La pasión que Julio de la Fuente siente por el cine ha hecho posible que El último invierno sea una realidad. Con una fotografía intensa de José Valle, un sonido impecable y una banda sonora muy matizada de Isaac Turienzo, el realizador coloca a su entusiasta reparto dentro de una historia cargada de resonancias cinematográficas, desde A quemarropa de John Boorman a Los sobornados, de Fritz Lang, pasando por el Asesino implacable con Michael Caine o, recientemente, el John Wick encarnado por Keanu Reeves, con quien Eduardo Castejón guarda un parecido facial más que razonable.

Jugando abiertamente a la elipsis como vívido ejemplo de deconstrucción dramática, El último invierno lleva casi a la abstracción la historia de un asesino a sueldo que no por casualidad aparece varado en una playa iniciática como un Robinson Crusoe que naufraga en un mundo de inmundicias donde mantiene un código de honor muy personal (solo mata a quien se lo merece) y al que el amor concede la oportunidad de ajustar cuentas con su pasado de tormentos. Y cuando llega el dolor insuperable, la venganza se transmuta en un cauterizador camino a la recóndita redención.