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La espuma de las horas

Cuando a Pablo Escobar se le subieron los humos

"Narcos", la serie de Netflix, cuenta con buen pulso narrativo la ascensión y caída del "Zar de la cocaína" que libró la guerra contra el Estado en Colombia

El actor brasileño Wagner Moura como Pablo Escobar, en la serie "Narcos".

Mark Bowden (St. Louis, 1951) empezó a escribir Killing Pablo una de las mejores biografías publicadas sobre el crimen en 1997, después de haber visto la foto enmarcada de un grupo de soldados sonrientes junto al cadáver de un hombre gordo ensangrentado. Aquel guiñapo orondo era Pablo Escobar Gaviria, el capo del narcotráfico colombiano que durante años aterrorizó a un país de más de treinta millones de habitantes llevándolo a la espiral de violencia más brutal de su historia, movilizando al ejército, la DEA y la CIA. El militar que le enseñó la foto a Bowden le explicó que la conservaba en su poder para recordarse a sí mismo que cuando a alguien se le suben los humos no hay dinero en esta vida que valga. A Escobar, jefe del cartel del Medellín, se le subieron los humos cuando la presentadora de tevisión, Virginia Vallejo, su amante, tuvo la ocurrencia de presentarle ante la sociedad como el "Robin Hood paisa". Entonces se creyó que, además de repartir el dinero obtenido de la droga, que no enterraba, entre los pobres, podría desbancar a la clase dirigente colombiana y convertirse en el próximo presidente de su país. En su invocación caudillista no figuraba Bolívar, bastaba con ser Pablito, "el zar de la cocaína". Creció en las colinas de Medellín, alimentado por las leyendas de Sangrenegra y Tirofijo, sin imaginarse todavía que iba a convertirse en un bandido infinitamente más grande que ellos y todos los demás juntos. Luego supo que lo que diferencia a un criminal de un forajido es el número de admiradores y se transformó en un ídolo de masas.

Con más dinero del que nadie podría soñar y encumbrado por la revista "Forbes" entre los hombres más ricos del mundo, fue entonces cuando decidió dar el salto a la política. En 1982, tras la calculada renuncia del candidato titular, logró el acta de diputado en el Congreso por el departamento de Antioquia. Un ministro de Justicia corajudo, Rodrigo Lara Bonilla, destapó el origen delictivo de su fortuna y le obligó a renunciar. Lara Bonilla lo pagaría con su vida: en 1984 fue acribillado por sicarios de Escobar. Colombia inauguró entonces la etapa del narcoterrorismo, un período sangriento que contribuyó a engrosar la cifra de 10.000 víctimas de asesinato que se la han atribuido al narcotraficante colombiano. Políticos, oligarcas, periodistas, centenares de militares, policías y ciudadanos cayeron bajo el plomo y las bombas. Los narcos fueron declarados extraditables y sobre ellos pesó la amenaza de pudrirse en las cárceles de Estados Unidos.

De la sangrienta guerra contra el Estado, los enfrentamientos entre carteles, la pasión y la ambición se ocupa Narcos, una magnífica serie producida por Netflix de diez episodios, disponible desde el pasado agosto. Escrita por Chris Brancato y dirigida por José Padilha (Tropa de Élite), se filmó en el segundo semestre de 2014 en Colombia. Tan convincente y rigurosa como bien interpretada -las únicas piezas que no encajan se deben al intento de enmascarar alguna que otra identidad- echarle un vistazo a este serial es una buena forma de pasar el tiempo. Está anunciada una segunda temporada.

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