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ALFONSO ROMERO | Director de escena

"En una ópera como 'Andrea Chénier' no caben las falsas interpretaciones"

"No quise sacar de contexto la obra, no iba a contribuir a intensificarla"

Alfonso Romero, ayer, en el teatro Campoamor. IRMA COLLÍN

Alfonso Romero, madrileño de nacimiento pero cuya vida transcurre entre España y Alemania, es el director de escena del cuarto título de la temporada lírica ovetense: "Andrea Chénier" que podrá verse en el Teatro Campoamor a partir del 7 de diciembre.

- ¿Observa usted grandes diferencias en el terreno escenográfico entre Alemania y España a la hora de hacer ópera?

-En Alemania se da absoluta libertad al director de escena, también propiciado por la red de mas de sesenta teatros estatales que existen. En una misma semana puedes encontrarte en todo el país con seis producciones diferentes de "Rigoletto", por ejemplo. Por ello, el innovar en materia escenográfica se convierte casi en una necesidad. Como laboratorio de experimentación me parece tremendamente interesante porque aparecen auténticas joyas. Yo mismo he tenido que convivir con directores de escena que no saben convivir con la música, que incluso les molesta. Es algo, cuanto menos, increíble. Los grandes problemas del director de escena llegan cuando uno no respeta la obra y se propone innovar gratuitamente y escandalizar como fin último.

- ¿Cuál es la concepción escénica que propone en esta producción operística?

-Va a mantenerse en la época de la Revolución Francesa, en la que está basada originalmente el libreto. Pensé que sacar de contexto esta historia, en la que aparecen personajes muy característicos de este momento histórico, no iba a contribuir a intensificar la idea principal de la obra. Sí he querido que la escenografía fuera un personaje más y que contara durante los cuatro actos la evolución de los personajes, no estaba buscando algo meramente decorativo. Por esto, en el primer acto tenemos un palacio francés, pero que deja entrever lo que hay detrás de ese lujo aparente.

- ¿Y una vez que estalla la Revolución?

-Llega el caos absoluto, ese palacio se destruye y vamos a ver cómo se ha destruido, nos quedamos con las ruinas, como si de una explosión se tratase. Yo quise evitar la imagen de la guillotina, así que para representar ese momento dramático en el que la gente está muriendo, decidimos poner a cada lado del escenario una montaña de vestidos y pelucas y continuamente van cayendo, como si de un reloj de arena se tratase, dando a entender así cómo esos enseres pertenecieron a aquellos a quienes han ajusticiado y que cada peluca que cae es una cabeza que ha rodado.

- ¿Cuál es su planteamiento de los personajes a nivel psicológico?

-Los tres principales, Chénier, Maddalena y Gérard, están muy bien definidos en el libreto. El estallido de la Revolución provoca que esa experiencia traumática modifique la conducta de los protagonistas. Aunque suene inverosímil, es Gérard, el personaje que interpreta Carlos Álvarez, el que más cambia. Se da en él el sentido de la duda, y se puede ver que un ser humano no es solamente bueno o malo, sino que está lleno de aristas. La lectura de este personaje es muy diversa por sus ideales, insisto, sin inventarnos nada, ciñéndonos estrictamente al texto, porque realmente no hace falta. En esta ópera no caben las falsas interpretaciones.

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