Cabe preguntarse por el papel de las mujeres en la Iglesia, basándonos primero en cierta película sobre abusos sexuales del clero y alcanzando otro día dos asuntos enmarañados: las supuestas «esclavas de Maciel» y lo que el arzobispo Raymond Burke, presidente de la Signatura Apostólica -tribunal supremo del Vaticano-, ha criticado recientemente de las religiosas contestatarias de EE UU, que eran las que sacaban de sus casillas al venerable Juan Pablo II (como relatan Politi y Bernstein en su biografía del Papa).

La pregunta, basada en la película «La duda» (2008), es la siguiente: ¿qué habría sucedido si la gobernanza de la Iglesia hubiera estado también en manos de mujeres a la hora de abordar los escándalos de la pedofilia clerical? De acuerdo: es una cuestión tan ficticia como el filme de John Patrick Shanley que versa sobre las dudas de una religiosa -de las Hermanas de la Caridad de Nueva York- en torno a si el sacerdote capellán del colegio que ella dirige está abusando de un alumno negro. El sacerdote es interpretado por el concienzudo actor Philip Seymour Hoffman, y la monja, por Meryl Streep. Ella dice en un momento dado que «las mujeres, como las gatas, cazan mejor a los ratones», y, en efecto, comienza a investigar al sacerdote, que es una persona encantadora, un buen predicador, un hombre cercano a los alumnos y un clérigo apreciado por su obispo, al que le cuenta chistes desternillantes mientras despachan ambos un «roast beef» excelso, al tiempo que las monjas del colegio cenan una sobria sopa. Este último contraste culinario o una pincelada sobre cómo el sacerdote, cada vez que entra en el despacho de la directora, se sienta en la silla de ésta, y no en la del confidente, son algunos de los finos apuntes que hacen del guión de la película un espectáculo muy recomendable. La cinta, basada en una obra de teatro del mismo director -«Doubt: a parable»-, es un verdadero juego de quiebros, apariencias e interpretaciones, cuya conclusión depende de que el espectador perciba a la monja Streep como una mujer obsesiva -gesticula en exceso- o como una religiosa con verdadero coraje. En el caso de que se concluya esto último, la habilidad del director ha consistido en otorgar a las mujeres un papel desafiante ante cierto machismo eclesiástico, lejos de actitudes serviles o esclavas.

Curiosamente, en el DVD de la película se incluye un interesante documental sobre las Hermanas de la Caridad de Nueva York -fundadas en 1809, a semejanza de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl-, que expone la evolución de esta congregación desde el Concilio Vaticano II en adelante. Del hábito y la toca recatada, estas mujeres pasaron a vestir de calle, como muestra externa de los cambios interiores (los que después desesperarían a Juan Pablo II y que ahora mismo investiga el Vaticano mediante el envío de visitadores a EE UU). Sin embargo, la acción de la película está datada en 1964, cuando las monjas aún no habían cambiado, con lo que Streep es la tradicionalista y el cura sospechoso es el progresista (otro brillante juego del guión). De esclavas, hablaremos.