vacío moral y una sociedad débil, porque, al igual que existe un pensamiento débil, hay una moral débil o una ética débil de las personas».

Llenín no soslaya la comparación entre estos casos de gran relevancia pública con los abusos del clero sobre menores, registrados en Estados Unidos o en Irlanda. «Son casos en cierto modo similares con respecto a las víctimas; en unos, se trata de alguien que tiene un poder político, o mediático, o económico, y en otros es el poder religioso, en el sentido de que el sacerdote es una persona que tiene capacidad de influencia sobre una comunidad religiosa».

En cuanto a la relevancia pública de los sucesos con sacerdotes involucrados, «hay en ellos un dualismo, que en el fondo es una mentalidad cínica, como la de los políticos envueltos en escándalos». Fernando Llenín estima que tanto en unos como en los otros, «existe ese cinismo moral de decir que esto sólo le afecta a cada uno, porque ese sacerdote considera que puede separar su función religiosa, su ministerio, de sus actuaciones privadas». Pero los obispos italianos le dieron un toque de atención a Berlusconi, «y no lo hacen con el tejado de cristal, por los abusos del clero, porque lo que la Iglesia dice a todos se lo dice a sí misma». Particularmente, «lo que la Iglesia reclama a toda persona, y especialmente a los que tienen una representación en la sociedad, es una ejemplaridad mediante una moral objetiva que está por debajo y por encima del individuo, y en la que la Iglesia cree porque no ha de existir una dicotomía entre la esfera individual y subjetiva y la esfera publica y social».

Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED, considera «impresentables» dichos comportamientos de personalidades públicas, pero plantea varias acotaciones. «En primer lugar, desde Suetonio ya sabemos cómo se comportaba Tiberio». Sin embargo, «el planteamiento que hay que hacer es que estos personajes públicos viven en una democracia y, por lo tanto, no pueden ser de ninguna manera admitidos estos comportamientos, realmente impresentables, ante una sociedad que es abierta y que pretende ser moral».

En este sentido, Amelia Valcárcel niega que exista un vacío moral: «En absoluto; si estas cosas aparecen es porque la moral está muy viva y no se toleran». No obstante, la profesora de Ética apunta hacia un peligro de hipocresía social. «¿Es espectáculo que algunas gentes poderosas se permitan esto?». En realidad, «el asunto es que hay mucha gente que no tiene poder ninguno, pero tiene diez euros para contratar los servicios de una pobre mujer nigeriana, y eso es igualmente repugnante».

A una cierta hipocresía social se refiere asimismo José María García Blanco, catedrático de Sociología de la Universidad de Oviedo. No obstante, antes, precisa que los escándalos vinculados «a políticos de primera línea obedecen a una consecuencia de la deriva a la que ha tendido la política, con una creciente personalización en detrimento de los elementos de contenido o programáticos».

Es decir, «se ha llegado a una política de masas, de medios de comunicación de masas, en la que destaca la figura de los líderes y cómo ésta se proyecta en la sociedad». Lo que viene a continuación es que «la moralización de la política es una consecuencia inevitable», según la cual «cada vez va a tener más peso el carácter más o menos ejemplar o no ejemplar, respetable o denigrante, de lo que personalmente sean o puedan significar los políticos».

Esta sería «la política de masas en el escenario de los medios de comunicación, y no en los parlamentos ni en otras instancias».

Es en este punto donde el catedrático de Sociología alerta sobre la hipocresía social, ya que «esa situación tiene un elemento perverso, dicho sea entre comillas». Lo que sucede entonces es que «básicamente, los políticos están sometidos a un escrutinio moral al que ninguna otra categoría de ciudadanos, de individuos, estamos sometidos, y esto es lo que, en gran medida, genera por parte de la sociedad una gran hipocresía».

Dicho de otro modo, «existen comportamientos que todos más o menos toleramos, o con los que transigimos y convivimos diariamente sin mayores problemas», pero que «cuando realizamos juicios sobre los políticos, les damos un peso y un valor mucho mayor». La hipocresía social consiste, en suma, en que «lo que en nuestra vida cotidiana no exigimos de otros, ni nos exigimos a nosotros mismos, o a nuestras familias y amistades, o a nuestros jefes, se lo reclamamos a los políticos».