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La espuma de las horas

Ahab persigue su ballena en Londres

Herman Melville urdió parte de la novela que le rondaba la cabeza, la luminosa y universal "Moby Dick", entre las nieblas inglesas del Támesis

Recreación de la gran ballena asesina.

El canibalismo universal del mar que decía Melville tiene parte de su inspiración en el viejo Fleet Market londinense, aproximadamente donde ahora se encuentra Farringdon Street. El lugar ya sólo existe en las memorias históricas y literarias como uno de esos artilugios que la fantasía destapa una y otra vez, del mismo modo que sucede con Moby Dick, cuya inspiradora trama se ha reciclado durante décadas con películas, dibujos animados, cómics, una miniserie de televisión, un par de álbumes de heavy metal, un vídeo musical y hasta un tema de rap.

En el otoño de 1849, un joven estadounidense recién llegado a Londres se registró en una casa de huéspedes en Craven Street, una estrecha calle que baja desde el Strand al Támesis. La casa sigue ahí, al final de un bloque de edificación georgianos. En la pared del último inmueble, cuyo arco ventana aún asoma al río, se puede ver una placa azul que conmemora a Herman Melville y a su creación más celebrada, la maravillosa y fantasmagórica Moby Dick, para muchos un libro grande y gordo sobre el pecado y el carácter esquivo de la redención. Para otros, la encarnación mítica de América.

Ese noviembre, el escritor paseó por la metrópoli imperial, los túneles siniestros de los embarcaderos, las tabernas y las oficinas de los editores donde trataba de vender White Jacket su último libro, basado en los catorce meses que había pasado prestando servicio a bordo de la fragata Neversink. Melville había obtenido un afortunado debut juvenil con Typee, un volumen de cuentos de los Mares del Sur pero el éxito se había apagado y su producción literaria atravesaba entonces una etapa realmente oscura. Sabía que tenía que escribir algo definitivo basado en las leyendas de las ballenas y los balleneros. La idea hacía tiempo que lo obsesionaba desde que le contaron la historia del Essex, no dejaba de rondarle la cabeza. Él mismo era Ahab en busca de su ballena blanca.

Como es natural no hay que imaginárselo sin tres o cuatro tragos dobles encima pero tan pronto caminaba de noche entre las brumas de Oxford Street de repente se sentía perseguido por el leviatán. Se imaginó salas de grasa de cetáceos en las pescaderías del Fleet Market, y una vez que vio a la reina Victoria paseando en un coche de caballos, bromeó diciendo que el joven sentado a su lado era el mismísimo príncipe de las ballenas. Londres, que a su vez había sido puerto ballenero, estaba agitando frente a él los fantasmas de su pasado.

Probablemente fue en ese pasado no tan distante donde Melville vio en la obra de Turner la influencia visual de lo que iba a ser su monumental novela. Turner había pintado una serie de escenas de caza de ballenas para Elhanan Bicknell, la firma ballenera británica con sede en Elephant and Castle. De hecho algunas partes de Moby Dick parecen comentarios, en ocasiones brutalmente poéticos, de esos lienzos tempestuosos donde los barcos flotan entre neblinas, sombras, claroscuros y tenues colores. Resulta curioso ponerse a pensar cómo la anglofilia de Melville aportó la levadura de su obra maestra que, por algún motivo, inicialmente fracasó en Estados Unidos y sólo obtuvo reconocimiento entre los escritores británicos.

Igual que ha sucedido otras veces, Melville y su gran ballena blanca vuelven a ser noticia gracias al estreno de la película de Ron Howard, En el corazón del mar, basada en el best seller de Nathaniel Philbrick, donde se vuelve a relatar la historia del Essex el ballenero de Nantucket atacado por un enorme cachalote mientras navega por aguas del Pacífico. La crónica del Essex fascinó a toda una época y su leyenda fue el objeto principal de la obsesión que no dejaba de atormentar a Melville en sus paseos por el Strand londinense.

Una vez, tomó el vapor río abajo hasta Greenwich, donde habló con un marinero negro que había servido en Trafalgar. Del encuentro hay rastro en Billy Budd. Pero fue en Tower Hill donde Melville se encontró con una escena que saltó enseguida de la realidad a la ficción. Vio a un mendigo con una sola pierna con un cartel al cuello y en él fue capaz de visualizar la ballena que le había atacado. Esa extraña visión serviría para definir físicamente a Ahab, uno los grandes personajes de la ficción de todos los tiempos, privado de su pierna por el gigantesco leviatán que no ceja de perseguir para darle caza. El carácter de esta del personaje fue cincelándose por las lecturas de Coleridge, Milton y Shakespeare, según se ha recalcado en no pocas ocasiones.

Moby Dick es una novela luminosa urdida en la niebla. "Si la luz y la vida están compuestas de color, la blancura de la ballena es la palidez de los muertos y el sudario en que nos envuelven", escribió Melville.

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