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Gustavo Bueno era opaco

El filósofo demostró en sus combativas y gesticulantes intervenciones televisivas una inteligencia abrumadora

Gustavo Bueno era opaco

Santa Clara, la patrona de la televisión desde 1958, se puso enferma un buen domingo del siglo XIII y no pudo ir a los oficios de una Iglesia cercana. Tumbada febril en cama obróse entonces el milagro: en su pared aparecieron las imágenes del acto religioso en directo. Dos años antes de su santo entronamiento, en España comenzaron las emisiones de TVE con muchos paralelismos con el instante que marcó la vida de Clara de Asís.

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Primero. Ella tele-vio y gracias a ella nos lo explicó Gustavo Bueno en el extraordinario ensayo "Telebasura y democracia" (Punto de lectura, 2003): Santa Clara no vio a distancia, como se suele interpretar, sino a través de los objetos. Segundo. Ella tele-oyó unos salmos similares al de Arias-Salgado, ministro de Información y Turismo, también con solemnidad dominguera pero en la emisión inaugural del ente público: "Hoy, día 28 de octubre, domingo, día de Cristo Rey, a quien ha sido dado todo poder en los Cielos y en la Tierra, se inauguran los nuevos equipos y estudios de la Televisión Española". Tercero. Ella era tele-rica, con una fortuna heredada a través de los cuerpos de sus antecesores, como eran los primeros españolitos con televisor. Y cuarto. Ella solo tuvo la oportunidad de tele-disfrutar un canal con la misa, como ocurría con cualquiera que viese la una, grande y libre Televisión Española de 1956.

Ni Santa Clara podría haber visto a través de Gustavo Bueno: su cuerpo era opaco, igual que sus palabras, sus gestos o esa inteligencia abrumadora con la que combatía en cada intervención. Una combinación que parecía perfecta para la televisión de fines del XX. "La clave", los programas de Dragó o "Tribunal popular" le fabricaron como reclamo de una España que, poco a poco, fue cambiando: "por favor, no cite usted a Kant y Aristóteles porque nos baja la audiencia", le dijeron poco más tarde. Hasta que llegó el primer "Gran hermano" y el libro "Telebasura y democracia" donde exponía dos tipos de telebasura: la fabricada, producida para conseguir público; y la desvelada, inherente a la realidad: la que nos muestra un vertedero en Calcuta o la cópula de unos animales en "National geographic". Defendía Bueno que el programa de Telecinco pertenecía a la segunda categoría y, por tanto, tenía mucha más honestidad que otros formatos como "Operación triunfo", franquiciados construidos para los audímetros. En ese ensayo están muchas de las cosas a pensar cuando tele-vemos: la diferencia entre televisión formal y material, la inevitabilidad de la basura o, quizá la más importante, si un país tiene la televisión que se merece.

Al ver su cuerpo opaco en televisión me gustaba más el Bueno desvelado que el fabricado. El primero se materializó definitivamente cuando el filósofo ya se acercaba a los noventa años: llevaba una década sin sitio en una televisión (y en un país) a la que hoy no le interesa ni la filosofía ni las frases subordinadas. Gracias a las ciento treinta y seis teselas de su web, grabadas por la Fundación que lleva su nombre, desde 2009 hasta marzo de este mismo año Bueno se nos aparecía a través de las pantallas de nuestros ordenadores como si nos fuese a dar una clase magistral de media hora. Y lo hacía con la elegancia de un viejo profesor: mitos, democracia, lógica, identidad, tauromaquia o, cómo no, telebasura.

En el primer informativo después de su muerte, a uno de los filósofos españoles más importantes de la Historia, al padre de la "Teoría del cierre categorial", al autor de monumentos del pensamiento como "El papel de la filosofía en el conjunto del saber" (1970) o "El animal divino" (1985), el Telediario de La 1 le dedicó treinta y nueve segundos tras treinta y un minutos de programa. En ese momento volví a pensar su voz, ya quebrada de anciano. "Tenemos la televisión que nos merecemos", creo que me dijo.

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