Con Lynn Margulis se va una gran heterodoxa de la ciencia, alguien capaz de abrir nuevos caminos desde el distanciamiento crítico del conocimiento aceptado. Su idea de la simbiogénesis está considerada como uno de los grandes avances conceptuales de la teoría de la evolución desde que Darwin levantara esa columna vertebral de la ciencia moderna. Tenía 73 años y falleció en su casa de Amherst, en Massachusetts, días después de sufrir un derrame cerebral mientras trabajaba con una estudiante, según las informaciones que dan cuenta de su fallecimiento.

Era vitalista e infatigable. Así lo demostró en Oviedo en marzo de 2008, cuando impartió un taller sobre evolución en la Facultad de Biológicas, por aquel entonces inmersa en la celebración de los cuarenta años de la creación de su licenciatura. Con su conferencia «Evolución después de Darwin: Gaia y simbiogénesis», pronunciada en fluido castellano, consiguió que el público desbordara la capacidad del aula habilitada. Y después del esfuerzo expositivo todavía tuvo energía para mantener -eso sí, descalza y con los pies en alto- una conversación con LA NUEVA ESPAÑA en la que se mostró su combatividad contra «el tribalismo científico que dificulta el progreso del saber», al tiempo que se reconocía «darwinista, pero no neodarwinista», distanciándose así de la síntesis de la teoría de Darwin con la genética. El neodarwinismo, la visión imperante en biología evolutiva, atribuye a las mutaciones los cambios que propician la aparición de nuevas especies. Frente a ello, Margulis sostiene que esa especiación se produce por lo que denomina simbiogénesis, «la fusión de organismos a nivel microscópico» que «condujo a la integración genética y a la formación de individuos cada vez más complejos». La célula eucariota, base de esa vida compleja, es el resultado de organismos más primitivos. En nosotros mismos está la prueba. La mitocondria, un orgánulo responsable de la energía celular, es el caso más claro de cuerpo extraño incorporado a un ente mayor y así lo evidencia el que su ADN sea distinto del que porta el resto de la célula.

Además de investigadora tenaz y desafiante -que salvó del olvido un importante corpus de conocimiento de investigadores rusos a los que la ciencia anglosajona dominante permanecía ajena-, Margulis fue una buena divulgadora científica en combinación con su hijo, Dorion Sagan, fruto de su primer matrimonio con el «rey del género», Carl Sagan.

Durante varios años, Lynn Margulis era una habitual en las quinielas de candidatos al premio «Príncipe de Asturias» de Investigación. Su muerte convierte ahora aquellas propuestas en grandes ocasiones perdidas para apartarse de los caminos trillados por los que con demasiada frecuencia transitan estos galardones.