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"Monsieur Jérôme me quita el sueño"

Las preguntas que el jurista langreano Jerónimo González formuló a Einstein en una de sus conferencias en Madrid en 1923 dejaron atónito al genio

Einstein, tercero por la derecha, en la audiencia con Alfonso XIII, a su derecha. F. RODRÍGUEZ

Los cien años de la teoría de la relatividad (1915), que revolucionó el conocimiento humano, pone de actualidad el viaje que el físico Albert Einstein realizó a España en 1923, meses después de conseguir el Premio Nobel. LA NUEVA ESPAÑA explicaba días atrás la importancia que tuvo en la gestación de aquel viaje un matemático muy ligado a la Universidad de Oviedo y uno de los grandes talentos científicos del siglo XX en nuestro país. Se llamaba Julio Rey Pastor y es autor de un libro, "Lecciones de Álgebra", pensado y escrito en Asturias y convertido hoy, más de un siglo después de su publicación, en referencia de primera línea matemática.

Julio Rey participa en la organización del viaje, pero cuando Einstein llega a España para dar conferencias en Madrid, Barcelona y Zaragoza, Rey Pastor ya está en Argentina, en su cátedra en la Universidad de Buenos Aires.

Pero otro nombre asturiano tuvo protagonismo en aquel periplo de Albert Einstein por España. En su día rescataba la anécdota un catedrático de Economía de la Universidad de Pensilvania, el asturiano Jesús Fernández Villaverde, quien, a su vez, se la había contado el notario madrileño Rodrigo Tena Arregui.

Uno de los anfitriones de Einstein fue el físico experimental canario Blas Cabrera, un inmenso talento al que las autoridades franquistas depuraron nada más acabar la guerra, en una de sus múltiples estupideces tras el asalto definitivo al poder. El que fuera fundador de la Sociedad Española de Física y Química y principal divulgador junto a Esteve Terradas de la teoría de la relatividad general en España ayudó a organizar las dos conferencias de Einstein en Madrid.

Nada de divulgación, advirtió Einstein. Lo suyo era materia dura... y en alemán.

"Al día siguiente de una de las charlas -cuenta Fernández Villaverde-, Blas Cabrera fue a recoger a Einstein a su hotel y le preguntó qué tal había pasado la noche. Su respuesta fue que fatal, que no había pegado ojo pensando en las interesantísimas preguntas que le había hecho monsieur Jérôme. Cabrera, sorprendido, intenta averiguar quién era este Jérôme, y al poco tiempo descubre, atónito, que no era otro que Jerónimo González y, encima, que resulta que don Jerónimo no era físico, sino letrado de la Dirección General de los Registros y del Notariado".

Y de Sama, para más señas. El IES de la localidad langreana lleva su nombre. El historiador local langreano Francisco Palacios es el autor de un trabajo biográfico sobre Jerónimo González Martínez, nacido en febrero de 1875 y sin duda uno de los mejores cerebros que dio Asturias. En la Universidad de Oviedo se licenció y doctoró en Derecho con las mejores notas, y fue alumno de Clarín y de Félix Aramburu.

Los grandes talentos no distinguen ciencias y letras. Su carrera jurídica la inició como fiscal del Juzgado de Langreo. Su carrera docente, como profesor de Matemáticas en el colegio de Segunda Enseñanza de Sama.

En Gijón se estableció como abogado y secretario de la Cámara de Comercio. En 1906 sacó el número uno a la Dirección General de Registros y Notariado, en Madrid. Años después fue designado asesor técnico del Ministerio de Gracia y Justicia. Fue profesor de la Universidad Central de Madrid y miembro de la Academia de Jurisprudencia.

Francisco Palacios señala en su semblanza algunas amistades que a simple vista pudieran parecer contradictorias. Fue amigo personal del presidente de la República Manuel Azaña y, mucho tiempo después, del último presidente de Gobierno del franquismo, Luis Arias Navarro, que fue alumno suyo y compañero en la Dirección General de Registros. En tiempos de la República fue presidente de la Sala Primera del Tribunal Supremo. Durante la guerra se le encarceló unos días en 1937 en Gijón y, tras la contienda, rehabilitado en 1940, cinco años antes de su jubilación.

Cuando Einstein visita Madrid en 1923 el langreano Jerónimo González tenía 48 años y llevaba quince casado con la gijonesa Guadalupe Velasco. Es el año de su entrada en el Ministerio de Gracia y Justicia, nombramiento que provoca una efusiva felicitación de la Corporación municipal de Langreo: "Al distinguido samense que si en todo momento ha sabido honrar a su pueblo, en que por primera vez vio los rayos solares, ahora lo glorifica ante España entera".

Jerónimo González fue un eminente jurista, pero, a la vista de la anécdota referida por Fernández Villaverde, es fácil suponer que habría sido un matemático o físico genial. No lo fue, entre otras cosas, porque la Universidad de Oviedo tenía oferta muy poco diversificada.

"Jerónimo González -escribió en su día Fernández Villaverde- no debió ser abogado. Si hubiese podido, probablemente hubiese preferido ser matemático o físico, pero no pudo. España hubiera perdido un gran letrado, pero quizá hubiese ganado nuestro primer Nobel de Física o nuestra primera Medalla Fields de Matemáticas". Aún estamos esperando.

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