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Svante Pääbo, en el corazón de una ciencia nueva

El premio "Princesa" de Investigación Científica y Técnica revolucionó la paleoantropología con las técnicas de la biología molecular, que ponen en cuestión conceptos básicos sobre las especies

Svante Pääbo, sentado en primera fila, con el equipo de investigación de El Sidrón, que encabezaba Javier Fortea (tercero por la derecha), durante la campaña arqueológica del verano de 2007. EQUIPO DE EL SIDRÓN

La historia del genoma neandertal empieza con las momias egipcias. El cruce de un temprano interés por la egiptología con la biología molecular, con una crisis vocacional de por medio, marca la trayectoria profesional de Svante Pääbo y define uno de los rasgos más sobresalientes de su perfil científico: la capacidad para asentarse en territorios del conocimiento que desbordan las disciplinas clásicas e integrar lo que puedan aportar especialidades muy distintas. La composición del equipo que encabeza en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig difumina la barrera entre ciencias y letras, las dos culturas que todavía encorsetan el desarrollo del saber.

Svante Pääbo (el hijo extramarital de Sune Bergström, padre al que no conoció, un bioquímico que compartió el Premio Nobel en 1982 por el hallazgo de las prostaglandinas) es el adalid de una ciencia nueva, la paleogenética. Su trabajo con el ADN antiguo, un material muy escaso, de compleja extracción y difícil de manipular por la facilidad con que se contamina, vino a retorcer aún más las líneas evolutivas de una paleoantropología que hace ya mucho abandonó los trazos rectos de los viejos esquemas. Con Pääbo decaen los cánones exclusivos de las divisiones entre especies centradas en las diferencias externas. "Las secuencias de ADN permiten la reconstrucción de las relaciones con mayor rigor que los rasgos morfológicos", escribe en "El hombre de neandertal (En busca de genomas perdidos)" (Alianza editorial, 2015), relato de su vida y su trabajo. El libro nos descubre que, también en lo personal, Pääbo se mueve en terrenos abiertos. El cambio para la paleoantropología es de tal alcance que el pequeño hueso del meñique de una niña sostiene a una nueva especie, los denisovanos, algo impensable con los métodos tradicionales.

Estudiante de egiptología, por la fascinación de un viaje a Egipto con su madre a los trece años, viró hacia la medicina ("Acabé dándome cuenta de que la disciplina de la egiptología avanzaba demasiado despacio para mi gusto") y de ahí a los estudios genéticos a la búsqueda de aplicaciones clínicas.

En ese salto maduró la orientación primordial de su trabajo, el estudio de la historia humana con las técnicas de la biología molecular. Era un espacio a estrenar, una ciencia en construcción, que exige al investigador un sobreesfuerzo, un ejercicio continuo de confianza en sí mismo, para encarar una tarea de gran complejidad, en la medida en que se trata de delimitar un nuevo campo científico, lo que incluye tanto fijar bases de conocimiento como establecer nuevas técnicas de trabajo.

A ello se dedica Pääbo desde mediados de los años 80 del siglo pasado. Un momento culminante de su tarea fue el anuncio en 2010 de la secuenciación del genoma neandertal, el primer código vital de una especie extinta, aunque esa afirmación depende de lo que entendamos por extinta y también por especie. Esa escritura primordial fuerza y cuestiona los conceptos más básicos de la biología. ¿Podemos considerar extintos a los neandertales cuando al menos un tres por ciento de su genoma pervive en el nuestro? ¿Somos especies distintas cuando el cruce de neandertales y sapiens ha dado lugar a una descendencia fértil, algo imposible según el criterio ortodoxo que define los límites en las catalogaciones?

Pääbo y su equipo encontraron el rastro genético de los intercambios de fluidos entre neandertales y sapiens que se produjeron en Oriente Medio hace entre 40.000 y 90.000 años. De los 3.000 millones de nucleótidos del ADN que codifican nuestra naturaleza, apenas 100.000 nos separan de los neandertales. La investigación en torno a esa mínima diferencia será la clave "para identificar aquellos cambios genéticos que sean relevantes para la forma de pensar o comportarse de los humanos modernos", sostiene el nuevo premio "Princesa".

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