En el siglo IV tuvo lugar en Jerusalén la invención de la Vera Cruz, que, según San Cirilo, obispo de aquella cuidad, dio origen en este mismo siglo a la difusión universal de las reliquias del Lignum Crucis -leño de la Cruz.

En una posterior leyenda de ámbito local se menta que por el siglo V trajo Santo Toribio desde Jerusalén el arca de madera donde se guardaban una serie de reliquias, entre las que se encontraba un importante fragmento del Lignum Crucis, desembarcando con tan preciosa carga en la ría de Avilés. Y adentrándose en Asturias, se retiró al Monsacro, donde vivió como ermitaño custodiando y venerando las reliquias hasta su muerte. Siglos después, gobernando Asturias el rey Alfonso I, de origen cántabro, donó el Lignum Crucis y los restos mortales del santo al monasterio lebaniego de San Martín Turonense, que había fundado otro Santo Toribio, que no hay que confundir con el primero. También nos consta que en aras de templos medievales asturianos fueron depositadas reliquias del Lignum Crucis y en una bella cruz labrada en plata y eboraria del siglo XII que llaman de Nicodemus tras un cristal de roca se protege una reliquia del leño de la Cruz.

La autenticidad y el origen de las reliquias religiosas envueltas en leyendas no garantizan una fiducia científica ni histórica, pero como objetos de devoción y de piedad y como centros de atracción popular merecen consideración y respeto. En ellos no se venera ni da culto al objeto, sino a la sustancia de lo que simbolizan, lo mismo que ocurre con todos los símbolos.