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El observatorio: análisis del partido

Trampolín para la esperanza

La fe y la eficacia de un Sporting renacido se impusieron por encima del infortunio a un Atlético de Madrid que pagó cara su actitud conservadora

Trampolín para la esperanza

Un cuarto de hora final tan inesperado como apasionante devolvió de golpe al Sporting unas esperanzas que parecía haber perdido por completo. En ese cuarto de hora, de los destinados a dejar recuerdo, un partido que para los rojiblancos llevaba camino de ser un desolador funeral pasó a convertirse en un episodio exaltador, destinado tal vez a hacer buena la consigna cortés que había lanzado en el primer tiempo la hinchada madrileña, proclamando a coro que el Sporting es de Primera. Al equipo gijonés le quedan ocho partidos para demostrar que esa afirmación sea una realidad y no un mero deseo, pero el partido de ayer puede servirle de trampolín, porque, aunque aritméticamente los tres puntos suman lo mismo que los de otro encuentro cualquiera, moralmente valen sin duda mucho más, por lo que supone conseguirlos ante un equipo como el Atlético de Madrid de Simeone que, si no es el mejor equipo de la Liga, es seguramente el más difícil. Circunstancias aparte, para el Sporting, a quien tanto le cuesta marcar, fue una hazaña hacerle dos goles a un equipo que sólo había recibido doce en los 30 partidos de Liga disputados hasta la fecha.

Un Atlético conservador

Simeone afrontó el partido con una actitud conservadora, no tanto porque reservara a muchos de los titulares habituales, quizá para que se repusieran del maratón que había supuesto la eliminatoria con el PSV Eindhoven, como por la actitud que mostraron en el campo los que salieron. Si lo que hace complicado para sus rivales al Atlético de Cholo es que es un equipo que se entromete, es decir, que interfiere el juego del rival en todo el campo, ayer el Atlético cedió terreno al Sporting para esperarlo atrás. Fue justamente lo contrario que había hecho el Athletic de Bilbao hace dos semanas en El Molinón. Si entonces el Sporting había sido incapaz durante mucho tiempo de hacer dos pases seguidos, porque el contrario le agobiaba, ayer tuvo garantizada la posesión del balón, eso sí, en su propio campo. Los madrileños dejaban llegar a los asturianos y les cerraban el camino, a la espera de un eventual contragolpe. Y cuando, sin buscarlo demasiado, marcaron, gracias a una genialidad de Griezmann, pareció que su planteamiento se justificaba. Y sin necesidad de desmadrarse. Todo lo contrario. Resultaba sorprendente al final del primer tiempo que un equipo que, como el madrileño, arrastra fama de duro, sólo hubiera cometido una falta, y eso, en el tiempo de descuento. Todo iba bien para el Atlético hasta ese momento. Lo que no esperaba tal vez es que el Sporting cambiase tanto. Dio la sensación de que Simeone empezó a barruntar durante el segundo tiempo que el partido se le podía complicar y que por eso recurrió a los veteranos: Gabi, Torres y Juanfran. Pero la reacción del Sporting ya se había activado para explotar de forma demoledora al final.

El Sporting, buscándose

Por razones de mera supervivencia, el Sporting estaba obligado a la hazaña, que pasaba, en primer lugar, por encontrarse a sí mismo, es decir, al equipo competitivo de un tiempo que parecía haber pasado. Le costó trabajo y le llevó buena parte del partido. Al principio le faltaron repertorio y profundidad. Tenía el balón, pero no creaba ocasiones. Así transcurrió todo el primer tiempo, en el que no creó una sola ocasión ni tiró nunca a puerta. Comenzó a cambiar para bien cuando Abelardo decidió a los 10 minutos del segundo tiempo sacar un segundo delantero, Carlos Castro, a cambio de aligerar el centro del campo, donde Mascarell era más un anclaje de seguridad que un jugador creativo, papel que Nacho Cases había asumido con solvencia desde el principio. Bien complementado con un generoso Sergio y arrancando desde más atrás, Cases no sólo mantuvo su creatividad sino que la potenció. Y así fue como el Sporting acabó por encontrarse, aunque fuera de sobresalto en sobresalto, hasta la plenitud de alcanzar una victoria que si, esta vez sí, mereció el calificativo de épica fue porque pasó por una emocionante fe en sus posibilidades, a despecho de los guiños que le hizo la desgracia, con dos remates a los postes, uno de ellos inconcebible.

Sanabria, decisivo

El paraguayo tiene en el Sporting el difícil papel de luchar en soledad contra las defensas contrarias. Ayer volvió a ejercerlo, con tanta fuerza como abnegación y, al final, con acierto y clarividencia. Si en el Sporting hubo un jugador decisivo fue él, porque su gol no sólo igualó el partido, sino que puso a su equipo en el camino de una victoria que hasta entonces había sido una quimera. Camino que pudo abrir poco antes, con un tiro que devolvió el poste. Una vez más. Porque Sanabria es líder sportinguista en goles y en remates a la madera.

El Atlético, frenado

Sería injusto no valorar el acierto de la defensa rojiblanca, del que hablan con elocuencia los números de un partido en el que el rival sólo llegó a tirar una vez a puerta, la del gol. Luis Hernández y Meré cerraron muy bien por el centro, y los laterales consiguieron que el Atlético tampoco encontrara en las bandas vías de penetración. Los laterales, además, aportaron mucho al juego de ataque local cuando el Sporting, en el segundo tiempo, se negó a asumir la derrota y se rebeló contra ella. El capitán Lora transmitió entonces garra, e Isma López, ese oficio de extremo incisivo que no ha perdido.

También de Griezmann

Ayer se vio una vez más por qué la situada en el norte de El Molinón, la más próxima al Piles, merece ser conocida por los sportinguistas como "la portería de los goles", y que el primero que debe creer en ello es el equipo local, que por algo elige tirar contra ella en los segundos tiempos, en la fase decisiva de los partidos. Sin dejar de serlo, la portería de los goles puede pasar a ser también la portería de Griezmann, por las hazañas que va acumulando en ella el francés. Más de un aficionado recordará el monumental regate que, en la temporada 2010-2011, cuando jugada en la Real Sociedad, le hizo en sus proximidades al central sportinguista Gregory, con nefastas consecuencias para los rojiblancos. Ayer Griezmann volvió a marcar territorio en esa zona del campo con un soberbio lanzamiento de falta, digno del mejor Messi, levantando el balón sobre una barrera que, al saltar bien, había elevado el listón todo lo que había podido, y dándole un endiablado efecto para que fuera buscando la mismísima escuadra para colarse por ella.

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