La Orquesta del Principado demostró en un nuevo concierto su ductilidad ante las exigencias de un repertorio poco común y con identidad propia en la programación, así como al adaptarse a caracteres que buscan la diferencia, desde las partes solística y de dirección, hasta hacerlas suyas, y que en la última cita de la Sinfónica trajeron de nuevo al violinista Alexandre da Costa y a la batuta de Carlos Miguel Prieto.

La «Sinfonía india» de Chávez puso a prueba a la OSPA ya desde los primeros compases del concierto, en una obra en la que el contenido rítmico supone un verdadero reto para una orquesta que se enfrenta a este repertorio. En su segunda sinfonía, el compositor mexicano articuló desde los modelos clásicos, adaptados al lenguaje contemporáneo, elementos arcaicos y populares enraizados en la tradición musical. Chávez buscó la pureza del arte indígena para enriquecer una obra de raíces nacionalistas, pero con vocación universal. La OSPA atendió así a la acumulación y cambios de ritmos, así como a la concepción formal de la página, en una ejecución poco confiada. El mecanismo no funcionó con toda la firmeza, pero el acercamiento de la orquesta a este repertorio ofreció buenos momentos, como a través de la actuación de una percusión poco habitual, o el viento madera, a la cabeza de los momentos de mayor contraste de textura y melodía.

Sin embargo, la composición de Michael Daugherty que siguió en el programa centró toda la atención, en cuanto al papel de la orquesta, la presencia de un solista de altos vuelos y, en la base de todo éxito interpretativo, la calidad de una obra que maneja una amalgama de influencias en un tejido orquestal rico y auténtico. «Fire and blood» (»Fuego y sangre»), dedicada a la pintora mexicana Frida Kahlo, deja sin aliento al público por medio de desarrollos espectaculares que supusieron un nuevo desafío para la OSPA; empezando por el encuentro entre orquesta y solista, que fue sobresaliente. La OSPA, dirigida por Prieto, logró un sonido consistente, adecuado desde todas sus secciones, preocupado no sólo por ese efecto «mecánico» que ya anunciara el director antes de levantar la batuta, sino de toda la capacidad expresiva y elementos contrastantes que contiene esta obra, en la tradición de un concierto para violín.

En la parte solista, un regreso esperado, el del joven violinista Alexandre da Costa. El instrumentista no es sólo uno de los valores más seguros del futuro violín, sino que se distingue por su personalidad interpretativa a través de la selección de repertorios, que le hace sobresalir en proyectos originales y atractivos, como hace un par de años lo demostrara en su visita a Oviedo con música portuguesa. Ahora pasea la obra de Daugherty con éxito, porque complementa su virtuosismo con una pasión interpretativa que llega directamente al público. Se trata de un intérprete que parece convertir en oro todo lo que «toca», incluso la propina, el «Liebesleid» de Fritz Kreisler, junto a los primeros atriles de la cuerda de la OSPA, en la versión con cuarteto de la pieza.

En la segunda parte del concierto se volvió a los derroteros más habituales del repertorio, con la «Fantástica» de Berlioz. La sinfonía cuajó definitivamente a partir del segundo movimiento, a través de una versión efectista, espléndida en colores y manejo de los temas que urde la composición. La OSPA respondió con creces a la visión de Prieto, que quiso dejar constancia de su carácter interpretativo por medio del trabajo de «tempi», dinámicas, y espacios sonoros.

En la próxima cita con la OSPA volverá la música de Shostakovich, esta vez a través de su décima sinfonía. El programa de la semana que viene se completará con el «Concierto para piano n.º 1», de Chaikovski. Los conciertos, que se celebrarán de nuevo en Avilés y en Oviedo, los dirigirá Max Valdés, con Mijail Rudy al piano solista.