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Luz que agoniza

Una historia de amor entre dos seres aparentemente condenados a no entenderse. Él es un fotógrafo a punto de quedarse ciego. Impotente. Amargado. Al borde del abismo. Se tambalea por la calle oscurecida, ebrio de alcohol y desesperación. Ella trabaja escribiendo audiodescripciones de películas para personas que no ven. Pero que sienten. E imaginan. Difícil reto: transmitir a los espectadores ciegos los sentimientos y emociones de las imágenes. El poder inmenso de las palabras: "Interpretar otras vidas me ayuda a vivir y me da esperanza", dice un personaje, "quizá la audiodescripción es una manera de conectar con los que no pueden ver las películas. (?) Debes comprender su capacidad de imaginar. Los discapacitados visuales tienen un poder de imaginación excepcional". Ojos que no ve, corazón que sí siente: y de qué manera. Si el protagonista se aferra como puede a los últimos vestigios de luz que le quedan, la protagonista se desprende poco a poco de las sombras que atenazan su vida. Intenta comprender, luchan por entenderse. Mamá, ¿eres feliz?, pregunta a su madre en una de las muchas escenas en las que la cámara se sitúa a ras de piel de sus personajes con un contraluz agonizante al fondo que los delimita. "Esto es mi corazón", dice él cuando recupera su cámara robada. Aunque ya no pueda ver lo que fotografía. Son frases escuetas que dicen mucho. Escenas en miniatura que agrandan los espacios humanos. Misako, ella, y el señor Nakamori, él, se encuentran gracias a sus desencuentros, y lo que podría parecer una llorona lovestory en la línea férrea de Nicholas Sparks se convierte en planos de Naomi Kawase en una hermosa fábula sobre el sentido de la vida: la luz de las caricias, el valor sólido de una lágrima subterránea, la realidad a la que solo se puede acceder con los ojos cerrados. Reflexión pausada sobre la esencia misma del cine como agitación de cuerpos y almas, enfática sin pudor en sus pretensiones, Hacia la luz es como esa escultura de arena que se filtra entre las imágenes, tan vulnerable en su sencilla belleza amenazada por el tiempo, en la que un simple plano de dos rostros expectantes ante un crepúsculo (ella lo siente con los ojos cerrados, él lo imagina con los ojos abiertos) sirve como preámbulo a un gesto de desprendimiento que precede a otro de total entrega entre ambos. "Nada es más bello que lo que desaparece ante tus ojos". Deslumbrante película, emocionante elogio de las lágrimas que limpian la mirada para ver (imaginar) mejor. A tientas hacia la luz que se desvanece para brillar más. Tienes que verla.

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