Una menestra, un cruce de caminos, una indefinición, un prao en venta. Así dicen la Alcaldesa, el estudioso o la vecina al hablar de su pueblo. Y uno ya ve ahí que Santullano tiene serios problemas de identidad. ¿Qué Santullano? Aunque el interlocutor sea de Las Regueras, hay que explicarse y poner apellido para evitar la confusión con la iglesia de San Julián de los Prados, en Oviedo, o con las parroquias, del mismo nombre, de Mieres y Salas. Santullano de Las Regueras nació, en realidad, Santullano de Viado (también Biado o Biao), barrio de la capital que fue núcleo fundacional de la población. Pero nació ya con el estigma de la duda, el 20 de junio de 1421, al obtener la carta puebla del obispo don Diego y convertirse, así, en la última Pola fundada en Asturias.

Después de haber llegado tarde al reparto de villas de la región, seis siglos más tarde Santullano sigue sin explicarse a sí misma. O de hacerlo con paradojas de difícil resolución. José Arias, que fue taxista y ahora es padre de la taxista, Florentina, no se explica que «aunque resulta que la gente se marcha de aquí, ahora igual hay más viviendas que personas». La bibliotecaria Esther Martínez lo pone más difícil con una contradicción entre los términos: «La población disminuyó aunque haya más gente viviendo».

Efectivamente, el concejo y su capital, Santullano, experimentaron un «boom urbanístico» en los últimos diez años. La vivienda unifamiliar floreció por todas partes. «Cualquier prao valía diez millones de pesetas», resume el etnógrafo Armando Graña, y si otro lo vendía en once, el vecino de al lado lo hacía en doce. La fiebre de adosados empezó por la zona oriental, lo más próximo a Oviedo, en El Escamplero, y la ola llegó también hasta la capital, que ganó de aquellos años una veintena de chalés. Pero la crisis del ladrillo lo frenó todo, incluidos proyectos como la permuta que el Ayuntamiento llegó a plantear a un constructor para construir un nuevo edificio consistorial y un centro social a cambio de terreno para 200 adosados en La Verruga.

Un futuro, del que ahora huye todo el mundo, unos porque censuran un crecimiento sin previsión, sin saneamiento previo, sin orden ni concierto, y otros porque ahora ya no toca buscar riqueza en la construcción, hubiera sido ése: Santullano, y el resto del concejo, como gran ciudad dormitorio. De Oviedo, pero también de Grao, de Trubia, de Llanera. Porque para complicar aún más los problemas identitarios, Santullano, como capital que es del concejo, sufre la dominación de sus hermanos mayores. «Esto es como una menestra», resume la alcaldesa socialista María Isabel Méndez, «aquí están los servicios, pero no los trabajos, vivimos rodeados de concejos grandes y nos falta la implantación de nuestros servicios, que la gente utilice los de aquí, Santullano».

Llanera, al Norte; Grao, al Sur, y Oviedo, al Oeste marcan las caídas de la población del concejo y dejan así a su capital sin la caída natural de sus habitantes. En otras palabras. Buena parte de los que viven aquí no trabajan aquí. Y otra parte de los pocos que trabajan aquí viven fuera. Pero ni unos ni otros, en su mayor parte, utilizan la Biblioteca, la Casa de Cultura o, incluso, el colegio.

En cifras redondas, la parroquia de Santullano tiene 362 habitantes, la segunda de Las Regueras, por detrás de Valsera, que encabeza la lista poblacional y casi dobla a la capital con 604. En Valsera está El Escamplero, que llega a los 203 habitantes y es, así, la localidad más poblada, por delante de los 126 vecinos de la capital. En el concejo son 2.003, y en el próximo censo puede que bajen de los 2.000. El problema, para Esther Martínez, es que buena parte de los habitantes no están empadronados en el municipio.

Prueba del nueve que soluciona la contradicción de menos población pero más habitantes es el colegio. De los poco más de cincuenta niños de hace cinco años, la cifra más baja. En este curso cuentan con 72 escolares cursando hasta sexto de Primaria, de 3 a 12 años. El problema, de nuevo la dispersión y los hermanos mayores, es que para seguir cursando ESO tienen que irse a Oviedo, a Trubia o a Grado.

Concepción Álvarez, Conce, residente en el concejo desde 1978, con negocio de hostelería en Santullano desde 1993 y desde el 2005 al frente de La Cabaña de Conce, único bar de la localidad y centro social de la capital, admite que la cosa «se ve cruda», pero pone sus esperanzas y parece hasta optimista cuando habla de esa población creciente que ha llegado buscando las ventajas de la vivienda unifamiliar lejos de la gran ciudad. «Igual que hace unos años todos querían marchase de aquí, ahora van viniendo por la tranquilidad. Es lo bueno de vivir aquí, eso de que no tengas falta ni de arreglarte para salir de casa. Aquí estás en lo tuyo, como digo yo».

Un sitio similar al de Conce, detrás de la barra, lo ocupó durante 25 años Remedios Villar González, ahora camino de cumplir los 84. La viuda de Manolo Suárez atendió entre 1963 y 1988 Casa Manolo, casa de comidas, bar y tienda donde se reunía «gente de todo el concejo a por los enredos, que se llamaban, y que venían a pagar con la libreta, para apuntar». Doña Remedios, como Conce, también es optimista. «Yo véolo mejor que hace veinte años». ¿Por qué? «Antes, yo me acuerdo, trabajabas más que qué sé yo, nun terminabas de coger el pan y ya tenías que ir a la hierba, traías el agua en calderos. Y ahora...».

