En el tiempo en que yo conocí a Alfonso Calviño, primavera de 1974, Gijón era una ciudad destartalada pero con un pulso industrial todavía muy vivo. En los astilleros de la bahía se construían barcos, la planta siderúrgica de Veriña echaba fuego día y noche, en la mina de La Camocha se picaba carbón y en el puerto de El Musel se despachaba un intenso tráfico marítimo. Aparte de eso, en los suburbios de los barrios obreros proliferaban los fabriquines y los talleres de todo tipo. Por lo demás, la estructura de la ciudad, aquélla que la burguesía local de antes de la guerra denominó el "pequeño Londres", permanecía intacta a la espera de que un Ayuntamiento eficaz le lavara la cara y corrigiera los excesos del caótico urbanismo franquista. Un urbanismo que sólo había librado de la furia constructiva el aristocrático barrio residencial de Somió y algunos edificios del centro. De puertas hacia fuera eso era lo primero que entraba por los ojos del forastero que llegaba a Gijón, pero de puertas hacia dentro Gijón era un hervidero de actividad política clandestina. La dictadura estaba en su agonía y en los cenáculos de la izquierda se especulaba cómo sería el final del régimen a la muerte del general. Así percibí yo el paisaje social de Gijón cuando me entrevisté con Alfonso Calviño en un café de la calle Corrida, aquella primavera de 1974. Él era el director de "Voluntad", un pequeño periódico de la cadena del Movimiento que jugaba a hacerle la competencia a "El Comercio", y yo un profesional que venía del desaparecido "El Pueblo Gallego" de Vigo, donde había tenido bastantes problemas por autorizar la publicación de algunas cosas que no gustaron a las autoridades por atrevidas. (En aquella época el atrevimiento y "sacar los pies del plato" estaban muy mal vistos). Los dos periódicos pertenecían a la misma empresa, pero me di cuenta enseguida de que con Calviño no tendría problemas de convivencia. Lo dije siempre y en todas partes y ahora que se ha muerto y ya no lo puede leer lo reitero. Alfonso Calviño fue el mejor ejemplo de cómo un periodista de derechas, incluso muy de derechas, puede respetar a un colega de distinta orientación ideológica que la suya, dejarlo trabajar e incluso defenderlo del acoso de la gente poderosa. Y tanto en "Voluntad" como después en LA NUEVA ESPAÑA, donde coincidimos él como director y yo como redactor jefe, me permitió abrir la información hacia los sectores de la sociedad que no tenían ni voz ni voto. En "Voluntad" me autorizó a participar en las gestiones que hizo el clandestino Partido Socialista asturiano con Felipe González para que se hiciera cargo de la defensa de los trabajadores de las subcontratas de los astilleros (luego, fuimos el primer periódico español en dar noticia de la presencia de "Isidoro", como se le llamaba entonces). Y en LA NUEVA ESPAÑA quitamos el yugo y las flechas del escudo falangista de la cabecera del periódico, con gran escándalo de los lectores de derechas. Tenía un sentido de la lealtad personal y de la modestia como pocas veces he visto. Yo le debo mucho. Sobre todo espacios de libertad que en un tiempo fue un bien muy escaso.