Gijón, J. C. GEA

Cinco grandes pantallas funcionando en bucle bajo la cúpula elíptica de la iglesia de la Ciudad de la Cultura repetirán diariamente durante seis horas las «8 Lessons on Emptiness with a Hapyy End» («8 Lecciones sobre el Vacío con Final Feliz») que desde ayer proyecta en Gijón Marina Abramovic (Belgrado, 1946). La obra más reciente de la que está considerada como una de las máximas representantes mundiales de la «performance» y el videoarte es una conmovedora pero en absoluto efectista visión sobre la violencia y su representación en los medios contemporáneos rodada en Laos con un grupo de niños que reconstruyen, en una casa construida especialmente en un arrozal y en sus alrededores naturales, distintos momentos de una guerra.

Los pequeños que, según explicó ayer la artista, simbolizan tanto «la inocencia como el futuro» y aluden «a la humanidad en conjunto, no sólo a la infancia», escenifican ataques, fusilamientos, travesías por campos de minas o traslados de heridos con una naturalidad que impactó a Abramovic. «Cuando les pedí que representaran una ejecución, sabían perfectamente cómo asumir sus posiciones. Y hablo de niños de 4 y 5 años», contó ayer la artista, a quien acompañaba su técnico de vídeo Ramon Coelho, autor del «así se hizo» de una hora que se proyectó durante la sesión inaugural. Abramovic, que defendió la necesidad de un arte «que obligue a tomarse tiempo para asimilarlo» y la sobriedad de las producciones, advirtió de que «la tecnología nos esclaviza y no es productiva», y advirtió de que «el cerebro del hombre no ha evolucionado lo suficiente como para asimilarla». «Es por eso por lo que debemos volver a la simplicidad», defendió. A ese momento apunta el «final feliz» con el que se remata: una quema de las réplicas de «Kalashnikov» utilizados por los pequeños.