Barítono, ganador del Premio Lírico «Teatro Campoamor» al mejor cantante masculino de ópera en 2011

Oviedo, Pablo GALLEGO

«Nunca pensé en ser un cantante de ópera profesional. Quería cantar, pero no necesariamente lírica. Mis amigos me dijeron que tenía buena voz y me animaron a intentarlo, a tomar clases. Así empezó todo». Quien habla es el barítono polaco Mariusz Kwiecien (Cracovia, Polonia, 1972). Uno de los cantantes que, en los últimos años, más ha destacado en una cuerda, la de barítono, condenada a robar el protagonismo dado por los compositores de ópera a sopranos y tenores. Al otro lado del teléfono, mientras conversa con LA NUEVA ESPAÑA, Kwiecien prepara la maleta. El destino esta vez es el Caribe, un breve paréntesis de relax familiar. Antes de afrontar, en el Metropolitan de Nueva York, una nueva serie de funciones de «L'elisir d'amore» de Donizetti, Kwiecien pasará 40 horas en un avión (20 de ida y 20 de vuelta) para recoger el viernes 17, en Oviedo, el Premio Lírico «Teatro Campoamor» al mejor cantante masculino de ópera, por su interpretación del «Król Roger» -«El rey Roger»- de Szymanowski en el teatro Real de Madrid.

-¿Realmente dudó en dedicarse profesionalmente al canto?

-Más que dudar, quizá necesitaba un empujón. Tenía ya 18 años, una edad a la que muchos instrumentistas han terminado ya buena parte de su formación, y no podía permitirme pasar demasiado tiempo en una escuela de música, así que empecé directamente con el canto. Cuando comencé a tomar clases mi voz era muy pequeña, y sinceramente, no demasiado bonita. En dos años cantaba ya lieder y oratorio, que era lo que entonces me gustaba.

-¿Qué le hizo dar el paso y atreverse con la ópera?

-Con 20 años gané un premio de lied, y en el mismo concurso uno de mis compañeros ganó el premio de ópera. Pensé que me gustaría cantar igual, así que me mudé de Cracovia a Varsovia y empecé a tomar clases con su profesor. Sólo tres años más tarde empecé a cantar en los teatros más importantes del mundo. Visto ahora fue todo muy rápido.

-¿Pensaba que le costaría más hacerse un hueco?

-Por supuesto que fue difícil, pero si quieres tener éxito no te queda más remedio que trabajar. Yo lo hice, y mucho, aunque he de reconocer que también tuve suerte. Sólo si te toca la lotería tendrás mucho a cambio de casi nada, pero esta profesión no es así. Tienes que saber muy bien lo que estás haciendo, no dar pasos en falso. Tienes que entrenar tu voz, tu cerebro y a ti mismo, porque la del cantante de ópera es una vida muy dura. El triunfo sólo llega acompañado de una ingente cantidad de trabajo. Es así.

-¿Comparte la opinión de quienes dicen que la ópera se está banalizando, que muchos teatros prefieren a cantantes atractivos que sean buenos actores antes que a un magnífico cantante sin tirón físico?

-Es difícil de decir. Como cantante debería decir que la voz es lo más importante en la ópera, pero no estoy de acuerdo. No hay duda de que de la voz tiene que estar ahí, claro, pero además has de ser un buen actor y cuidar tu aspecto. Si interpretas a Don Giovanni, o si eres una soprano que canta la Gilda de «Rigoletto», al menos tienes que aproximarte a la imagen del personaje en lo físico. Nadie dice que Don Giovanni tenga que ser guapo, pero sí que tenga carisma y un cierto atractivo sexual.

-¿Entonces si el cantante es demasiado mayor o le sobran kilos el público no se lo creerá?

-En obras como estas que le digo, seguramente no. En otras el juicio es, con toda lógica, mucho menos severo.

-Por ejemplo...

