En el reino de las mezzosopranos, muy pocas son capaces de hacer sombra a Cecilia Bartoli. Con los años, la cantante italiana (Roma, 1966) ha conseguido apuntalarse en la cima de la ópera y arrastrar tras de sí a toda una legión de seguidores que la idolatran. Que agotan las entradas para sus recitales y hacen que sus discos compitan en las listas de éxitos con los de otras divas, las del pop. Los aficionados asturianos la esperaban desde hace mucho tiempo. Y mañana, Bartoli acudirá por primera vez a la cita en Oviedo con todo el papel vendido.

Bartoli recorre hoy la carretera que une su último concierto con el siguiente. Tras el recital de ayer en Bilbao -dentro de una gira por la mitad norte de la Península que la llevará el miércoles a Santiago y de allí a Valladolid, Pamplona y Vitoria- la mezzo llega hoy al Principado para cantar mañana una selección de su último disco, «Sacrificium». Otro ejemplo de poderío vocal a la hora de encarnar los términos que, según la cantante, componen el divismo bien entendido: «riesgo y experimentación».

Para Bartoli, ser una auténtica diva es atreverse a hacer una aportación novedosa. Ver las cosas de una forma distinta, abrir nuevos caminos o recorrer otros menos transitados. Desde Vivaldi a las arias de la «Opera proibita», dos bombazos discográficos. Después vendría el homenaje a María García, «La Malibrán», y ahora los cantos de sirena de los «castrati», niños castrados para conservar y enriquecer sus bellas voces de soprano. Artistas que en el imaginario popular han quedado representados por Carlo Broschi, Farinelli.

En el espectáculo de mañana, la «prima donna» de las mezzo coloratura será un «primo uomo» del siglo XVIII. En obras y en vestimenta. Un homenaje a los «cuatro mil niños sacrificados en nombre de la música», a quienes Bartoli dedica ahora su «Sacrificium». «Lo más difícil que he grabado nunca», aseguró la cantante al presentar un trabajo en el que reúne joyas de la ópera napolitana. Números como «Cadrò, ma qual si mira», el aria de Demetrio en «Berenice» -compuesta por Araia en 1734- o «Nobil Onda», aria de la «Adelaide» de Porpora, maestro de «castrati» como Senesino el propio Farinelli. Obras que cerrarán la primera y la segunda parte del programa elegido por Bartoli para deslumbrar a su público mañana.

A pesar de haber grabado el disco con «Il giardino armonico», la formación encargada de acompañar a la diva romana en su gira por España es «La Scintilla», el conjunto de instrumentos antiguos de la Ópera de Zúrich. Una ciudad en la que Bartoli ha fijado su residencia, y un teatro para el que ahora reserva casi todas sus apariciones operísticas, limitadas casi a un título por año. Allí interpretó sus primeros roles mozartianos con Nikolaus Harnoncourt. Después atacó Rossini, y ahora, ópera barroca. «Es un teatro en el que el público forma parte de la velada, y creo que es muy necesario sentir este contacto», afirma en una de sus escasísimas entrevistas. Sus músicos, acostumbrados a tocar tanto instrumentos antiguos como modernos, aportan la flexibilidad que Bartoli necesita para montar su espectáculo. A veces histriónico. Desbordado. Casi siempre de una genialidad que inflama al público y le arrebata.

Bartoli reniega de la imagen de diva que ha trascendido más allá de auditorios y teatros. Limita sus apariciones en medios de comunicación a la inevitable promoción de sus discos -ahora, un dvd sobre los «castrati»- controla cada imagen que se toma de sus conciertos y asegura que una de sus claves es el «trabajo en equipo». Pero su vida está aderezada con peculiaridades que ayudan, quizá sin pretenderlo, a perpetuar el divismo que acompaña a algunos de los más grandes astros de la lírica. Una de ellas, viajar entre Europa y América en barco. Algo que, en sus palabras, la hace consciente de la distancia que separa ambos continentes.

Desde que, con 8 años, debutó con el pastorcillo de «Tosca», Bartoli ha vivido por y para la música. Desde las lecciones de canto con su madre, Silvana Bazzoni, hasta las clases de interpretación de su padre, Angelo Bartoli, hasta salir de la Academia de Santa Cecilia de Roma como una incipiente estrella lírica. La romana transmite su ritmo vital en cada uno de sus recitales, a base de una sólida línea de canto y una impresionante pirotecnia vocal. A su espalda, más de seis millones de discos vendidos, y una carrera en la que no ha trascendido ningún paso en falso, aunque sus detractores afilan los cuchillos ante su próximo debut como «Norma», de Bellini, en el Konzerthaus de Dortmund (Alemania) el próximo mes de junio. Un papel -para soprano, como la Fiordiligi en «Così fan tutte» o Amina de «Sonnambula»- ante el que la mezzo romana no se amedrenta, al considerar el aria «Casta diva» no como un ejercicio de «exhibicionismo vocal, sino como una oración introspectiva».

Bartoli afirma que su curiosidad es «insaciable». Con ella en la maleta, comenzó un viaje profesional por el repertorio italiano que comenzó en el «bel canto» para retroceder hasta el Barroco. Mañana será su primera parada en Oviedo y ante su público, Bartoli pondrá voz, gesto y emoción a un repertorio por el que los niños napolitanos sufrieron para llegar a lo más alto de la ópera italiana del Barroco.