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Una sonrisa convertida en arsenal para recibir el Toisón, por Eduardo García

El argumentario emocional en torno a un debate abierto en canal a sensibilidades

Leonor de Borbón. CORDON PRESS

A Leonor de Borbón Ortiz no le temblaron las piernas. O si le temblaron, disimuló. Vivir en palacio imprime carácter y ahora sabemos que la niña sabe estar, que no pierde la sonrisa y que esa sonrisa es como un arsenal argumentario en favor de la Monarquía. De la nuestra, se entiende. ¿Puede ser la sonrisa un argumento? Decididamente sí en tiempos en que las emociones mandan. En el fondo el debate entre Monarquía o República es eso, emocional, abierto en canal a sensibilidades. En este país en el que muchos votaron a Felipe (González) por su sex-appeal de pana y las abuelas apoyan en masa a Albert Rivera porque es el nietín que todas esperarían tener, la sonrisa de Leonor puede con cualquier tratado de teoría general republicana.

No sabemos qué va a dar de sí esta niña a la que preparan para ser reina, personaje de un cuento de hadas que da pereza vivir. Pero si toca, toca. De ella se puede decir que tiene un padre sensato y cercano que sabe escuchar y una madre firme y perfeccionista que sabe hablar. Me refiero a padres, no a reyes.

Si un día la coronan será reina de una España distinta, alejada de los actuales parámetros sociales y económicos y quizá, solo quizá, reducida en lo territorial. Será una España mejor cuando a la princesa le toque reinar (siguiendo la lógica que marca la ley de vida habrá que esperar unos treinta años). Si tantos pelmazos a su alrededor no le roban la sonrisa lo tendrá incluso más fácil que lo tiene y va a tener su padre, y mucho más fácil que lo tuvo su abuelo, superviviente entre ruidos de sables y bombas de ETA. Ayer llamó la atención la reverencia de la nieta Leonor al rey emérito, que demuestra que tiene interiorizado el papel.

Apelemos de nuevo a las emociones. Leonor puede ser reina de España y un tarado como Puigdemont aspira a ser presidente de la República de Cataluña. Para muchos, una reina en mitad del siglo XXI es un grotesco anacronismo, pero ciertamente los ejemplos republicanos actuales animan a guardar bajo la alfombra y por el momento la bandera tricolor.

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