-Si cantas las óperas de Wagner, o las obras duras de Verdi, el juicio es distinto. Hace falta una voz tan fantástica, una técnica tan absolutamente perfecta, que si tu imagen no encaja con el perfil del personaje no pasará nada, mientras seas un buen actor. Para mí cantar y actuar es exactamente lo mismo. Después ya viene la imagen.

-Dicen que faltan voces dramáticas y líricas, que la ópera, además de la económica, sufre una severa crisis vocal. ¿A qué cree que se debe?

-No sé a qué se debe, pero es cierto que no hay tantas buenas voces como hace unos años. Aun así hay que sobrevivir, y avanzar con lo que tenemos. Los teatros y las agencias deben cuidar con mimo a quienes sí tienen un instrumento maravilloso, superdotado, y ayudarles. Principalmente para que sepan sortear los obstáculos y tengan tiempo suficiente para desarrollarse y crecer como artistas. Al nivel de gente como Nina Stemme o René Pape, que con comparables a los grandes cantantes de los años sesenta.

-¿Quizá las cosas van ahora demasiado rápido?

-Quizá sí. Lo queremos todo, y lo queremos ya, y eso a veces puede llevar a tomar el camino equivocado, atajos poco recomendables. De mis compañeros de estudios en Polonia, todos con voces fantásticas, ninguno sigue cantando ya.

-¿Y de quién es la culpa?

-Hay directores que contratan a cantantes de 30 años para cantar papeles dramáticos muy exigentes, muy pesados para la voz, con la promesa de que obtendrán un gran éxito y que eso lanzará su carrera, cuando aún no están del todo preparados. Ellos aceptan, pero el tiempo acaba quitándoles la razón.

-¿Le tentaron también?

-Una vez me ofrecieron cantar «Rigoletto» y el Yago en «Otello» cuanto tenía 23 años. «¡Créeme, lo harás genial, estarás fantástico!», decían. Yo les respondí que no podía, que no era para mí. Ahora tengo 40 años y aún sigo cantando papeles de Mozart, y belcanto. Quizá en 5 años me atreva con Verdi, pero tengo que sentir que estoy listo.

-¿Sueña con alguno?

-Un día, cuando con 50 años piense ya en retirarme, me gustaría terminar mi carrera cantando «Simón Boccanegra». Por el camino vendrán el Rodrigo de «Don Carlo», Renato en «Un ballo in maschera», o «La Traviata».

-Aunque sus personajes habituales pertenecen a óperas del repertorio más conocido, el jurado de los Premios Líricos le ha elegido por su interpretación del «Król Roger» de Szymanowski, una ópera estrenada en 1926. ¿A la vista del resultado no le tienta explorar más títulos del siglo XX?

-Entre el «Król Roger» y yo hay una relación especial. No suelo cantar títulos del siglo XX, pero esta es una ópera polaca, y no hay muchas que se puedan representar. La música es muy bonita, cuenta una historia, encierra melodías interesantes. Aun así no creo que vaya mucho más allá. Quizá «Woccek», pero sólo como una posibilidad.

-Viendo su agenda no da la sensación de que la crisis económica y las cancelaciones en los teatros le afecten demasiado.

-Quizá porque, últimamente, sólo canto en teatros grandes, con margen suficiente para no cancelar las funciones. Los cantantes, al menos, no sentimos que tengan problemas. Seguimos cobrando, nos contratan... La situación es difícil, sobre todo en los teatros pequeños, pero espero que eso cambie.

-Viendo la longevidad que exhiben cantantes como Plácido Domingo, ¿retirarse a los 50 no le parece demasiado pronto?

-Es que si no soy capaz de cantar «Simón Boccanegra» a los 50 no creo que sea capaz de hacerlo después. Esa es la edad ideal para un barítono, el punto óptimo de la carrera. Dentro de diez años mi voz estará en su punto máximo de fortaleza, de riqueza en el sonido, y ahí me retiraré. Después irá a peor, y no quiero que el público me recuerde así.