Oviedo, E. G.

-¿Qué pasó en Ujo durante la guerra civil?

-Mataron los dos bandos cuando tuvieron poder para hacerlo. Unos mataron y otros miraron hacia otro lado o se aprovecharon de las circunstancias.

-Como en muchos otros lugares de Asturias.

-Pero Ujo es diferente de todo. En Ujo influyen poderosamente la personalidad del marqués de Comillas y su régimen clerical, paternalista, de tremendo control político y religioso. Sus minas atrajeron inmigrantes de toda España, gente joven, rebelde, que vino a chocar con lo más reaccionario del conservadurismo católico.

-¿Y usted, en medio?

-Yo era un niño de apenas 10 años, que durante la guerra disfrutó de un año de vacaciones, sin clase. Un regalo. Pero aquel niño ya era capaz de vivir los odios y la desconfianza. Recuerdo el autobús de Duro Felguera llevándose a siete hombres para matarlos. Uno de ellos era mi hermano: tenía 17 años. Fue gente de la checa de Sama, que mataban por encargo. Yo ahora tengo 82, pero afortunadamente la memoria fresca.

José Manuel Ruiz Marcos acaba de publicar «La memoria y el silencio», una novela histórica sobre la guerra civil en Asturias. Una obra centrada en Ustium, un pueblo de ficción con fácil traducción en el mapa de la cuenca del Caudal. La obra, un relato de enorme crudeza, ha nacido con la vitola de polémica y hoy, lunes, se presenta a las seis de la tarde en la Casa de Cultura de Mieres. José Manuel Ruiz tiene una biografía que también da para un libro. Nació en 1926 en Ujo, cursó Filosofía y Teología en la Universidad de Comillas, dio clases en Cuba y Santo Domingo, entró en la Compañía de Jesús, se doctoró en Economía en la Universidad alemana de Colonia, dirigió en Chile el Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales, abandonó la compañía, se casó, tiene cuatro hijos y cuatro nietos, y durante los años ochenta fue redactor jefe del periódico sandinista «El Nuevo Diario», en Managua. Ha publicado en Alemania, donde vive, «Amar en Comillas», y en México «La orden maldita».

-¿Por qué mataron a su hermano?

-Era casi un crío, pero también era ya un fanático, lo que hoy conoceríamos como un fundamentalista. Aprendió a serlo leyendo la doctrina de Ángel Herrera Oria. Junto a mi hermano matan a dos niños de 12 y 14 años, culpables de ser hermanos de defensores de Oviedo. Mueren como sustitutos, por pura venganza. Mi hermano había presenciado la quema de la iglesia y sus imágenes en Ujo, y había cometido la imprudencia de andar por el pueblo diciendo: yo sé quién lo hizo y lo va a pasar mal. Que te mataran en Ujo, en aquella época, era casi como morir de muerte natural.

-¿Cómo era su familia?

-Conservadora, con ese conservadurismo que aspira a asentarse en la clase media. Mi padre era monárquico. Éramos ocho hermanos, una familia con pocos recursos. Mi hermano mayor, Manolo, era un camisa vieja, pero eso se supo más tarde. En aquel Ujo rojo nosotros, los Ruiz, éramos fascistas, y los niños lo pagábamos en la calle. Recuerdo ser muy pequeño y había gente que me insultaba. Uno del pueblo siempre me decía: si te pego una hostia, te consagro. Vivíamos en Los Cuarteles, casas con un corredor común y una escalera única. Allí vivían familias de derechas y familias de izquierdas. Familias con las que compartíamos espacio y que en algún caso no fueron capaces de acercarse a nuestra puerta y decir un «lo siento» cuando se enteraron de la muerte de mi hermano Anesín. Aquello me heló el corazón.

-¿Quiere saldar cuentas?

-En primer lugar, conmigo mismo porque en mi juventud no fui capaz de comprender el drama de la otra parte. Ahora me doy cuenta de mi propia injusticia, porque cuando vi a los míos matar, entendía que sólo estaban haciendo justicia. La idea que se forjó entonces era que los rojos era gente tan malvada y criminal que todo lo que les pasaba estaba plenamente justificado.

-Es la guerra...

-Yo recuerdo en Ujo que en los primeros meses de la guerra civil la escuela la convirtieron en un lazareto adonde iban a morir soldados que estaban en el frente del cerco de Oviedo. Y aquello, para las gentes de la República, era un motivo para detestar a los del otro bando. Había otros muchos: amores, celos, dinero... Pasó el tiempo y la venganza del bando vencedor ya no era consecuencia de un desafuero, sino algo mucho más reflexionado, con actas y juicios. Hubo consignas de exterminio, una idea que también tenía la Iglesia. Ahí está lo que hizo Yagüe en Badajoz, por ejemplo. En Oviedo se fusila a gente hasta 1951, y entre 1943 y 1944 las ejecuciones se recrudecen. Yo creo que el miedo al exterminio fue mutuo.

-¿Qué fue de su familia cuando acabó la guerra?

-Mi hermano Manolo vuelve del frente y se convierte en uno de los responsables del nuevo orden en la localidad. Aquello daba mucho poder, y el poder, en aquel momento, podía librar a alguien de la cárcel o mandarlo ante el pelotón de fusilamiento. A mi hermano se le olvidó pronto, pero la familia se aprovechó de tener en la lápida de la iglesia el nombre de uno de los mártires.

-Y ahora vuelve a Ujo, con un libro bajo el brazo.

-En la zona me queda alguna familia, que quizá me vea como un traidor. Los rojos de Ujo ya comenzaron a acusarme sin leer la novela.

-En Ujo ya no quedan rojos, hombre.

-Quedan. Personas de mi edad, que se sienten discriminadas. Allí está la familia de quien firmó la sentencia de muerte de mi hermano.

-¿La novela es una provocación?

-Sobre todo para el autor. He querido denunciar, sobre todo, la baja escoria que contaminó los ideales de ambos bandos. Hay que defender la dignidad de muchos de los que cayeron defendiendo la República. Yo vivo en Alemania y puedo decir que mi tierra natal fue capaz de rebelarse, de sufrir destierro y cárcel. Los alemanes no pueden decir lo mismo con el nazismo. Tuvieron que ser otros, desde las potencias extranjeras, quienes los libraran de él.