Arquitectos

Oviedo, P. RUBIERA

Fernando Nanclares (Oviedo, 1947) y Nieves Ruiz (Madrid, 1947) se conocieron en la Escuela de Arquitectura de la capital española allá por los años sesenta del pasado siglo. Acabaron formando equipo profesional y vital. Sus inicios están ligados a arquitectos y amigos como Antón Capitel o Francisco Partearroyo. En los setenta, el matrimonio se instaló en Oviedo y construyó obra privada, sobre todo vivienda colectiva y unifamiliar. La restauración de la iglesia de Santa María de Villanueva de Teverga, en 1981, por encargo del Ministerio de Cultura marcó el inicio de una etapa estrechamente vinculada a la obra pública y a la restauración de monumentos. Santa María y San Miguel de Lillo -en la que pronto volverán a intervenir-, la muralla romana de Gijón o el edificio de Presidencia del Gobierno son algunos de sus trabajos. Tienen varios premios, entre ellos el «Asturias» de arquitectura por la reforma del diario LA NUEVA ESPAÑA.

-¿Qué exige la restauración desde el punto de vista arquitectónico?

-Un conocimiento profundo de los edificios, estudios históricos, arqueológicos; es un trabajo en el que confluyen muchas disciplinas y también muchos conflictos.

-¿Cómo se sabe que se ha acertado?

-Hace poco estuvimos en Berlín y vimos una obra deslumbrante de David Chipperfield, el Neues Museum, un edificio casi destruido en la II Guerra Mundial cuyas ruinas mantuvo la República Democrática Alemana. Chipperfield lo aborda de una manera absolutamente moderna y con fidelidad a los principios de la restauración y normas de la Carta de Venecia, en los que se pide que la aportación de obra nueva no busque nunca similitudes con la antigua. Estos principios siempre han dado lugar a miles de conflictos, pero si te apoyas en ellos la intervención te permite las adiciones en clave contemporánea. El proyecto de Chipperfield, que tuvo que pelear con un jurado muy estricto y con otro muy visual de Frank Gehry, conserva fragmentos del edificio antiguo.

-Gehry y el Guggenheim de Bilbao forman ya parte de la gran arquitectura del siglo XX.

-Nos descubrió el poder de regeneración urbana y económica de las ciudades a través de la arquitectura.

-Desde entonces todas las ciudades quieren tener su edificio icono. En Oviedo, el Palacio de Congresos de Calatrava; en Avilés, el Centro Cultural Niemeyer.

-El edificio de Calatrava está en esa línea. Es una arquitectura espectacular, llamativa, de gran impacto. Desde la óptica profesional podemos verlo con un cierto malestar, pero creo que es un gran acierto desde el punto de vista económico. Calatrava no siempre fue así, sus inicios son muy interesantes. Es una persona muy dotada, un ingeniero arquitecto a quien también se le dan bien las artes plásticas. La industria cultural lo fue conduciendo hacia eso. Niemeyer es uno de los grandes arquitectos del siglo XX, una de sus grandes figuras, y continúa haciendo lo que hizo siempre. Lo que tienen estos grandes arquitectos es una gran estructura y una gran capacidad de trabajo.

-¿Por qué la atención política se dirige siempre hacia las grandes figuras y casi nunca hacia los buenos arquitectos propios?

-En Asturias hubo pocas ocasiones y, cuando las hubo, siempre había una cierta desconfianza hacia los arquitectos locales y no se llegaron a formar grandes estudios, como ocurrió en Galicia o en el País Vasco. Para abordar un edificio de estas características necesitas una infraestructura empresarial. Es la pescadilla que se muerde la cola: como no hay grandes encargos, no se crean esos estudios. Y ello pese a la tradición de buena arquitectura que tenemos en el XIX y la primera mitad del siglo XX.

-Ustedes viajan mucho para ver arquitectura.

-Uno de los males de hoy es el consumo excesivo de imágenes, trabajamos muy condicionados por las imágenes, todo está muy filtrado a través de las revistas. La arquitectura debería estar más apoyada en la creación y en los espacios. Hay una ruta del éxito muy marcada que ves que se consume de manera trivial. Buscamos con un afán de información y también de coleccionista, como el que va de safari y va marcando las piezas.

-¿Dónde está el secreto de un buen edificio?

-Habría que distinguir lo que son las imágenes novedosas, aparatosas y vibrantes, que todos consumimos, de otros ejemplos que hay que visitar porque muestran las líneas de la verdadera arquitectura. La gente detecta en seguida cuándo un aparato cumple esa condición, casi como si estuvieran viendo o admirando un diseño de Valentino o Saint-Laurent. El gran placer del viajero es descubrir gestos inteligentes, un contenido, un análisis que ves que viene del talento. Volviendo al edificio de Berlín, insertar una pieza nueva en un contexto antiguo es siempre un trabajo que tiene una característica muy fuerte. Los ejemplos más vistosos de aparatos nuevos discurren por vías muy condicionadas por las imágenes. La arquitectura se aborda casi como un objeto escultórico, hay una cierta pérdida de su verdadero ser y a veces una cierta impostura, lo que encuentras es pura representación. Pero en otras ocasiones se produce como un milagro y surge el deslumbramiento.

-¿Cómo es la ciudad perfecta?

-Lo que nos gusta de una ciudad es lo mismo que gusta a cualquier ciudadano interesado, la ciudad contradictoria, embarullada... Nueva York, Chicago, París, Londres, Roma. Siempre se siguen probando esquemas que vienen muy hechos, el trabajo sobre las manzanas, los cuadrantes, los elementos que toda la vida se manejaron. La clave está en la ciudad antigua, los equipamientos, los espacios públicos y, cada vez más, en el consumo cultural; éste último es un asunto que hoy interesa muchísimo.

-¿Y cómo sienten Oviedo?

-Muy condicionado por la visión de las autoridades, que han marcado de manera intensísima su imagen. Nos produce cierto malestar e impide una visión más natural, más fresca con tu propia ciudad. A veces uno desearía poder integrarse de una manera más entusiasta con sus espacios, pero hay que convivir con una cierta amargura. No obstante, en Oviedo no se vive mal y te brinda de todo. Tiene recursos y lugares estupendos.