El XIX Festival de Teatro Lírico Español acogió la nueva versión de Pablo Viar de la zarzuela «El Caserío», que el año pasado se estrenaba en el teatro Arriaga, en coproducción con el teatro Campoamor. Para el director de escena fue su primer éxito en el género español, con una adaptación de «El Caserío» que ahora también convenció en Oviedo. Viar concentra, de forma adecuada al argumento y desarrollo de la acción, el texto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw en un solo acto de una hora y media de duración, mientras se mantienen las partes musicales de la zarzuela de Guridi. La historia de amores soñados y tardíos revivió así en «El Caserío», una zarzuela del género mayor, bajo la aspiración musical de la ópera española, y en la que el componente regionalista vasco es fundamental, siguiendo las tendencias de la década de 1920, cuando fue concebida la obra.

La producción, con la escenografía de Daniel Bianco y la cálida iluminación de Juan Gómez, refleja con gran acierto el tono melancólico que domina en la zarzuela, donde las partes sentimentales se refuerzan con elementos simbólicos y un aura de sobriedad, en combinación armónica con el tono local. Los juegos y las costumbres del folclore vasco, con las coreografías populares estilizadas de Eduardo Muruamendiaraz, acentúan el ambiente local de este «Caserío» -como en el segundo acto, que se desarrolla ahora en el frontón-. En ello participa de forma imprescindible la Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo», como el pueblo que es testigo, e incluso a veces promotor, de los acontecimientos. El coro tuvo así una actuación vocal equilibrada y regular a lo largo de la zarzuela -ojo con la afinación en el cierre de la obra-, con la solidez de sus voces masculinas, y números importantes desde el primer coro interno, bien cadenciado, aunque algo deslucido con la entrada de la orquesta.

Hay que destacar, pese a este detalle, la labor de la «Oviedo Filarmonía» y de Marzio Conti al frente de la orquesta, destacando también el arropamiento musical de las voces que el director cuidó desde el foso. Desde el preludio destacó el buen hacer de la orquesta, en una interpretación refinada y bien ajustada, a lo largo de una partitura densa que combina de forma muy original el mundo lírico y popular, con una síntesis de diversos lenguajes -la escena del final del primer acto es un buen ejemplo-, y un tratamiento personal de los ritmos y las armonías que denotaron, junto al manejo de las texturas orquestales, el gran oficio compositor de Guridi. En la parte musical destacó, además, el triángulo amoroso del elenco, con un Mikeldi Atxalandabaso espectacular al frente, en el papel de José Miguel.

Atxalandabaso se impuso desde su primer dúo, con una destacada interpretación vocal de amplios medios y sensibilidad dramática. No en vano, el tenor fue premiado por su papel en esta producción zarzuelística en la última edición de los Premios Líricos «Teatro Campoamor». Su interpretación de la romanza «Yo no sé, que veo en Ana Mari» fue una buena prueba del porqué. A su lado, Ana Nebot se presentó en el papel de Ana Mari, dulce y juvenil enamorada, en una interpretación muy natural y de un gusto exquisito en el canto, como pudo contemplarse en los matices de la soprano en los dúos, como «Alegría intensa», acompañado éste, sin embargo, por un movimiento a cámara lenta de dudosa efectividad para el momento. No obstante, la cantante ovetense brilló especialmente en la canción romántica de Ana Mari del tercer acto, de equilibrado fraseo y redondeado registro agudo, y con su aparición estelar del último acto, de gran efecto pictórico y poético, como queriendo recrear aquellos cuadros de influencia wagneriana.

Por su parte, el barítono Javier Franco encarnó el papel del tío de los enamorados, Santi, con una actuación contundente, sobre todo en lo vocal, y a pesar de algunas dificultades en los agudos de una parte, por otro lado, de importantes exigencias, que tuvo su mejor momento en la romanza «Sasibill mi caserío», de gran belleza y fuerza de canto. El resto del reparto sumó con acierto en la obra, aportando el tono cómico que recorre esta zarzuela, especialmente con Alberto Núñez, un Txomin de gran presencia en el escenario y cualidades vocales, que destacó en la «Canción de los versolaris» y el dúo cómico con Izaskun Kintana (Inosensia), por otro lado no muy ajustado en su interpretación musical.

Es necesario, por último, advertir de las carencias de los programas de mano, en primer lugar ante la falta de información sobre el reparto, ya que en un género como la zarzuela conviene puntualizar el tipo de voz de los cantantes del elenco, y diferenciar los actores y actrices.