Al reflujo de la polémica suscitada por el autobús de Hazte Oír y el mensaje que este vehículo publicitario, pretendía transmitir y que transcribo: "Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. Que no te engañen", quiero comentar una experiencia personal.

Soy psiquiatra y en el centro sanitario donde trabajo se da la circunstancia de que están muy cerca la zona de neonatos y la consulta de mi especialidad; por pura distribución de espacios, no porque haya razón alguna de relación entre estas dos actividades sanitarias. Como por otra parte los niños recién nacidos son encantadores y la tensión que produce la consulta de psiquiatría puede llegar a ser intensa, cuando puedo y hay niños en los nidos, voy a verlos, para felicitarme de la belleza de la vida recién nacida en tan guapísimas criaturas y destensarme de las psicopatologías que me van contando mis pacientes.

No es raro que coincida con los pediatras que están haciendo el reconocimiento de los recién nacidos y tanto ellos, como las enfermeras y yo mismo cuando estoy allí, nos referimos a esos encantadores críos como "niño" cuando él tiene pene y "niña" cuando ella tiene vulva. De cada setecientos u ochocientos niños y niñas - según me han referido los pediatras- solo una, o uno, resultan dudosos respecto a la definición de sus órganos sexuales externos y pasan a tener que ser explorados más en profundidad para que se valore una posible disociación de la anatomía, la genética y/o la función endocrina. Después de esas posteriores exploraciones, menos de uno de cada dos mil va a tener algún factor, que por otra parte no es por sí sólo determinante de una total intersexualidad.

Las cifras de pequeños pacientes que tienen trastornos de intersexualidad son, pues, ínfimas. De modo que a mí me parece que se puede y se debe decir que los niños tienen pene y las niñas vulva y que muy, muy pocos, van a necesitar un tratamiento de intersexualidad. Hecho que, por otra parte, es muy complejo y difícil de llevar a cabo quirúrgica, endocrinológica y psicológicamente.

Que un niño quiera ser de pequeño bombero, peluquera, inspectora de Hacienda o astronauta es un tema que hay que ir dejando pasar, con cierto aire de control y de ayuda si se ve necesaria, hasta por lo menos la pubertad. Volviendo al terreno de mi experiencia personal, yo quería de niño ser torero o camarero y acabé psiquiatra. Eso sí, siendo joven universitario toreé con el capote y la muleta una vaquilla del Conde de la Corte (toros de sangre de Veragua, casi nada?), en su finca de Huelva y, aunque me dio un revolcón, no lo hice mal, y ahora, si hay que servir una cerveza y unas anchoas a los amigos, las sirvo.

Pero cambiar de sexo a un niño o a una niña es otra cosa mucho más seria y complicada, no puede ser un asunto de modas ni de ideologías, por muy "de género" que sean.