Remedios levanta la vista en dirección a un prado donde han florecido tres casas. Algunas de sus tres hijas presentes, Manolita, Romina y Jazmina Suárez Villar, vendieron finca donde se hicieron casas y pasaron a ocupar algunos de esos chalés. Romina, casi una excepción que confirma la regla, o ciudadana modelo para los planes de futuro de la localidad, sigue viviendo aquí, aunque ejerce su trabajo de abogada en Oviedo, y su hijo está escolarizado en Santullano.

La otra cara de la moneda la pone Julián Tamargo, el marido de Manolita, que desde los quince años a los 52 mantuvo en pie, con mejores y peores épocas, con más o menos empleados, una empresa de madera. Aunque conservó la maquinaria no logró que «el chaval» siguiera con el negocio. «Se marchó». ¿Adónde? «A Oviedo, como todos».

En Santullano no hay empresas. Y casi tampoco industria. Un trazo grueso, casi una caricatura, sería decir que aquí se ha pasado de una sociedad principalmente ganadera a un núcleo obligado a subsistir de su nueva condición de «urbanización dormitorio». Pero en el fondo tampoco es cierto. Si alguna industria existe en Las Regueras, y por extensión en Santullano, donde esa industria generaría algo de dinero, ésa sería la ganadera. La agricultura y la pesca siguen sumando casi la mitad de la actividad (47,59%) en Las Regueras, seguida del sector servicios, que ocupa el 41%. No es, desde luego, el 77% que representaba hace unos años, pero aquí todavía hay 299 explotaciones, una cuota láctea de 12.261 toneladas, por encima de la media de Asturias, unas 25 ganaderías de más de doscientas cabezas y grandes referentes como la de Severíes, en Biedes. Pero es cierto, claro, que la actividad se ha mantenido intensificándola. Mismo ganado, muchísimos menos ganaderos.

Alrededor del mundo ganadero se han tratado de poner en marcha pequeñas industrias, como la quesería en Lazana, que ya cerró una vez y ahora ha vuelto a ponerse en funcionamiento. Pero todas esas buenas intenciones quedan muy lejos de los años en los que buena parte de la población se marcha los miércoles y los domingos a vender sus productos al mercao de Grado, donde los ganaderos siguen desplazándose a realizar los trámites vinculados a su actividad, ya que allí tienen la oficina. Aunque en aquellos tiempos no era sólo Grado. Muestra, otra vez más, de esa diversidad marca de la casa, como recuerda José Manuel Álvarez «Cuchi», es que dependiendo del producto se vendía en uno u otro sitio: «La leche, a Trubia, la manteca, a Grado, y la fresa, en burro, a Oviedo, que algunos ya la empezaban a despachar al entrar por La Argañosa»

Uno de los problemas principales con los que se enfrenta Santullano a la hora de fijar población y hacer más fácil esa idea de «fijar servicios» son los medios de comunicación. Sólo tres servicios diarios de autobuses de ida y vuelta conectan la capital de Las Regueras con el resto de Asturias. Los fines de semana, el panorama es mucho peor. Un único autobús a las diez de la mañana que vuelve a Oviedo a las ocho de la tarde. Eso es todo. El tren, como sucedía en los tiempos en los que gran parte de la población iba a trabajar a las fábricas (Trubia, Mieres....) se sigue cogiendo en Vega de Anzo, en Grado, a una distancia que hace impensable que un chaval en edad universitaria pueda seguir residiendo en Santullano.

«Si hubiera un futuro, sería ahí», concluye el etnógrafo Armando Graña al referirse a una especie de «parque periurbano», un espacio natural protegido que no necesariamente tiene que estar en un extremo de la región, sino que puede estar en su centro. En Santullano y en el concejo hay suficientes palacios, restos arqueológicos, diversidad natural, ríos, sendas y rutas como para hacer del entorno natural un verdadero motor turístico.

No han sido saludados por todos los vecinos con el mismo entusiasmo, pero el Ayuntamiento de Santullano anuncia con orgullo la inminente puesta en marcha de su proyecto eólico. Los molinos ya se pueden ver en el Pico de El Cuervo. La «apuesta» por las energías renovables que dejarán algo de dinero al municipio, alejadas de las casas, se concreta en ocho torres que, anuncian en el Ayuntamiento, entrarán en funcionamiento a finales de este año o el que viene.

La alcaldesa María Isabel Méndez y sus concejales dan vueltas a la hora de hablar del futuro, pero acaban diciendo que «casi seguro tenemos que volver a mirar al campo y al tema forestal». El Ayuntamiento está empeñado en que se pueden buscar cultivos alternativos que generen riqueza en todo el municipio. Ejemplo, pequeño, de ese interés puede ser el inminente certamen de la castaña valduna, variedad local casi perdida y no explotada, que en realidad sirve como certamen agroalimentario de la localidad.

El Camino de Santiago no pasa por Santullano, pero sí por Las Regueras. Ese activo turístico y los buenos restaurantes del concejo tienen que sumar, dicen los vecinos, para buscar nuevos modelos turísticos que generen riqueza.