El padre de Michael Lewis pertenecía a una generación convencida de que el dinero que uno gana en esta vida constituye una guía fiable de la contribución personal al bienestar y al progreso de la sociedad. Por eso nunca se cansó de repetir que la gente no dejaba de ser limpia por hacer fortuna. Sólo tuvo que ver a su hijo cobrando 225.000 dólares a los 27 años en un puesto de trabajo recién obtenido para que su fe en el becerro de oro se tambaleara.

Más tarde, cuando a finales de la década de los ochenta Lewis, escritor de algunos de los libros de mayor éxito de la última década en Estados Unidos, editor de «Vanity Fair», colaborador de «The New York Times» y «Bloomberg», dejó la sala de operaciones de Salomon Brothers llegó a pensar que le había dado la espalda a la mejor oportunidad que tendría jamás de hacerse millonario.

A pesar de su confianza en la compañía y en el instinto innato para los negocios de gente como John Meriwether, campeón mundial del póquer del mentiroso, acabaría dándose cuenta de que los capitanes habían hecho todo lo posible por hundir el barco y que quizá no hubiera sido tan tonto al tomar la decisión de marcharse, aunque el dinero se hallase todavía en la cresta de la ola y nadie pensaba que todo aquello se podía acabar.

¿Quieren saber en qué consiste el póquer del mentiroso? Para los reyes del juego de Wall Street, más que un pasatiempo era una prueba de fuego para medir las posibilidades de los nuevos operadores; tenía mucho que ver, a su juicio, con la colocación de bonos. Como sucede en los chinos, en el póquer del mentiroso un grupo de personas, hasta un máximo de diez, forma un círculo y cada una de ellas sostiene un billete de dólar junto al pecho.

La mecánica se basa en engañar a los demás acerca del número de serie impreso en el anverso del billete. Uno de los jugadores abre con una apuesta sobre las cifras y el resto, por turnos y en el sentido de las agujas del reloj, lo sigue, apostando más alto, doblando y desafiando las ya conocidas. Cuando todos lo han hecho, los números quedan al descubierto y se conoce quién engaña a quién. Las preguntas que vuelan, los faroles entre unos y otros, forman parte de una dinámica similar a la del operador en la sala de negocios. Del mismísimo juego del broker. Cada jugador, como en seguida se percató Michael Lewis, busca indicios de debilidad, predicción o esquemas de comportamiento en los demás y, al mismo tiempo, en sí mismo. «Todos los operadores de Goldman Sachs, First Boston, Morgan Stanley, Merrill Lynch y otras firmas de Wall Street juegan a una u otra variante del póquer del mentiroso», escribió.

John Gutfreund, presidente de la firma, y John Meriwether, miembro del consejo de administración, estaban en el centro del juego del dinero. El primero deseaba una sola partida a un millón de dólares y el segundo, que se pasaba el día rechazando apuestas, respondió que diez y ni una palabra más ¡Diez millones de dólares en un farol, que hasta el propio Gutfreund se vio obligado a rehusar! En la sala de las operaciones, el lenguaje, profesional y lúdico, era aquél. Wall Street se convirtió en una ludopatía.

Por allí merodeaba Lewis Ranieri, que llegaría a la vicepresidencia, y sus gordos, Marro, D'Antona, Alavarcis, Dipasquale y Esposito. Antes de que se le considerase el mejor vendedor de Salomon Brothers, Ranieri había intentado ser chef, pero un asma le impidió trabajar en las cocinas llenas de humo. Sólo hablaban de dinero y de comida basura, gastaban bromas pesadas y todo lo que se podía hacer para evitarlas era no cruzarse con ellos. Leyendo o releyendo El póquer del mentiroso, el libro con el que se dio a conocer Michael Lewis, resulta más fácil entender lo que sucedió a continuación. O, por lo menos, empezar a comprenderlo a partir de los orígenes.

Pero en 1988 nadie creía que aquella máquina de hacer dinero estuviera condenada y que Wall Street acabaría colapsando. Y el que menos lo creía de todos era Ranieri, el padre del bono hipotecario, considerado por «Business Week» uno de los más grandes innovadores de los últimos 75 años, un tipo que se forró adquiriendo baratas las deudas de las familias estadounidenses para transformarlas en papel avalado. En marzo de 2007, en un momento en que se desconocía si la expansión de la demora excesiva en los pagos de las hipotecas de alto riesgo podría conducir a una crisis financiera, Ranieri comentó: «Creo que es controlable. No me parece que esto vaya a ser un cataclismo».