No es anormal que se haya muerto Doña Rita Barberá, pues a esa edad le empieza a pasar a mucha gente, aunque también sería normal que le hubiera afectado la angustia por sus problemas judiciales, normales a su vez (esté implicada o no) después de un tercio de siglo -un cuarto como alcaldesa- en primera línea política en una zona minada por la corrupción. Es normal que en el Congreso sus compañeros de partido y buena parte de la oposición le hayan dedicado un minuto de silencio como despedida, pues está acreditada su gestión, pero no su corrupción. Sin embargo, tampoco es anormal que otros hayan rehuido participar en el homenaje, para gesticular distancia aun de la mera sospecha. Es normal, porque por desdicha así es la política, que ahora todos se culpen entre ellos del cadáver. Pero también sería normal que a los familiares, a quienes envío mi pésame, les espantara el espectáculo.