El 66 por ciento de la población come fuera de casa y la alimentación que elige es demasiado calórica. «Se consumen proteínas de origen animal en exceso y disminuye la ingesta de hidratos de carbono. Si a esto le añadimos el creciente sedentarismo de la población, el panorama resulta bastante desalentador para nuestra salud», apunta Jesús Bernardo, médico especialista en nutrición.

Para que las comidas fuera del hogar no acaben pasando factura (más kilos, colesterol...) es importante elegir bien el restaurante y el menú y mantener un control sobre la forma de alimentarse. Para el primer plato decantarse, en cantidades moderadas, por pasta, legumbres, ensaladas, sopas o verduras. De segundo, carnes blancas en vez de rojas, huevos o pescado (tres veces a la semana que sea graso, es decir, azul). Una elección inadecuada del postre puede arruinar el menú más equilibrado y saludable. En lugar de tartas, helados o pasteles, optar por fruta fresca. Y para beber, agua en detrimento de bebidas alcohólicas o refrescos.

En líneas generales, es aconsejable evitar los platos excesivamente energéticos, los rebozados, las salsas y los guisos potentes y elegir alimentos mejor hervidos y a la plancha.

Son muchas las personas que prefieren un tentempié en restaurantes de comida rápida o algún menú inapropiado, descuidando así la alimentación diaria. «Comer fuera de casa no tiene que ser sinónimo de comida basura, sobre todo de una alimentación demasiado rica en grasas saturadas, ni una excusa para abandonar una dieta saludable o el control del peso corporal», apunta el doctor Bernardo, miembro de la comisión de nutrición del Comité Olímpico Español. Con el ritmo de vida que marca la sociedad, donde apenas hay tiempo para comer ni, por supuesto, para cocinar, ha prosperado la comida rápida, también llamada fast food. Contrariamente a la creencia generalizada, ésta no ha sido inventada por los americanos, aunque sea la hamburguesa el alimento más representativo de la gastronomía americana y uno de los más consumidos en el mundo. En España, dos ejemplos claros de comida rápida son el bocadillo y las tapas; y en Italia, la pizza.

El éxito del fast food radica en su rapidez y comodidad, además del bajo precio, buena palatibilidad y efecto saciante inmediato. Tales características le han ayudado a ganar millones de adeptos y también de detractores, más partidarios del slow food, corriente que nació en Italia en 1989. Esta tendencia cuestiona la comida industrial y rápida y promueve la tradicional, el comer pausadamente y con alimentos que garanticen una alimentación equilibrada y saludable.

«Una parte importante de la población piensa que comida rápida y salud son incompatibles, pero lo que debemos tener en cuenta es que a la hora de comer hay pocas cosas prohibidas; todo depende de cómo elijamos los alimentos. Haciéndolo de la forma más saludable, no se puede caer en el tópico de que la comida rápida es estrictamente desaconsejable. Sí lo es cuando se convierte en un hábito diario y los alimentos que la integran sustituyen a los básicos, ocasionando un desequilibrio nutricional que es muy poco saludable. Para tener una correcta alimentación no hay por qué renunciar a nada, basta con ser moderado con una dieta variada y equilibrada», finaliza diciendo el especialista Jesús Bernardo.