Tardé en saber de tu enfermedad. Nos habíamos visto por última vez el uno de mayo en Valdediós, parecías un poco más delgado pero con la misma sonrisa y buen humor de siempre. Fue la víspera de San Antonio, en el funeral de un mirandino natural de Valdepares. Una antigua feligresa -la conocí de muy niña- vino a saludarme: hablamos. Me explicó por qué vivía allí. Le pregunté por su párroco? "¿Motorín? (así te motejaron tus fieles) está muy enfermo en Oviedo". No me faltó tiempo para llamar y acudir al día siguiente. Cumplías años, habías salido a celebrarlo con tu familia. "Estoy agotado?", me dijiste, y te fuiste a acostar. Esperé un tiempo prudencial a que descansaras. Subí y charlamos largamente.

"¿Te acuerdas del día aquel en el que don Alfredo de la Roza nos puso en el comedor un disco titulado "El órgano que habla"? Lo busqué en internet y lo tengo aquí". Sacaste el móvil y escuchamos un momento: eran boleros, "Solamente una vez", (lo puse aquella noche en Facebook).

Luego seguimos hablando y recordando anécdotas.Por ejemplo, de nuestro profesor don Florentino G. Arrojo a quien tú admirabastante y él te estimaba no menos. Hablamos de sus clases, de algunos compañeros, tú con la voz cada vez más apagada.

"Bueno, amigo, te dejo". Te di un beso y un abrazo convencido de que acaso era ya la última vez que nos veíamos... "Te tendré muy en cuenta en estos días en mis rezos". Así lo hice. Volví el día 5 de este mes de julio.

"Tuvieron que sedarlo", me dijeron. "No recibe, si quieres puedes únicamente verlo?"."No", contesté, "prefiero conservar en mi memoria el rostro sonriente con el humor de siempre a flor de labios a la mueca irreversible de la nada".

De nuevo soplaron los alisos del recuerdo, siempre los más gratos. Habíamos recordado también a compañeros, la oda de Fernández Cortina a la muerte de su hermana que empezaba con aquel extraño estilo que envidiaría el mismo Góngora:"¿Quién inquirir oso, oh luz coruscante??" y hasta la del "poeta" Andrés a Grado : "Grao, Grao, patatal silvestre / Grao Grao aldabonazos?", que hizo exclamar a Emilio Alarcos: "Eso rompe todos los sistemas sintácticos". Nos reímos, tú ya no como siempre, claro.

En el camino de regreso recordé otras mil y una anécdotas, las tarjetas de felicitación que enviabas en Navidad como aquella que pintaba una vaca paciendo en un prado. Y a pie de imagen: "Paze en la tierra". Y los chistes de "Esta Hora": el de la madre con su niño, llora que llora, en la consulta del doctor y la amenaza materna: "Si no te callas te llevo a escuchar el sermón del cura". Genio y figura. Pasaron igualmente como fugaces gaviotas los años en el seminario en Tapia (1945) junto al mar, tú envidiablemente muy cerca de los tuyos, Valdediós y los paseos a La Campa, hasta Arbazal o a Villaviciosa a ver por primera vez cine: "La mies es mucha".

En Oviedo, aquella Navidad en la que nuestro común amigo Ángel Varela compuso una especie dejuguete cómico titulado "Los gallitos". Lo conservo, te lo envié por correo. Salían tres o cuatro alumnos vestidos de gallos con su enhiesta cresta y su plumaje. Tú hacías de caporal cantado: "¡Alto ahí mi buen amigo, antes de seguir atiéndeme, yo desprecio tu gallito? ya verás tú como lucha el kirikó..." etc. Acertó a pasar por allí el rector, don Ignacio Olaizola. Al escuchar la música y luego ver el espectáculo quedó horrorizado, entró, dio unas palmadas y exclamó:"Esto es indigno de levitas que se preparan para ser ministros del Señor". Y os echó todo el tinglado abajo.

Un día, paseando en torno al patio, discutíamos sobre la pérdida de fe del canónigo A. Rosmini. Nos preguntábamos cómo pudo perderla contemplando nada menos que una rosa del jardín? Emparejó con nosotros Secades, de un curso superior, y al escucharnos comentó: "Parecéis bobos, jolín?¿no veis que era una rosa femenina?". Empezábamos a perder la inocencia. Me recordó el comentario que hizo don Manuel de Tineo, el profe de filosofía, cuando un teólogo dejó la carrera porque -según él- había encontrado la Verdad. Sonrió don Manuel, y con su sonrisa cazurra y jipijípara comentó: "Ji, Ji, ¿la verdad, eh? La Verdad se llama Margarita".

Este era en parte el clima en el que nos desenvolvíamos: Tú eras un muchacho piadoso hasta donde cabe y espiritual en auténtica vocación de pastor, entusiasta de la música e inquieto hasta matricularte siendo cura en la Facultad de Medicina y llegar casi al final de la carrera.

Recordando los cursillos de Covadonga cargados de anécdotas: serían incontables. Tus compañeros oíamos a Ruiz dela Peña tocar el órgano, un maestro consumado con una perfección exquisita, pero subías tú al coro y con pocos años de estudio no sé qué diablos hacías que hasta lograbas hacerle hablar al órgano. Acaso por eso recordabas y rebuscaste las melodías del "órgano que habla" en tu internet hasta encontrarlas y mostrármelas.

Todo esto se me venía a la cabeza, y mucho más, en un ir y venir, en una marejada de añoranzas y de ausencias de regreso a mi casa. Finalmente como una evocación lejana, las órdenes sagradas. ¡Y pensar que solamente quedo yo en medio de todos ellos -me refiero a la foto que acompaño- porque todos se fueron ya, excepto yo y dos o tres más que se ven al fondo!

Mi inolvidable amigo José María: solo quería hacer memoria y recordación de toda una vida a uña de caballo, en esta a modo de despedida sin beso y sin el abrazo aquel que sospeché sería el último y que así fue. No sé por qué recibí días atrás un mensaje tuyo en el que hablabas de nuestro compañero Carlos Sánchez Martino, no lo sé. Te contesté con unos versos que le dediqué entonces, hace ya un cuarto de siglo y que voy a repetirlos aquí pues encajan también en este tu postrer adiós. Morir, saber morir, saber que mueres a fecha casi fija acaso sea preferible a gastar años y meses paseando la soledad, en frío y en silencio, por las frías baldosas de un asilo. No lo sé. Acaso preferible. Por eso le decía en mi poema a nuestro inolvidable Carlos:

No me cabe tu herida en el recuerdo,/ compañero y amigo, no me cabe,/ ni la vida me sabe a vida, sabe / a silencio de Dios y a desacuerdo.

Tu recuerdo me pierde, en ti me pierdo / por un mar de preguntas. Y mi nave/ naufraga en ese mar profundo y grave / de tu afrontar la muerte así, tan cuerdo.

Luego escucho en mi noche sin orillas /por si encuentro a la muerte otras respuestas.../su silencio me deja el alma en vilo./

Mejor morir así, las botas puestas, / que arrastrar unas viejas zapatillas / por las frías baldosas de un asilo.

José María Bedia Bedia, párroco de Valdepares, San Juan de Prendonés, Villalmarzo, La Braña y Cartavio, falleció en la Casa Sacerdotal de Oviedo el día 6 de julio a los 83 años