El Sporting compensó con una dosis extra de coraje su pobreza táctica y acalló así temporalmente, a base de sudor, los pitos que florecieron ya a los diez minutos en un Molinón cada vez más despoblado. El Sporting era la envidia del fútbol español por su capacidad para movilizar masas y por la identificación de sus seguidores con el equipo. La lista de adeptos pierde seguidores cada semana, casi al mismo ritmo que se vacían los asientos de El Molinón. La segunda alineación de la historia sin asturianos (de nuevo Paco Herrera tuvo el honor) puede tener mucho que ver. Y el que quiera entender, que entienda.

El Sporting fue ayer, de nuevo, un equipo menor con una propuesta impropia de un aspirante al ascenso. Herrera mantuvo la defensa de cinco y desnudó a su equipo de cualquier otro plan que no fuera defender su portería. Por esas paradojas del destino, fue Rachid quien mantuvo a flote al Sporting. El argelino fue el único al que no le quemó el balón y el único capaz de darle un poco de sentido al juego. El resto de argumentos ofensivos fueron los pelotazos en largo condenando a Santos a una pelea desigual y las arrancadas de los laterales, con más ruido que nueces.

La sorpresa (relativa) de la alineación fue la presencia de Juan Rodríguez, con lo que Herrera señaló a Quintero y a Miguel Torrecilla, valedor del colombiano. Paco Herrera tuvo en el pecado la penitencia. El enésimo pase al vacío de Álex Pérez abrió el concierto de pitos a los diez minutos. Durante casi media hora, el Sporting estuvo a merced de su rival, encerrado en su campo y sin capacidad para hilvanar dos pases. A esas alturas, Mariño iba achicando las acometidas aragonesas, en particular un libre directo de Zapater que buscó la cepa.

Mientras Nacho Méndez se marchitaba en el banquillo, el Sporting jugó siempre al rebote, a la segunda jugada, al balón muerte y, eso sí, a la picaresca de Carmona. Así llegaron las mejores ocasiones rojiblancas. La más clara, una remate de Álex Pérez tras dejada de cabeza de Rubén García.

Los mejores minutos de los rojiblancos fueron los últimos veinte del primer tiempo. Ahí llegaron sus aproximaciones. El Zaragoza enfrió el partido buscando el descanso.

El partido giró tras el descanso. El dominio visitante arreció. Mariño unas veces y la falta de precisión aragonesa iban retrasando la tragedia, aunque cada balón parado sobre el área rojiblanca era visto como un mal augurio. Y así fue como llegó el gol de Delmás. Solo, en un córner.

Tras el gol aragonés, Papu pudo hacer el segundo en un zurdazo que lamió la escuadra. El Sporting estaba cada más desconcertado y mermado físicamente. La gran ocasión rojiblanca fue un pase vertical de Rachid que dejó a Carlos Castro en boca de gol. El de Ujo quiso asegurar y dio tiempo a Grippo a cruzarse y evitar el gol. Cuando no quedaba esperanza alguna, apareció un protagonista inesperado. Como buen vecino, el cántabro López Toca señaló un penalti más que discutible en una disputa de Pablo Pérez con Verdasca. Un mal fario sobrevoló El Molinón antes del horrible lanzamiento de Santos. Pablo Pérez ganó el rechace pero se estrelló en Cristian.

El pitido final desató una bronca como no se recuerda que tuvo en el entrenador rojiblanco su ojo. Mientras desde el fondo sur le pedían la dimisión y las almohadillas le señalaban.