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Escapadas

Tras las huellas de Cervantes en el Adriático

Ulcinj, un agradable pueblo en la costa de Montenegro donde habría estado cautivo el autor del Quijote

Vista de Ulcinj, en Montenegro.

El último libro de la periodista Ángela Rodicio (Ribadavia, 1963) tiene para todos: los amantes de las letras, los entusiastas de la historia, los devoradores de periódicos, los aficionados a la literatura de viajes... Todo el que aborde "Dulcinium. El amor perdido de Cervantes" (Confluencias, 2016) encontrará algo para quedarse enganchado a una obra cuyo objetivo es documentar la leyenda de que Miguel de Cervantes estuvo preso no sólo en Argel, que también, tras la batalla de Lepanto, sino también en Ulcinj, en la costa de Montenegro. El enclave, la antigua Dulcinium romana y objeto de disputas durante siglos (los turcos lo arrebataron a los venecianos en 1571), habría servido al escritor para inspirar y dar nombre a uno de los personajes clave del universal "Don Quijote de la Mancha": Dulcinea.

Ángela Rodicio cuenta que dio con esta historia por casualidad, en una de sus muchas estancias por Centroeuropa cubriendo algún conflicto bélico. Quedó enganchada y decidió desarrollarla a través de una larga y profunda investigación que le ha llevado años. Vaya por delante que la periodista, tal y como ha señalado en alguna entrevista, no quiere pasar por experta cervantina ni mucho menos, sino que el Quijote le ha servido de base para ampliar y poner negro sobre blanco el relato del cautivo español que estuvo dos años preso en la cárcel otomana de Ulcinj, donde se enamoró de la hija del gobernador (bey), a la que tuvo que abandonar cuando fue trasladado a Argelia. Pero nunca olvidó, ni el buen trato recibido en la prisión del pueblo ni a su amada, a los que fusionaría en la idealizada Dulcinea del Toboso, origen de los desvelos del atribulado hidalgo. Rodicio va más allá al asegurar que el contrapunto de Dulcinea, la fea y basta Aldonza Lorenzo, es en realidad la España "sin futuro, corrupta y pesimista" con la que se dio de bruces al regresar de su cautiverio a finales del siglo XVI.

De vuelta a Montenegro, y según la periodista, son muchas las referencias que se pueden encontrar sobre el cautiverio de Cervantes y que constituyen un buen motivo para escaparse hasta este rincón de la costa adriática, cerca de la frontera con Albania y aún, pero por poco tiempo, virgen del turismo masivo que alcanza prácticamente a todo el Mediterráneo. Tiene Ulcinj cerca de 11.000 habitantes, la mayoría de lengua albanesa y religión musulmana. Su centro histórico (Stari Grad, ciudad vieja), del que sobresalen los minaretes de sus mezquitas y una catedral ortodoxa, se deja caer hacia el mar entre recónditas y estrechas callejuelas de piedra que casi todas van a dar a la plaza de los Esclavos, aunque muchos la llaman plaza de Cervantes. A Rodicio no le costó, cuando llegó, encontrar datos sobre el escritor español, Servet para los habitantes, quienes relatan su cautiverio en la fortaleza como algo sobre lo que no hay ninguna duda e incluso enseñan a los turistas su celda.

Compite Ulcinj con Budva por convertirse en destino vacacional de la costa de Montenegro. Si la primera está cada vez más tomada por los acaudalados visitantes rusos, hasta la segunda llegan sobre todo italianos, los vecinos albaneses y muchos montenegrinos. El pueblo presume de contar con la playa más larga del país, de arena y guijarros, y cuenta con una estatua dedicada a la madre Teresa de Calcuta. En torno a la fortaleza se ubican agradables cafés y tabernas, en las que probar la sencilla y rica cocina de la zona, en la que el toque italiano es innegable con las pastas y arroces con frutos del mar como la opción más apetecible. No faltan el buen café ni los dulces. Desde Dubrovnik, la "perla del Adriático" que explotan sin miramientos en la vecina Croacia, hay poco más de 150 kilómetros, pero en tiempo por carretera el viaje puede llevar tranquilamente tres horas, más si se hace una parada (casi obligatoria) en la citada Budva, la coqueta Sveti Stefan (una pequeña fortaleza en una península junto a la que hay una agradable playa) o las impresionantes bocas de Cátaro. También hay que armarse de paciencia para cruzar la frontera entre Croacia y Montenegro, sobre todo, en los meses de verano, sin olvidar adquirir la viñeta obligatoria para circular por las carreteras del país.

Historia a raudales hay en este rincón de Europa, considerado durante siglos como la frontera entre Oriente y Occidente y, por tanto, nunca libre de tensiones políticas, territoriales, religiosas y étnicas. En esta tierra amalgama de culturas se levanta Ulcinj (Ulcinium-Dulcinium en latín, Dulcigno en italiano, Dolcinj en albanés), donde recalar si se busca disfrutar de la belleza del Adriático con cierta tranquilidad y, de paso, profundizar en la apasionante historia de cómo se construyó y se construye Europa.

Montenegro ha pasado poco a poco página de su pasado más reciente, teñido de guerras por la desmembración de la antigua Yugoslavia, y acoge gustoso a los turistas que, cada vez en mayor número, optan por descubrir uno de los países, quizás, más desconocidos de todo el Mediterráneo. El euro es la moneda oficial y los precios, en muchas ocasiones, se han quedado estancados en la época de Tito. Por por poco tiempo.

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