Lufkin, en el condado oriental de Angelina, ocupa con 32.709 habitantes el lugar número 76 entre las ciudades más pobladas de Texas. Es la sede de Lufkin Industries, una próspera compañía dedicada a la fabricación de materiales para explotaciones petrolíferas, y de Atkinson Candy Company, que produce los populares caramelos de cacahuete y coco Chick-O-Stick. De las almas que por allí vagan, Lufkin se quedó este miércoles sin una de las más queridas: la de su vecino el congresista demócrata Charles Nesbitt Wilson (1933-2010) más conocido por Charlie Wilson y por Good-Time Charlie.

Wilson, que en 2007 fue operado de un trasplante de corazón, murió a los 76 años de un infarto, pero aquí no estaríamos hablando de él si no hubiera jugado un papel clave en la guerra de Afganistán en la década de 1980, inmortalizado en el cine por Tom Hanks en La guerra de Charlie Wilson. La película, dirigida por Mike Nichols, se estrenó hace un par de años. En ella se contaban los esfuerzos del congresista por armar a grupos guerrilleros respaldados por Estados Unidos frente a la Unión Soviética durante el conflicto afgano. Wilson ayudó a reunir el dinero para comprar las armas y llegó a decir que ningún americano decente podría perdonarse dejar a un pueblo a merced de los invasores, sin nada con qué defenderse. No mostró, sin embargo, la misma compasión por los nicaragüenses cuando apoyó a Anastasio Somoza, propiciando una reunión entre el dictador y el agente de la CIA Ed Wilson, con el fin de facilitarle ayuda militar. «El liberal de Lufkin», como también era conocido, profesaba admiración por «Tacho» Somoza y creía que Estados Unidos le estaba dando la espalda en su conflicto con la guerrilla sandinista.

La historia de Wilson, como tantas otras, tiene dos caras. Jamás ocultó su afición por el alcohol y el sexo. Incluso, hacía ostentación de ello. En un homenaje, no demasiado lejano en su ciudad adoptiva, aseguró que era incapaz de acordarse de todas las mujeres con las que se acostó. En 1980, fue acusado por el que más tarde sería alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, de consumir cocaína durante una de sus agotadoras fiestas, en el Hotel Caessars Palace de Las Vegas, Nevada. La acusación fue desestimada por falta de pruebas y Wilson prosiguió en su papel de texano constructivo, patriota y liberal.

La película de Nichols desvela todas y cada una de las tonalidades de Good-Time Charlie: sus facetas de playboy y de señor de la guerra. Sus amigos de Lufkin creen que le hizo un flaco favor por dar más relevancia a su vida frívola que a otros compromisos en favor de la sociedad. Cuando se estrenó La guerra de Charlie Wilson se oyeron críticas republicanas hacia Tom Hanks, productor del film y destacado demócrata, por haber elegido para su biopic un político capaz de manejar grandes asuntos y llevar, al mismo tiempo, una vida licenciosa. Se interpretó en ello un paralelismo exculpatorio de Bill Clinton, coincidiendo con la campaña electoral de su mujer, Hillary.

Después de veinticuatro años como congresista por el segundo distrito de Texas, Charlie Wilson se retiró en 1997 en Lufkin. Había nacido en una pequeña población cercana, Trinity, y cuando le preguntaron, todavía no hace mucho, durante la entrega de un galardón, por qué había elegido el este del estado de la estrella solitaria para pasar la jubilación, respondió que Lufkin es un lugar donde la gente se preocupa de uno si está enfermo y donde también importa si mueres.

«The Lufkin Daily News», el periódico local, se hacía ayer eco de la estima mutua entre el congresista y otros destacados ciudadanos vecinos del distrito que representó. Jim Turner, el político que lo sucedió y que mantiene su plaza, lo describió como un dedicado servidor público. «Cuando supo que iba a dejar el cargo, me animó a correr. Siempre le estaré agradecido por su apoyo y amistad», dijo. El teniente general retirado Orren «Cotton» Whiddon, amigo de la familia, sostuvo que Wilson encarnaba como nadie el liderazgo en la región. «Después de haber contribuido decisivamente a establecer la libertad de los afganos frente a los invasores soviéticos y de dedicarse a mejorar la vida de los texanos, regresó a casa como la mayoría de nosotros con resina de pino en nuestras venas».

El congresista fallecido había servido como teniente de la Marina. «La primera vez que lo conocí, acababa de salir de la Armada», dijo Joe Denman, quien el mes pasado recibió el premio «Angelina» por una vida al servicio a la comunidad. «Estaba caminando por las calles, llamó a mi puerta y me pidió que votara por él. Hemos sido amigos desde entonces. Odio decirlo pero estoy seguro de que se halla ya en un lugar mejor», aseguró.

No hace todavía mucho, Charlie Wilson se refirió en los medios de comunicación a la nueva guerra de Afganistán. Se declaró un hombre optimista pero explicó que, después de ocho años, no abrigaba demasiadas esperanzas sobre un desenlace feliz en el país asiático. Aludió a las bajas de soldados americanos pero, a la vez, habló del inevitable conflicto. «No se puede dejar que alguien venga y vuele un par de rascacielos en Nueva York sin hacer nada al respecto. Siempre supe que había un gran peligro en lo que estábamos haciendo, pero la verdad es que no había otra opción».

En Lufkin confían, con alguna que otra disensión de por medio, en que su vecino se encuentre en paz consigo mismo y con su creador.